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El viaje de Malick desde Banjul a Biella

Esta es la historia de una travesía, la de Malick Jeng desde Gambia a Italia, donde vive en un centro de asilo temporal para migrantes. Solo en enero de este año, 3.000 personas han sido rescatadas, como lo fue él, en el Mediterráneo

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Eran las 6:40 de la mañana cuando la tripulación a bordo del barco de rescate Iuventa avistó la balsa hinchable en el horizonte, a 20 millas náuticas de las costas de Libia. A bordo viajaban 129 personas procedentes de Gambia, Senegal, Ghana, Guinea y Nigeria, entre otros países. Habían partido seis horas antes desde una playa cercana a la ciudad de Sabratha, al oeste de Trípoli, donde fueron transportadas por traficantes, previo pago de varios cientos de euros por cada una con los que compraron su viaje a Europa. Gracias a la misión de rescate dirigida por la ONG de salvamento marítimo Jugend Rettet, todos sobrevivieron aquel día.

Entre ellos estaba Malick Jeng, gambiano de 19 años que ahora vive en un centro de asilo temporal en Biella, en el norte de Italia, desde donde cuenta los detalles de su viaje. Es uno de los 181.436 refugiados y migrantes que llegaron a Italia por vía marítima en 2016, según cifras de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), un año que rompió todos los récords en la ruta migratoria del Mediterráneo central. En 2017, debido las medidas tomadas por la Unión Europea, así como por el Gobierno italiano, de formar y financiar a los guardacostas libios para evitar la salida de barcas con migrantes de las aguas territoriales de Libia, la cifra se redujo a 119.369 personas. En 2018, hasta el 10 de abril, 6.862 personas han sido rescatadas en el Mediterráneo y trasladadas a Italia, mil menos que el año anterior en esas fechas.

Malick dejó su ciudad natal de Banjul, capital de Gambia, en abril de 2016, cinco meses antes de su rescate en altamar. Comenzó el viaje solo, sin avisar a su familia, como muchos otros jóvenes que iniciaron el recorrido a Europa antes que él y de quienes él tomó ejemplo. Después de atravesar Senegal, cruzó el desierto de Malí en el interior de un camión cisterna, de los utilizados para transportar petróleo, y en el que estuvo a punto de morir asfixiado, según él mismo afirma. Muchas de las víctimas de esta ruta migratoria perecen en el desierto debido a que algunos de los vehículos se salen del recorrido y nunca logran encontrar la salida, sumado a la ausencia de agua y a las altas temperaturas con las que deben lidiar durante varios días.

Tras pasar este trance, Malick llegó a una Libia que distaba mucho de lo que imaginaba. Como muchos de quienes siguen esta ruta migratoria, guardaba en su mente las noticias de un país receptor de migración y en el que abundaba el trabajo. “Nadie me había hablado de lo mal que están las cosas en Libia. Allí no hay control, no hay Gobierno, todo el mundo lleva armas, incluso los niños, y si eres negro tienes que esconderte porque si te ven por la calle te secuestran y te venden”, señala.

Malick cruzó el desierto de Malí en el interior de un camión cisterna y en el que estuvo a punto de morir asfixiado

Denunciada por la OIM como un "mercado de esclavos", Libia, sumida en una lucha por el poder desde la caída de Muammar Gaddafi, es el hogar de varios grupos armados que utilizan la migración como fuente de ingresos. Gestionan las rutas migratorias hacia la costa, así como las cárceles donde los migrantes son a menudo confinados y torturados, con el fin de extorsionar a sus familias para que paguen por su liberación. Así fue el caso de Malick, quien pasó un mes en prisión hasta que su familia consiguió el dinero para que fuese liberado, no sin antes presenciar el asesinato de algunos de sus compañeros de viaje dentro de la prisión, según su testimonio. Tan pronto como fue liberado se puso en contacto con un traficante de personas que lo transfirió a un centro de conexión en Trípoli, lugares donde los migrantes son confinados a la espera del día en que llegue su turno para subir a una barca. Permaneció allí durante varias semanas hasta que la medianoche del 1 de agosto de 2016 le llevaron a la playa desde la que zarparía hacia Europa.

Después de su rescate, fue trasladado primero a Sicilia y después a Biella, donde vive desde entonces en un centro de acogida temporal llamado Hotel Colibrí, un antiguo hotel que permaneció cerrado durante 10 años, afectado por la crisis económica, y que en agosto de 2016 fue reabierto como centro de acogida temporal para solicitantes de asilo, de gestión privada y con capacidad para 55 personas. Este tipo de centros han proliferado por todo el país, recibiendo una subvención estatal que ronda los de 30 euros por migrante y por día para su gestión.

