Conocer la muerte sin estar muertos
La asistencia psicológica a los migrantes y refugiados en Italia está lastrada por la falta de formación específica y de mediadores culturales entre los trabajadores del sistema de acogida. Y retrasarla puede generar serios problemas en su salud mental. Lo comprobamos en terreno en Sicilia
Susan Chizogie nunca llegó a cortar ninguna melena. En su vida anterior, habitaba en Nigeria, tenía 21 años y “problemas familiares”. Hasta que un día encontró a una traficante de personas y le pagó 3.000 dólares a cambio de la promesa de llegar a Europa y un empleo como peluquera. Ahora, con 26 años, mantiene la mirada fija en algún punto de la pared de los pasillos del ambulatorio público de salud mental de Trapani, en la isla italiana de Sicilia, mientras cuenta cómo, en cambio, acabó convirtiéndose en esclava sexual en Libia. La palabra “esclavitud” nunca aparece en su relato, prefiere el término “trabajo”. “Incluso ser esclavo es mejor que esto. Por lo menos puede dormir de vez en cuando”.
Sobrevivió como pudo a un año de prostitución forzada, palizas y un aborto clandestino en condiciones precarias. Pero los fantasmas de su pasado aún le persiguen. Por eso ha venido hoy al ambulatorio de etnopsiquiatría que Médicos sin Fronteras gestiona en Trapani, en coordinación con las autoridades sanitarias locales, para ofrecer atención psicológica a personas migrantes y refugiadas. Como Susan, la mitad de los pacientes del centro son víctimas de tortura, violencia y trato degradante.
Entre ellos, se encuentra también Norishem, un chico de 21 años, originario de Gambia, que prefiere proteger su anonimato detrás de este apodo. Acaba de terminar su encuentro periódico con el psiquiatra. Está tirado en una silla en el medio de la consulta, un cuarto desnudo, con el techo alto y las ventanas opacas. Tiene los brazos cruzados y una gorra roja que le tapa la mirada. En 2014 tuvo que escapar de su país después de un “problema” en su trabajo con los servicios de rescate de incendios que desató la ira de los vecinos hacia él. La cárcel del desierto en la que acabó en Libia no correspondía exactamente con lo que imaginaba que habría sido un viaje hacia un futuro mejor. Hambre, sed, calor, torturas. Aún lleva en las piernas las marcas de las brutales palizas a las que estaba sometido y nunca volverá a andar como antes.
“Desde el punto de vista clínico, son choques emocionales que necesitan tiempo para cicatrizar, pero es poco probable que puedan sanarse”, indica el psiquiatra de MSF Guido Ortelli. “Estas personas llegan aquí porque la carga emotiva es tan densa que ya no les es posible seguir adelante”.
Susan, esclava sexual en Libia
"El viaje hacia Europa fue horrible. Nos dispararon mientras cruzábamos el desierto en un vehículo en el que estábamos hacinadas más de 30 personas. El conductor nos dejó tirados en el medio de la nada durante una semana antes de volver a por nosotros. Pensé que me iba a morir", relata Susan Chizogie. Lo peor estaba aún por llegar para esta nigeriana de 26 años. La traficante —"una mujer mala que fumaba constantemente y a la que solo le preocupaba el dinero"— le obligó a que fuera a ver a un hombre que la violó. Cuando llegó a Libia, estaba embarazada de un mes.
"Me encerraron en una especie de mercado de chicas jóvenes y me obligaron a mantener relaciones sexuales con hombres crueles, que a veces estaban borrachos y me trataban como a una mierda", explica. "Trabajaba las 24 horas. Incluso si dormía, me despertaban. A veces me violaban delante de todos". El vientre abultado no fue suficiente para eximirle del trabajo o para ahorrarle las palizas diarias por parte de la traficante. Los clientes pagaban 10 dinares (unos seis euros) para acostarse con ella. La única barrera de protección eran unas toallitas húmedas que se insertaba en la vagina.
