8.000
Un señor pide en un tres estrellas Michelin un vino de 8.000 euros. Luego otro. El reino de la horterada no conoce fronteras
Esto me contaron ayer. El tipo, un garrulo con rublos reconvertidos en euros desparramándose por el bolsillo, se ha repanchingado en la silla y ha abierto la carta de vinos de un restaurante de lujo. Estamos en un tres estrellas Michelin con vistas al mar. “¡эtot!” (“¡este!”), ha rugido. “Este” es una botella de La Romanée-Conti, el Dios de Borgoña, una leyenda más que un vino, y en la carta está marcado a 8.000. Euros, entiéndase. No hay otro más caro en la lista y este y no otro, probablemente —perdón por la presunción, igual resulta que este hombre es un Robert Parker cualquiera—, ha sido el criterio de su elección.
Avanza la tarde. Como quiera que el mar está encrespado y salvaje, el menú degustación de chuparse los dedos de los pies y la cuenta corriente repleta de millones porque para eso me lo curré haciendo negocios salvajes cuando el comunismo ya era flor de ruina, qué coño, tráigame otra botellita.
Y llega la frase maldita: “Solo nos quedaba una”. A lo cual Rasputín responde: “Es su problema”. Nótese que —en el caso de que el esforzado sumiller logre la hazaña de conseguir otra ánfora del ansiado elixir— la factura ya se va a ir a los 16.000. Euros, recordemos.
Se obra el milagro. Una llamada. Un taxi. Un favor pedido a otro restaurante amigo y cercano con bodega de ensueño. Llega la botella. El zar está contento. El sumiller respira.
Solo una perfecta mezcla de estulticia, incultura, estupidez y cursilería puede servir de autopista para el bobo disfrazado de nuevo rico. Este no se fijó en las maravillas que había en la carta de vinos a 500, 100 o 50 euros. Miró solo la columnita de los precios. El reino de la horterada, que no contempla ni fronteras ni banderas, perdura y crece. Salud.
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