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Macarena Rey, productora de ‘MasterChef’: “Buscamos conflictos. Y a veces los jueces me advierten de que me estoy pasando”

Macarena Rey, retratada en el plató donde se graba 'MasterChef'.
Macarena Rey, retratada en el plató donde se graba 'MasterChef'.Gianfranco Tripodo
Anatxu Zabalbeascoa

Es la mujer detrás de éxitos apabullantes como MasterChef o Maestros de la costura. Casi todo lo que toca lo convierte en oro televisivo. Productora de vasta experiencia, luchadora y educada para no rendirse nunca, aterrizó en los platós desde el ámbito de las finanzas. Rigor, emotividad y humor son los ingredientes que, según su fórmula, atraen semana tras semana a millones de espectadores hasta las cocinas de su programa estrella. Toda una Reina Midas de la televisión

MACARENA REY (Madrid, 1969) es artífice de algunos de los programas de televisión que más éxito han tenido en España y Portugal. Desde hace siete años, está al frente de la productora Shine Iberia —del grupo Endemol Shine Group—, en la que hoy trabajan 600 personas. Se hizo fuerte tratando de vender MasterChef. Le costó dos años que TVE lo comprara. Por si fuera poco, el programa, que hoy arrasa en cuota de pantalla, no tuvo un buen comienzo. En su equipo no podían entender los bajísimos datos de audiencia. “¡Si era perfecto! ¡Hasta nos llamaban de otras cadenas para felicitarnos!”. Pero ella insistió. “Lo salvó que programaron la tercera entrega detrás de un partido de la Champions. La gente se lo encontró. Lo vio y aquello petó”. El último estreno, MasterChef en versión Celebrity, ha vuelto a romper cifras de audiencia: fue lo más visto de todas las televisiones.

Aunque hoy es una máquina televisiva, con 13 producciones en marcha y 5 programas pendientes de estreno, Rey aterrizó en los platós desde las finanzas que estudió en San Francisco. Defiende sin rubor que su mayor virtud es ser una gran vendedora. Sin embargo, de casta le viene al galgo. Su abuelo y su padre, mexicanos, tenían una distribuidora y varios cines —el Rex o el Palafox— en Madrid y en Barcelona. Importaban películas. En su casa había una pantalla de super-8. Y en las fiestas de cumpleaños de las tres hermanas Rey había sesión de Cantinflas. Hoy es la reina del más difícil todavía. Cuando llegamos al plató donde graban la próxima edición de MasterChef Júnior es septiembre, pero hay árboles de Navidad y una pista de hielo para que el patinador Javier Hernández sorprenda al público y a los concursantes deslizándose hasta el escenario.

“Durante años me han aplicado eso de ‘si es mona, será tonta’. Pero cuanto más me cuestionan a causa de mi físico, más peleo. Me educaron así”

¿Por qué era importante que entraran los famosos en un programa de gran éxito? Nos lo pidió la cadena (La 1 de TVE). Hay masterchefs de profesionales, que en España no hacemos, de adultos, de niños y de famosos. Yo hubiera esperado a que se agotase el formato de adultos [va por la quinta edición]. Pero trabajamos para los clientes.

¿Cuando cocinan Boris Izaguirre o Antonia dell’Atte el programa deja de ser un talent show —en el que aprender algo— para convertirse en espectáculo? Claro. Cada programa tiene vida propia. En el de los famosos se trata de conocer realmente a alguien que has visto mucho.

La televisión está llena de concursos de famosos. ¿Por qué meterlos también en la cocina? En televisión a los famosos se los trata como a vips. Aquí se los juzga como concursantes.

Uno de esos jueces, Jordi Cruz, ha conseguido su tercera estrella Michelin. ¿Le puede haber favorecido la fama? La fama tiene, posiblemente, efectos positivos en sus negocios. Pero las estrellas Michelin miden la innovación y la excelencia. Y eso requiere horas de trabajo, no una reputación. Jordi es un enfermo del I+D de la cocina. A Pepe [Rodríguez], en cambio, las estrellas no le quitan el sueño. El éxito del programa se basa en esa convivencia de caracteres.