Un día le llevaron a ver a un hombre nigeriano para que le practicara un aborto clandestino. 11 días después, ya estaba otra vez trabajando, pese a sangrar. "La traficante me anunció que me iba a vender antes de que me muriera en su casa", recuerda Susan. No podía ni andar cuando el nuevo comprador fue a por ella. Aunque el hombre pagó 2.500 dólares, tuvo que devolverle el doble para compensar el gasto ocasionado en comida y alojamiento. Logró saldar su deuda al cabo de un año, con la ayuda de uno de los clientes. En Trípoli, consiguió trabajo como limpiadora para acumular algo de dinero y dar el salto a Italia. Casi se ahoga en la travesía, pero consiguió llegar a Sicilia, donde actualmente vive y recibe atención psicológica en el marco del programa gestionado por Médicos sin Fronteras en colaboración con las autoridades sanitarias italianas.
Al menos 103 pacientes han pasado por las sillas del ambulatorio desde principios de 2017 hasta enero de este año y, en el momento de la visita, la lista de espera rondaba la docena de personas. Para ser incluidos en el programa deben tener más de 17 años, residir en estructuras de acogida de la provincia y no ser drogodependientes.
La columna vertebral del proyecto es el mediador cultural, que no es simplemente el encargado de la traducción al idioma nativo. Entre sus tareas está la de facilitar información sobre el contexto cultural, que se incluye en la intervención. Esta metodología no es nueva y suele utilizarse a menudo en los contextos posteriores a catástrofes, pero el reto consiste en aplicarlo al engorroso sistema italiano y lograr que, a partir del verano, las autoridades sanitarias locales se hagan cargo del proyecto de manera autónoma.
“Hay directrices regionales sobre cómo atender a los migrantes, principalmente de carácter médico”, señala Michele Schifano, psicólogo del servicio público de Trapani. “Estamos progresando, pero sin mediadores culturales no podemos trabajar”, agrega el psicoterapeuta Enrico Genovese al terminar un curso de formación proporcionado por la ONG sobre los aspectos legales del fenómeno migratorio.
El goteo continuo de llegadas (solo en el primer mes de 2018, fueron más de 300 en la provincia de Trapani) y las carencias del sistema de acogida italiano dejan sin atender las necesidades de miles de personas que cruzan el Mediterráneo. Pese al desplome en el flujo de embarcaciones en los últimos meses como consecuencia del cierre de las fronteras marítimas, Trapani sigue siendo la provincia siciliana que recibe al mayor número de solicitantes de asilo, con una capacidad de alojamiento de 2.000 puestos. El año pasado se examinaron 2.300 solicitudes de asilo en la provincia, pero se reconoció la condición de refugiados apenas a 30 candidatos, según datos facilitados por la Comisión Territorial para el Reconocimiento de la Protección Internacional.
Aunque el cierre del proyecto de MSF estaba previsto para diciembre de 2017, el traspaso a las autoridades italianas aún está en marcha y, según las previsiones, no se producirá hasta el próximo mes de junio, después de dos años y medio. “Es difícil, porque no hay muchas competencias ni voluntad”, asegura Teo Di Piazza, a la cabeza de la misión de la ONG en Trapani. “El ambulatorio por sí solo no es suficiente, es necesario todo un sistema alrededor para que viva. No podemos dar por cerrado el proyecto sin asegurarnos de que después se implemente de la manera adecuada y que sea sostenible”.
Norishem, torturado en la cárcel del desierto
Era un viernes cuando se marchó. Norishem salió solo, con lo que llevaba puesto, sin dinero. Quería una vida mejor. Cruzó la frontera entre su país natal, Gambia, y Senegal. De allí a Malí y, finalmente, Libia. Por el camino, unos hombres pararon al grupo con el que viajaba y le pidieron dinero. No tenía nada, por eso le encerraron durante cuatro meses en una cárcel en el medio del desierto. Un sitio muy grande, mugriento y decrépito, en el que estima que vivían 300 hombres de distintas nacionalidades.
"Estuve cerca de la muerte. Me pegaban todo el rato y a veces no me dejaban ni dormir". Norishem fue víctima de una práctica de tortura conocida como falaka, que consiste en recibir azotes en la planta de los pies, o le arrancaban la piel. Vio mucha gente morir, ya sea por el hambre, por el calor o por la violencia física. Cada día recibía una pequeña ración de pan y un poco de agua.