Los días en el Hotel Colibrí transcurren despacio y sus 55 huéspedes se ven sumidos en una monotonía agónica. “¿Nos rescatan del mar para después tenernos aquí encerrados y sin hacer nada durante meses?” se pregunta Henry, solicitante de asilo de Nigeria, mientras permanece tumbado en su cama, donde pasa la mayor parte del día. “Levantarse, comer, dormir, levantarse, comer, dormir, levantarse, comer, dormir…”, repite insistentemente como si su mente hubiese entrado en bucle.

“Damos gracias a Dios por estar vivos y a Italia por habernos acogido, sabemos que lo están intentando”, señala su compañero de habitación, también de Nigeria, que hasta entonces había permanecido en silencio. Ambos viajaban en la misma barca hinchable, de la que solo sobrevivieron 41 personas, de las 137 que iban a bordo.

La asociación Migr'Action, localizada en Biella, se encarga de dar asistencia legal a los recién llegados para que estos conozcan sus derechos y entiendan mejor el proceso al que se enfrentan. También organizan actividades que permitan la integración de los migrantes con la población local. Roland Djomeni, un refugiado camerunés que llegó a Italia en barca en 2015, creó esta asociación al poco tiempo de que se le reconociera la condición de refugiado. Él ha pasado por el proceso por el que los migrantes recién llegados están pasando ahora y se muestra muy crítico con el sistema de acogida. “Es un sistema perverso”, señala. “Mantienen a los migrantes encerrados en estos centros porque es más fácil manejarnos desde la vulnerabilidad”. Su objetivo es que quienes están llegando cuenten con las herramientas suficientes para poder construir el futuro que estaban buscando: “Tienen el sueño de llegar a Europa, pero una vez que están aquí el sueño no se acaba, tienen que comenzar su vida, tienen que trabajar. Lo que intento es enfrentarles a un espejo, que hagan un proyecto de sí mismos, porque sino habrán perdido su tiempo. Europa nos ha dado la oportunidad de llegar hasta aquí, ahora tenemos la responsabilidad de hacer que este viaje haya merecido la pena”.

Más de 181.000 refugiados y migrantes llegaron a Italia por vía marítima en 2016, un año que rompió todos los récords en la ruta migratoria del Mediterráneo central

Como solicitantes de asilo, tienen derecho a permanecer en los centros de acogida temporal mientras dure el proceso legal, cuya respuesta final puede llegar a demorarse hasta dos años. Permanecer allí les garantiza la continuidad de su proceso de asilo, así como una asignación económica mensual, que según lo establecido por el Gobierno italiano es de unos 2,5 euros diarios.

Sin embargo, son muchos los que pierden la paciencia y abandonan estos centros para continuar su camino hacia otros países de Europa. Malick lo ha pensado muchas veces, pero sabe que llegar a otro país supondría volver a empezar y, por ahora, prefiere esperar. El 12 de julio de 2017, casi un año después de su llegada, tuvo su entrevista con la Prefectura, institución que se encarga de evaluar cada caso de solicitud de asilo. Una solicitud que finalmente fue denegada a finales de 2017, respuesta que él ya ha recurrido mediante un abogado de oficio.

Malick abandonó Gambia, como muchos de sus compatriotas, cansado de la falta de libertad, la persecución política, la corrupción y el futuro incierto debido a la dictadura de Yahya Jammeh, que había permanecido en el Gobierno desde 1994. Sin embargo, Jammeh fue retirado del poder en enero de 2017, después de perder las elecciones frente al candidato opositor Adama Barrow y tras la presión internacional recibida ante su negativa inicial a aceptar la derrota. Barrow prometió entonces iniciar una nueva era para el país de África Occidental y sus reformas ya han comenzado.

Siguiendo todo el proceso desde la distancia, el joven gambiano celebra los cambios en su país, aunque afirma que “es difícil creer que las cosas vayan a cambiar tan fácilmente. Son muchos años sin libertad, muchos años de corrupción, y eso no puede desaparecer de un día para otro”. Después de todos los riesgos que ha corrido en su camino a Europa, afirma que quiere tener la oportunidad de comenzar una vida lejos de un país que un día decidió escapar y al que, por ahora, no quiere volver. Mientras tanto, tendrá que seguir esperando la respuesta definitiva a su solicitud de asilo para averiguar si podrá iniciar una vida en Europa legalmente, como refugiado, o si pasará a ser considerado un inmigrante irregular que deba seguir luchando por su futuro.

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