¿El ganador de MasterChef Celebrity será entonces el que más espectáculo dé, no el que mejor cocine? Este es un programa políticamente incorrecto. Un jurado puede señalar a su caballito ganador, algo impensable en un concurso de gente anónima porque ningún famoso llega para dedicarse a la cocina. Los anónimos aparcan su vida, su trabajo y su familia y no puede haber favoritismos. Con todo, al final se quedan los que mejor cocinan.

¿Cuánto cobran los famosos? Eso se negocia individualmente.

¿No cobran todos lo mismo? Se negocia individualmente.

¿Quién es el que más cobra? No lo puedo decir. Sí puedo contar a quién me costó más convencer. A Paz Vega. La acaban de coger para coprotagonizar el próximo Rambo. “¿Qué gano yo con esto?”, me dijo. Y con razón. Nunca se ha expuesto. Participar es como desnudarse.

¿Por qué quiso participar? Por sus hijos. A ellos les encanta el programa. Ella es madre y cocina, pero tiene terror de que el jurado la riña.

Gianfranco Tripodo

¿Ver sufrir a los famosos es uno de los morbos del programa? Buscamos conflictos. Y a veces los jueces me advierten de que me estoy pasando.

¿Cómo productora tiene aspiraciones didácticas? Uno de mis mejores jefes, José Manuel Lorenzo, me enseñó la responsabilidad ante el espectador: la gente tiende a hacer mucho caso de lo que dicen en la tele.

¿Qué más se puede enseñar? Llevo años obsesionada con un tema que puede transformar la vida de la gente. Hemos hecho estudios: en España hay un problema generalizado de obesidad. La infantil (19%) se ha triplicado en los últimos años y supera a la de EE UU. Entre los adultos, uno de cada cuatro es obeso. Por eso me he matado por hacer un programa que informe y ofrezca soluciones. Tenemos al cardiólogo Valentín Fuster dispuesto a participar en el formato Biggest loser (el mayor perdedor), que lleva 17 años de éxito en EE UU y en el que han participado hasta los Obama para concienciar a la población. Es un formato motivador, didáctico y muy emotivo. Los obesos tienen con frecuencia vidas dramáticas porque no pueden viajar en avión, dormir en una cama normal o sentarse en un cine. No pueden a veces ni hacer el amor. Por eso se aíslan en sus casas. Un programa así cambia la vida de la gente.

Habla de abordar la adicción desde el punto de vista del espectáculo. Cambiar los hábitos alimentarios y de ejercicio de un joven es cambiarle la vida. Es un deber de la televisión pública hacer programas así.

¿Por qué no lo hace? En Portugal ha triunfado. Estuvimos en un tris de hacerlo. Pero hay miedo. La anorexia es un problema, pero la obesidad en España es ya una pandemia. El programa no es una dieta milagro. Es un seguimiento que dura seis meses. Tengo pensado ya hasta el arranque. Fuster me dijo que a los obesos les hacen exámenes y les informan de cuánto les podría quedar de vida. “Tengo 25 años, peso 130 kilos y el médico me ha dicho que, si sigo así, con 28 años me habrá dado un ataque al corazón”.

¿A usted la han cuestionado por su físico? Sí. Durante años: si es mona, será tonta. Pero cuanto más me cuestionan, más peleo. Me educaron así.

¿Es adicta al trabajo? Soy responsable. En mi profesión no puede haber un horario. Tengo un hijo de 12 y otro de 9. Demandan mucho. Y con frecuencia me siento culpable por no estar con ellos. Pero cuando estoy de vacaciones y mi equipo está grabando, también me siento culpable…

¿Es católica? Sí. Y creyente aunque no practicante.

¿Y cómo intenta salirse del círcu­lo vicioso de la culpa? Hago escapadas sola. Me voy a bucear. No es una opción privilegiada, es decidir que ahora te toca a ti. También hago yoga. Las mujeres que tenemos mucha energía nacemos con una trampa que debemos aprender a gestionar. Antes hacía mucho deporte, pero hace dos años estuve enferma y dejé de correr.