Consiguió escapar en una fuga masiva cinco meses después de su detención. En ese momento sintió que estaba libre, pero era incapaz de disfrutar en pleno de la libertad, porque sabía que podía volver a pasarle en cualquier momento. Un traficante le montó en una precaria embarcación en la que viajaban 152 personas. "No sabía si iba a llegar con vida. Una vez que te llevan a la orilla, ya no hay vuelta atrás. No puedes cambiar de idea, sino te disparan. No tenía elección". El agobio le acompañó hasta que apareció un barco de la Guardia Costera italiana para rescatarles. "Por primera vez en dos años me sentí seguro", señala. Hoy, Norishem reside en un centro de acogida de segundo nivel después de que el Estado italiano le otorgara protección.
“Tarde o temprano tendremos que salir, pero el problema es que el sistema de asistencia italiano no funciona. Se tardaría años en cambiarlo. Es prácticamente imposible para nosotros. Lo que sí podemos hacer es dejar en la provincia de Trapani un modelo que algunas cooperativas o la Prefectura podrán replicar”, agrega.
Además del ambulatorio de etnopsiquiatría, MSF trabaja en los centros de primera acogida de la zona a través de pequeños equipos multidisciplinares compuestos por psicólogo, asistente social, mediador cultural y, si hiciera falta, también por un médico psiquiatra. La normativa italiana establece que la figura del psicólogo y la de asistente social trabajen apenas seis horas por semana en estructuras de hasta 50 personas. “En tan poco tiempo es imposible que se cubran las necesidades de todos y que los profesionales puedan intercambiar informaciones”, sostiene Di Piazza. El coordinador de MSF evidencia otra laguna del sistema: “La sociedad italiana aún no ha entendido la importancia de contar con una mediación cultural adecuada. Y, cuando existe, no corresponde con las necesidades reales de los migrantes. Por ejemplo, se contrata a un mediador hombre en un centro que alberga en su mayoría a mujeres”.
La pesada burocracia contribuye a empeorar el cuadro. “Los migrantes pueden tardar incluso tres o cuatro años en recibir una respuesta a su solicitud de asilo. Su salud mental en estas condiciones puede deteriorar si no se les ofrece apoyo, hasta desembocar en psicosis”.
Primeros auxilios psicológicos
Cuando una patera llega a la costa de Trapani, los mediadores culturales de MSF se abren el paso entre los recién desembarcados. Tienen que ser rápidos. Con tan solo una mirada deben ser capaces de captar los gritos de auxilio mudos de estas personas que han sido testigos de hundimientos o han visto la parte central de la embarcación doblarse ante la carga excesiva de pasajeros. O sus vecinos de asiento han desaparecido entre las olas. Otros han muerto a causa de las temperaturas muy elevadas, la falta de agua y el hacinamiento o por asfixia. En algunos casos, las inhumanas condiciones de la travesía han podido exacerbar estados psicofísicos ya precarios hasta el colapso, sobre todo en mujeres. Hay quien ha sido víctima de tortura durante el viaje o en el lugar de origen.
La llegada de las fuerzas de rescate tampoco les garantiza estar a salvo. “Llevas 48 horas, navegando día y noche, estás débil, has perdido la esperanza de que vengan a buscarte, has visto a la persona sentada a tu lado morir lentamente. Todos quieren ser rescatados con la mayor rapidez posible, pero esta inmediata agitación puede hundir la embarcación”, explica Dario Terenzi, psicólogo de MSF. “Algunos pasajeros, en lugar de esperar sentados las instrucciones que se dan en varios idiomas, se tiran al agua. Si no saben nadar, el barco de rescate está demasiado cerca o el mar está agitado, estas circunstancias pueden ser fatales”.
El sistema de alerta para que la ONG acuda al puerto de llegada implica a varios actores, desde otras organizaciones a la guardia costera italiana. Una vez recibida la noticia de la inminente llegada de una embarcación en la que se han registrado eventos traumáticos (incendio, muerte de pasajeros, naufragio…), un equipo de MSF se dirige hacia el muelle para prestar los primeros auxilios psicológicos. Entre ellos, está un mediador cultural que hable el idioma de la mayoría de los pasajeros.
