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Las piñas que salvaron a las mujeres

Los waatas fueron desplazados de sus tierras en Kenia por la creación de un parque nacional. El cultivo de este fruto ha ofrecido un modo de subsistencia a las agricultoras

Eunice Daria y Hagaye Wario inspeccionan las frutas.
Eunice Daria y Hagaye Wario inspeccionan las frutas.R. B.
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Bajo el abrasador sol de Marafa (Kenia), una pequeña aldea situada en una vaguada del condado de Kilifi, las mujeres recolectan cuidadosamente piñas de sus huertos abiertos. Vestidas con kangas –paños rectangulares envueltos alrededor de la cintura– recogen la fruta madura y la meten en sacos para transportarla al secador solar.

Hasta hace seis décadas, los waatas, una comunidad de cazadores-recolectores, vivían en el bosque, y trasladaban a sus hijos y sus asentamientos allí donde los hombres conseguían piezas de caza. Pero en la década de 1940, la introducción de las leyes inglesas de conservación de la vida salvaje y la creación de parques nacionales en Kenia provocó la expulsión de esta comunidad de la selva para crear el Tsavo East National Park. Los waangas se refugiaron en la periferia del nuevo parque, donde se vieron obligados a abandonar sus costumbres de cazadores-recolectores y empezar a cultivar.

Dado que carecían de tradiciones agrícolas, les costaba obtener alimentos suficientes para sobrevivir. “No podíamos ganarnos la vida”, explica Hagaya Wario Boru, residente en la cercana aldea de Chamari. “No sabíamos de agricultura, y tuvimos que dedicarnos a cultivar maíz en medio de unos patrones meteorológicos impredecibles. La vida se volvió muy dura”.

Las mujeres probaron a trabajar de jornaleras para otros agricultores, pero a menudo les pagaban demasiado poco o nada. De modo que en 1999 decidieron, como último recurso, cultivar piñas. Ahora, la fruta proporciona a toda la comunidad unos ingresos estables.

De último recurso a buen negocio

Al igual que muchas mujeres del mundo rural en Kenia cuando empezaron, Boru y sus compañeras no tenían tierra propia ni acceso al crédito. Optaron por cultivar piñas en lugar de otras frutas tolerantes a la sequía, como los mangos, porque necesitaban una planta que madurase con rapidez para obtener una fuente de ingresos rápida.

“El nuestro fue un comienzo pequeño”, explica Boru, presidenta del Grupo de Mujeres Hajirani, una cooperativa de cultivadoras de piñas que en la actualidad tiene 47 miembros. “Con los pequeños terrenos que obtuvimos de la comunidad, empleamos un método de quema y siembra”. Mediante esta técnica, los agricultores talan y queman la vegetación para dejar una capa de ceniza rica en nutrientes que ayuda a fertilizar las cosechas.

Sabiendo que las agricultoras estaban desesperadas por mover sus cosechas rápidamente, los intermediarios les compraban tres piezas al precio de una

Aventurarse a cultivar piñas fue una decisión inteligente de estas mujeres, ya que no requiere un trabajo extensivo ni el uso de herramientas mecánicas o sustancias químicas. Pero eso no quiere decir que resultase fácil. “Constantemente afrontábamos el reto de encontrar un mercado estable para las piñas”, señala Boru.

El carácter perecedero de la mercancía, sumado a las elevadas temperaturas de la región, obligaban a las mujeres a vender la fruta por solo cinco chelines kenianos (cuatro céntimos de euro) cada una. Sabiendo que las agricultoras estaban desesperadas por mover sus cosechas rápidamente, los intermediarios les compraban tres piezas al precio de una.

Cuando Boru asistió a una feria agrícola en la ciudad costera de Mombasa, en 2010, se le ocurrió la idea de instalar un secador solar, una solución que aumentaría la vida comercial de la fruta y eliminaría los intermediarios. Pero las mujeres no podían pagar la tecnología, de modo que empezaron a cortar las piñas, secando las porciones al sol y vendiéndolas en el mercado local. Las frutas deshidratadas, aunque carentes de nutrientes y producidas en condiciones antihigiénicas, alcanzaban precios más altos que las frescas.

“Comparado con la venta de frutas frescas a los intermediarios, las piñas deshidratadas se convirtieron en una solución a mis problemas económicos. Ahora puedo llevar a mis dos hijos al colegio, darles de comer y ahorrar para el futuro”, dice Agnes Wakesho, una madre soltera.

La empresa llamó la atención de World Vision, una organización humanitaria cristiana que gestiona programas de desarrollo en la región. La organización les donó un secador solar, una estructura pequeña parecida a un invernadero que las mujeres utilizan ahora para deshidratar trozos de piña en condiciones más higiénicas.

A través de su delegación local en Magarini, el Ministerio de Agricultura de Kenia, que colabora con World Vision en diversas actividades económicas relacionadas con la agricultura inteligente, también empezó a proporcionar formación a las mujeres en prácticas agronómicas y producción comercial.

Ahora las mujeres ganan más con sus piñas deshidratadas, señala Amos Rukwaro, el funcionario provincial encargado de negocios agrarios en Magarini. La venta de cinco kilos de piñas frescas reporta a la mujeres unos 250 chelines kenianos (2,2 euros), pero cuando elaboran esa misma cantidad de fruta para obtener un kilo de piña deshidratada, el precio de mercado que alcanza es de 580 chelines (5,1 euros). “A medida que aumentaba la oportunidad empresarial y surgía un mercado fácilmente accesible, han ido ampliando sus huertos para aumentar la productividad”.

La exigencia de un trato más equitativo

Con el aumento de la capacidad de producción propiciado por el secador solar, las agricultoras han podido expandirse más allá del mercado local y ahora tienen un acuerdo para suministrar piña deshidratada a la empresa Kenya Fruits Solutions, que exporta frutas elaboradas y envasadas. El grupo de mujeres gana unos 900 euros a la semana con la venta de piña deshidratada a la empresa.

Y el éxito con la fruta deshidratada también ha dado a las mujeres más confianza para exigir un mejor precio por las piñas frescas. Ahora pueden cobrar hasta 50 chelines (44 céntimos) por piña, diez veces más que antes.

“Apartamos una cantidad para reinvertir en el negocio y el resto lo repartimos entre nuestras socias. Algunas han podido crear pequeños negocios con los beneficios, como tiendas, por ejemplo, y eso ha ayudado a diversificar las fuentes de ingresos”, explica Eunice Daria, secretaria del grupo.

“Desde que me uní a esto, me ha cambiado la vida”, asegura Daria. “Soy madre, y de este modo no dependo exclusivamente de mi marido para cubrir las necesidades básicas. Puedo comprar ropa para mí y para los niños, pero lo más importante es que lo que gano me permite pagar un seguro de salud para la familia”.

Robert Kibet es periodista freelance experto en desarrollo que trabaja en Nairobi, Kenia. Esta historia fue originalmente publicada en inglés en Newsdeeply.

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