Tuvo un cáncer de mama. Eso me hizo replantearme el exceso de intensidad. Tras la mastectomía comencé con esas huidas. El problema es que me gusta mucho lo que hago. Eso es un peligro.

Habla de mujeres que cocinan y en cambio su jurado tiene dos chefs varones. En la alta cocina española hay más hombres que mujeres.

En el mundo del poder seguro. ¿En las cocinas? Es muy difícil encontrar cocineros —hombres o mujeres— que sirvan para comunicar. Y eso es clave en nuestro trabajo: conectar con el espectador. Buscamos gente complementaria y con voz propia para llegar a un público plural, de abuelos a nietos. Yo mataría por tener a Carme Ruscalleda, pero no quiere hacer televisión.

¿Qué famoso se apuntó al programa con los ojos cerrados? Mario Vaquerizo. Olvido [Alaska] es muy fan del programa y le dijo: “Dentro”.

¿Qué hace que un programa de televisión sea bueno? La risa.

¿Cree que los concursantes famosos se exponen más que los anónimos? Sufren al desnudarse. Incluso los exhibicionistas, porque cada uno tiene una imagen. Y el programa con frecuencia las rompe. Los llevamos al límite.

Gianfranco Tripodo

¿Está siempre de acuerdo con los veredictos del jurado? En absoluto. Son soberanos y quitarles esa autoridad sería degradarlos. Pero un grupo de personas termina comportándose siempre como si volviera al colegio. Uno puede pensar que hay manías y preferencias. Al final si preguntas si quienes llegan hasta la final son quienes deben llegar, hay acuerdo porque son los mejores. Creo que lo destacado de este programa es que hay verdad.

¿Qué buscan en los niños? Que sean competitivos y quieran aprender. Metemos solo a chavales con una media mínima de notable.

Vaya cambio respecto del “quien no sirva para estudiar que se dedique a cocinar”. El conocimiento lo mejora todo, pero la pasión lo multiplica. Estos niños son esponjas. Les das una clase y al día siguiente lo hacen perfecto. Para ellos esto es un juego, como ir a un campamento.

Que también organizan. ¿Quién rentabiliza todo el merchandising del programa? La idea es nuestra. Pero es un negocio compartido con TVE.

Es una máquina de generar ideas: restaurante Masterchef, campamentos Masterchef, escuela online… La televisión pública no nos permite tener publicidad y tenemos que suplirla con productos derivados.

El supermercado de El Corte Inglés aparece en el programa. Es el único patrocinador. Todo lo demás tenemos que reempaquetarlo para que no aparezcan las marcas. Pero queda muy estético.

Con lo de la estética, ¿no nos estaremos pasando? ¿Hemos pasado de comer con cuchara a emplatar y amalgamar? [Risas]. Cuidamos el empaquetado del programa: el vestuario, la fotografía, la música y, claro, la presentación.

¿Cuándo empezó a ver televisión así, viendo productos en lugar de programas? Cuando comencé a trabajar. De niña me gustaban La bola de cristal y Verano azul.

Estudió Administración de Empresas en EE UU. ¿Su idea de la televisión es fundamentalmente empresarial? He tenido la suerte de hacer productos que me han gustado. Ojo, si me pidieran uno que no me gustara lo haría. Yo soy sobre todo comercial. Vendedora.

Vive en un mundo privilegiado. Su marido es noble y empresario de éxito. Desde esa altura, ¿qué le hace saber lo que interesará a un parado, a una anciana o a un niño? No limito mi vida a mi ambiente y siempre he estado rodeada de personas muy diversas. Incluso de gente que me cae mal para tener en cuenta otros puntos de vista. La tele puede ser una ventana al mundo. Creo que hemos democratizado la alta cocina y tratamos de hacer lo mismo con la moda. Con Maestros de la costura ponemos en valor ese oficio. Tenemos 12.000 inscritos en el casting.