“A menudo, el sistema italiano es muy violento en el momento del desembarque. Se centra en repartir a los migrantes entre las estructuras de destino sin detenerse en pensar si han sufrido un trauma”, señala el coordinador del proyecto, Di Piazza. “En algunos puertos, las autoridades solo nos ven como un estorbo que ralentiza sus prácticas. Si entendieran la importancia de este momento tan delicado y se invirtieran más recursos, se evitaría que estas situaciones degeneren en psicosis o problemas de seguridad”.
Pero retrasar la ayuda puede acarrear serios problemas en la salud mental de los migrantes. “Cuando llegan, están desorientados. Su confusión amplifica la ansiedad y el miedo. Puede que hayan sido detenidos en condiciones extremas y eso probablemente les haya llevado a desarrollar cierto temor hacia los que visten uniformes, aunque no sean militares. Llegar a un puerto y ver a personas con determinada ropa puede despertar en ellos importantes niveles de estrés”, indica el psicólogo Terenzi. Los pasajeros más vulnerables se trasladan a un lugar tranquilo y se les explica dónde se encuentran, lo que va a pasar en las horas siguientes y, a grandes rasgos, cuál será el proceso para pedir protección.
En esta primera intervención, el migrante recibe también ropa seca, agua, algo de comida, asistencia médica y apoyo emocional. “Se trata de acciones con un aspecto práctico, pero con un valor psicológico muy grande”, destaca el experto. Los que presentan niveles de estrés más elevados se reúnen en un lugar apartado en presencia del mediador cultural y del psicólogo. Su malestar puede expresarse de distintas formas, desde el mutismo absoluto a crisis de llanto o locuacidad excesiva, comportamientos agresivos o la repetición durante horas de la misma frase una y otra vez.
“El encuentro en este contexto no está dirigido a procesar las emociones sobre lo que ha pasado. El objetivo del psicólogo es consolar, calmar y reorientar en el espacio y en el tiempo al paciente, darle información y conectarle con el entorno”. El equipo de ayuda también se sirve de técnicas de respiración y simples juegos, como mirarse alrededor y nombrar cinco objetos cercanos o los colores que se perciben; cerrar los ojos y enumerar los rumores que se escuchan.
“Hay una discreta literatura científica que evidencia cómo una ayuda inmediata por parte de profesionales reduce la posibilidad de que esta sintomatología aguda se convierta en un trastorno de estrés postraumático”, señala Terenzi. “El trauma reside en la confrontación con la muerte, la pérdida de la capacidad de control sobre los eventos. Antes y mejor se les atiende, antes y mejor volverán a gobernar sus funciones emocionales y cognitivas y serán resilientes. Por la mañana me despierto y sé que hay una representación del mundo que me guía en todo lo que hago. Sin embargo, algunos eventos ponen patas arriba estas certezas. Conoces la muerte sin estar muerto. El sentimiento de impotencia es total. El horror”.
Los menores
Alrededor del 15% de las personas migrantes que llegaron a Italia en 2017 son menores de edad. Casi la mitad de los jóvenes integrados en el sistema de acogida del país (el 43,9%, es decir unos 8.000, en su mayoría provenientes de lugares como Gambia, Egipto, Nigeria, Malí y Senegal) se encuentra en Sicilia. A estos se suman los llamados ilocalizables, estimados en casi 6.000 y no censados por las autoridades.
Las lagunas presentes en el sistema de acogida de personas adultas se suceden también en el caso de estos niños. La escasa disponibilidad de tiempo de trabajadores especializados en los centros y la falta de formación y de mediadores culturales son los principales problemas, explica Sarah Martelli, especialista en Desarrollo de Jóvenes y Adolescentes para Unicef. El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia trabaja en la zona occidental de Sicilia con menores no acompañados de entre 15 y 17 años, ofreciendo asistencia psicológica desde los barcos encargados del rescate marítimo y en las estructuras de acogida.
"El desbordante número de llegadas de los últimos años ha tenido como consecuencia que se privilegiara un enfoque centrado en el derecho de alojamiento, sin tomar en cuenta la educación o la salud mental", asegura. Martelli insiste en la necesidad de abordar el problema de la interrupción voluntaria del embarazo para menores víctimas de tortura. "La ley italiana prevé la presencia de un tutor para las que quieran abortar, pero no hay un criterio claro para las no acompañadas".
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