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COLUMNA
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El giro de Podemos a la socialdemocracia

Este proceso de conversión reformista tiene aún muchas asignaturas pendientes. Pero no parece reversible

Xavier Vidal-Folch

El pacto presupuestario PSOE/Gobierno-Podemos ha cosechado ya un fruto político clave: acelera el proceso de socialdemocratización del partido de la izquierda de la izquierda. Entendiendo por socialdemocracia la porfía por transformaciones sociales viables, sin quebrantar el sistema. O la búsqueda de mayor igualdad dentro de la economía social de mercado, el capitalismo. O la elección de la vía reformista frente a la revolucionaria.

Igual esta constatación sorprende. O incomoda. Pero no hay otra explicación plausible si en vez de enfeudarnos en prejuicios comparamos programas. En febrero de 2016, el partido morado proponía un programa económico —en Un país para la gente— que incluía un gasto adicional inmenso, de 96.000 millones, a emplear en reversión de recortes, renta garantizada, inversiones energéticas, sanidad, enseñanza y protección social.

Aquello suponía un 9,2% del PIB en cuatro años (tres puntos más que el fracasado plan de Syriza en Grecia), y un consecuente desafío a Bruselas y a las reglas de seriedad fiscal de la Unión Europea. El plan presupuestario de Pedro Sánchez que apoya Pablo Iglesias supone unos ingresos adicionales de 5.768 millones de euros en un año, media décima larga del PIB, calcula el Ejecutivo. El equivalente a un 2% de la producción anual española en una legislatura, esto es, aproximadamente la quinta parte de lo que Podemos proponía hace dos años y ocho meses.

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Esas cifras son muy ilustrativas del cambio copernicano operado en poco tiempo entre los antisistema de ayer. Pero lo esencial es más lo cualitativo que lo cuantitativo. El presupuesto que el Gobierno Sánchez —en línea con el pacto mencionado— presenta hoy a la Comisión Europea no aspira a desafiar a ninguna institución comunitaria, ni a incumplir ninguna regla, sino simplemente a obtener su plácet.

Esta evolución no es producto de una inspiración repentina, sino del aprendizaje. De lo mal que le fue a la izquierda de Alexis Tsipras con los inventos y torpes desafíos del entrañable profesor Varoufakis. De la irrelevancia de la gauche retórica (y la otra) francesa. De lo bien que le sienta la moderación a la izquierda portuguesa. Y de su propia experiencia, primero, intentando constructivamente pactos de legislatura; luego, obstruyendo la primera candidatura de Sánchez; ahora, volviendo al pactismo.

Este proceso de conversión reformista tiene aún muchas asignaturas pendientes. Pero no parece reversible.

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