“Mi sueño es hacer un formato como Tu cara me suena. Cada vez que lo emiten en cualquier país, Tinet [Rubira] está en su casita haciendo caja”

A sus programas los llaman de “socorro social”. Uno aprende más riéndose que llorando. La vida tiene un lado cómico y eso en España lo sabemos explotar. MasterChef en la BBC es muy riguroso, pero nada divertido. El nuestro es un híbrido entre el espectáculo americano y la emotividad del programa israelí. Allí, en el plató hay palestinos e israelíes. Hay conflicto permanente y también deseo de paz, y eso se transmite en la cocina. A esos dos pilares nosotros añadimos el humor. Por eso contamos con la gracia de Pepe o la simpatía de Eva.

¿Actúan o son así? Es imposible actuar. Es su carácter.

O sea que Jordi perdona la vida porque… Porque es muy exigente. Tiene esta cosa…

¿Catalana? Catalana [Risas]. No lo quería decir. Pero la hiperexigencia empieza con él mismo. Lleva en la cocina desde los 15 años. Es su vida. Y renuncia a un día en su restaurante para enseñar. Por eso cuando no le hacen caso no tiene paciencia. Pepe está de vuelta y se ríe porque Jordi no quiere perder ni jugando a canicas. Es tan competitivo que decidí implicarlos en la competición por equipos. Eso no sucede en ningún otro país. Una clave para que algo no falle es que la gente se lo pase bien haciéndolo. El equipo se lleva de maravilla.

Las revistas del corazón hicieron su agosto con eso… No fue verdad. “Jordi y Eva, de escapada en Toledo”. ¡Y estábamos todos! ¡Nos recortaban de las fotos! Se llevan muy bien.

Con todo, ha tenido fracasos, por ejemplo, Cocineros al volante. Cuando un programa no funciona, ¿sabe por qué es? Sí. Muchas veces incluso mientras lo haces. Notas que algo no va y no encuentras manera de subsanarlo.

¿Políticamente dónde se sitúa? En el desencanto. Me he situado en una tercera opción porque las dos habituales me han decepcionado. El problema es la talla de los políticos. Llegan para hacer carrera, no para gestionar el país.

¿Usted cocina? Sí. Me encanta. Aprendí cuando estudiaba en San Francisco. Mi madre era una gran cocinera, pero mi abuela no. Para ella era una pérdida de tiempo. Se dedicaba a su negocio ganadero y a leer. Era amiga de Unamuno… Mi madre, que era hija de cirujano, estudió Medicina hasta quinto. Pero luego conoció a mi padre, en los toros, y lo dejó para casarse. Se arrepintió siempre de no desarrollarse profesionalmente. Mi abuela fue mucho más moderna que mi madre. Se casó con pantalones. Fue la primera mujer con carnet de conducir en Salamanca. Y además de ser ganadera, llevaba la contabilidad en la clínica de mi abuelo.

Las mujeres de la República fueron mucho más avanzadas que las educadas durante el franquismo. Así fue. El clima social empujaba a esforzarse siendo ama de casa. Mi madre quiso enmendar su error con nosotras tres. Nos educó para que fuéramos independientes.

En medio de esa agenda trepidante, ¿cuándo cocina? Los fines de semana. Creo que una persona que no cocine no podría hacer este programa.

¿Cómo será la televisión del futuro? A la carta. Los jóvenes ya no ven la tele. Hoy hay programas, como OT, en los que las redes sociales son más relevantes que los espectadores. Pero eso, al final, hace remontar la audiencia televisiva.

¿Se ve creando un programa propio? Inventar uno que funcione mundialmente es el objetivo de cualquier productor. En ello estamos. Mi sueño es lograr un formato como Tu cara me suena, de Gestmusic, una maravilla. Cada vez que lo emiten en cualquier país, Tinet [Rubira] está en su casita oyendo “clinc, clinc, clinc”, haciendo caja, el sueño de cualquier productor. 

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