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Esta podría ser la razón de que la leche le siente mal (y no es la lactosa)

De momento así lo dicen los datos estadísticos aunque hacen falta más ensayos clínicos

Desde hace ya bastante tiempo es común escuchar lo pesada que le cae la leche a muchas personas adultas. Mientras algunas de ellas tienen una intolerancia a lactosa diagnosticada por un médico, otras simplemente afirman que la leche les resulta indigesta. A resultas de este extendido fenómeno lo cierto es que en las estanterías de los supermercados se han llenado de leches con el rótulo "sin lactosa" y no parece que se trate de una tendencia pasajera. Algunos países (como Australia, Nueva Zelanda, China, Malasia, Hong Kong, Estados Unidos o Reino Unido) han ido más allá y a esta leche le ha salido una competencia directa: la llamada leche A2, cuyo “poder”, afirman sus promotores, es que es fácilmente digerible. Algunos estudios avalan esta teoría y apuntan a una proteina llamada A1 como principal culpable de que la leche siente mal a algunas personas. Pero, ¿qué se esconde exactamente bajo esta denominación?

Las proteínas de la leche dependen de la genética de la vaca

Las betacaseínas A1 y A2 son las proteínas mayoritarias de la leche, explica Àlex Bach, investigador del área de producción de rumiantes del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA): "Habitualmente la leche que consumimos contiene una mezcla de ambas". De hecho, continúa, "que una vaca produzca una, otra o ambas a la vez es cuestión de genética".

Pero, en la década de 1990, una empresa de Nueva Zelanda decidió iniciar la producción de una leche que solo contiene la A2 (la marca A2 Milk), dando licencia de distribución a los productores de este tipo de leche y excluyendo a aquellos que también producían con la proteína A1, que es la más común en la leche que se elabora en las cabañas europeas, de Estados Unidos y Australia.

No hay evidencias científicas de que la A1 produzca enfermedades

"Todo empezó a raíz de una hipótesis planteada en los años noventa que afirmaba que la A1 presentaba una asociación con la diabetes tipo 1 y también con determinados problemas coronarios. En ese marco, la compañía de Nueva Zelanda patentó la producción de leche A2 para combatir ese tipo de diabetes, y más tarde sacaron otra patente para, según ellos, producir una leche A2 que disminuía los procesos inflamatorios", explica Bach.

Sus datos se basaban en experimentos realizados solo con animales, y no eran concluyentes. Cuando estos se repitieron posteriormente en otros lugares del mundo y de forma orquestada entre distintos centros de investigación, no se encontró ningún vínculo entre la A1 y la diabetes. Tampoco con la inflamación que supuestamente provoca (observada solo en animales), atribuida a un biopéptido llamado BCM-7, "una casomorfina que se produce cuando se digiere la caseína A1 y que contiene histidina, un aminoácido que puede causar inflamación, aunque tampoco existen conclusiones claras al respecto", aclara Bach. Una casomorfina, añade, es un tipo de molécula constituida por aminoácidos que tiene una característica particular, es un opioide (como la morfina) y, como tal, enlentece el tránsito intestinal, lo que en principio es positivo: ayuda en la digestión, y a coger el sueño; es decir, lo que se espera que provoque la leche en los lactantes.

Así pues, aunque se quiso publicitar que la A1 era la "proteína mala de la película", en 2009 una revisión de todos los estudios realizada por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) contradijo esas afirmaciones: la EFSA no encontró ninguna relación entre beber leche con la proteína A1 y determinadas enfermedades no transmisibles, como la diabetes tipo 1, las dolencias cardíacas e incluso el autismo, enfermedades que se achacaban a la A1.

Tampoco está claro que sea indigesta

Cuando todo esto fue desmentido, entonces los promotores de la leche A2 esgrimieron que la proteína A1 era indigesta y que provocaba síntomas normalmente asociados a la intolerancia a la lactosa. En ellos se han centrado dos estudios hechos con personas, uno publicado el año 2016, y ciertamente sí han mostrado que la A1 provoca cierta inflamación gastrointestinal en algunas de ellas.

Sin embargo, afirma el doctor Nicholas Fuller del centro de medicina australiano Charles Perkins en un artículo publicado en The Conversation, es necesario observar esos resultados con cautela: "A pesar de algunos cambios estadísticamente significativos entre los dos grupos de leche, estos no son necesariamente relevantes desde el punto de vista clínico y, por lo tanto, necesitan una mayor investigación en un estudio mucho más grande, en base a una muestra de mayor tamaño". Si usted nunca ha tenido problemas con la leche, sugiere, no hay evidencia de que beber leche que solo contenga A2 vaya a proporcionarle beneficio alguno. Si tiene intolerancia a la lactosa, entonces la leche sin lactosa ya le hace el servicio. Pero sobre todo consuma lácteos, apunta Fuller. Al menos tres veces al día.

Algo que sin duda hace Rosamund Young, autora del libro de La vida secreta de las vacas y propetaria de la primera granja orgánica y autosuficiente de Reino Unido, llamada Kite’s Nest. Young cuenta en su libro cómo es la existencia de estos animales en su finca situada en el condado de Worcestershire, donde viven en completa libertad, ajenas a la polémica de las proteínas y el autor del prólogo, el novelista británico Alan Bennet, resalta que todos los mozos pueden por su sabor distinguir de qué vaca procede cada leche: "Todo el mundo sabe que la leche de razas distintas tiene características distintivas en sabor y calidad. Un cambio en la dieta también afecta el gusto de la leche. Pero vacas de la misma raza y edad producen también leches diferentes y contenidos de grasa variables". En su casa, dice Young, las botellas de leche están etiquetadas con el nombre de las vacas de las que proceden, que cada miembro de la familia consume según sus preferencias. No cuenta nada de las leches A1 o A2, pero todo indica que no le preocupa lo más mínimo.

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