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Las vidas de un saco de arroz en Madagascar

El diario de viaje de una trabajadora de la ONG a la isla refleja la importancia de la educación medioambiental en el país africano

Varias mujeres y una niña plantan arroz cerca de Solila, en Madagascar.
Varias mujeres y una niña plantan arroz cerca de Solila, en Madagascar.Sergi Cámara (ENTRECULTURAS)

El arroz es parte de la vida en Madagascar. Tanto que hasta los niños y las niñas utilizan los sacos del cereal como esterillas para sentarse en el aula o para hacer bolsas donde guardar los libros del colegio. Una de las cosas que más me llamó la atención cuando llegué allí fue su paisaje, de un color verde intenso y dividido en terrazas por sus plantaciones. Madagascar es uno de los países que más arroz consume en el mundo, y su cultivo y recolección tienen una gran influencia en el ritmo de vida de la población, utilizándose incluso como moneda de cambio.

Durante un viaje realizado por la isla, vi que las plantaciones siempre estaban llenas de gente trabajando y muchas veces había familias enteras en los campos. Daba la impresión de ser un evento familiar más que una jornada laboral en un entorno en el que el arroz forma parte de la cultura malgache y sus costumbres se acompasan a las distintas etapas de producción. Sin embargo, a pesar de su producción, casi la mitad de los niños menores de cinco años sufren desnutrición crónica.

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Estuvimos en el distrito de Ikalamavony, en la parte central del país, donde se encuentra Solila, la primera aldea que visitamos, a solo a 50 kilómetros de Fianarantsoa, capital de la región y centro cultural e intelectual de toda la isla, de hecho su nombre significa “buena educación”. Es irónico que entre muy poca distancia, la situación sea tan desigual. Tan pronto salimos de los alrededores de la ciudad nos dimos cuenta del aislamiento de la zona, tardamos 12 horas en coche en este corto trayecto debido al estado de las carreteras.

Este distrito ha sido catalogado por el Estado como "zona roja”, por sufrir una gran inseguridad y carecer de infraestructuras suficientes. Pero esto no conlleva una mayor inversión pública, al contrario, estas áreas son las más olvidadas. El único transporte público con el que cuentan las 45.000 personas que la habitan consiste en los pocos camiones que se atreven a transportar alimentos a las aldeas los días de mercado. Las consecuencias de esta desconexión son la enorme vulnerabilidad que sufre la población, los escasos recursos con los que cuenta, la ausencia de hospitales y escuelas y, por supuesto, la dificultad de acceso a una educación de calidad que permita avanzar hacia un desarrollo local.

A esta situación se suma la sequía que vive África del sur inducida por el fenómeno climático llamado El Niño, la peor en 35 años. Casi 40 millones de personas padecen inseguridad alimentaria, de los que 23 millones requieren asistencia humanitaria urgente y alrededor de 2,7 millones de niños y niñas se enfrentan a sufrir desnutrición aguda. Además, en zonas como Ikalamavony, especialmente vulnerables, aumenta el consumo de recursos naturales como la madera por ser su única fuente de energía, lo que genera una mayor degradación ambiental. A esto se añade el daño provocado por la quema de vegetación que realiza la población para que crezca la hierba que sirva de alimento al ganado.

Durante el viaje pudimos visitar varias escuelas de las fundaciones Fe y Alegría y Entreculturas en la región y conocer de cerca el poder transformador de la educación en vidas concretas. Una de ellas fue la de María Claudia, una estudiante de 11 años del colegio María Inmaculada de la aldea de Ikalamavony. Desde el primer momento me sorprendió la seguridad con la que hablaba y la claridad de sus ideas. Para ella estudiar es muy importante porque así puede contribuir al progreso de su país. Es consciente de que hay escasez de médicos y por eso sueña con ser doctora. A diario debe andar casi una hora desde su aldea al colegio, pero no le importa porque sabe que la educación es el mejor tesoro. Gracias a su esfuerzo, ha sido la primera en el examen de estatal de educación primaria. Tiene claro que quiere ir a la universidad y por eso no piensa casarse ni tener hijos antes de los 25. Pude comprobar como la educación efectivamente protege de embarazos y matrimonios precoces.

En Ikalamavony aumenta el consumo de recursos naturales como la madera por ser su única fuente de energía

Cerca de Solila, en una pequeña aldea que se llama Vohibola, conocimos a Rassoa, la única profesora que hay en la escuela. Vohibola subsiste con el ganado y el arroz y solo unas pocas familias cuentan con medios suficientes para vivir dignamente. Pronto percibí que gran parte de los niños estaban malnutridos y sufrían enfermedades respiratorias y de la piel, algunos incluso mueren de hambre. En esta situación, son muchos los padres que no pueden pagar el colegio de sus hijos e hijas.

Pero Rassoa no se resigna a que los niños no vayan al colegio y, con la ayuda de Fe y Alegría, realiza actividades productivas para ayudar a los más desfavorecidos a comprar material escolar y poder asistir al colegio. Para ello vende gallinas, cuida la piscifactoría y tiene un huerto para cultivar legumbres y venderlas. Además, ante la degradación ambiental de la zona, el año pasado empezó a plantar árboles con los niños y niñas de su escuela. Los organizan por grupos y los van regando y cuidando durante el curso. Rassoa es una de esas personas fuertes y luchadoras que uno recuerda siempre, de esas capaces de hacer que las cosas pasen, de conseguir que una escuela entera siga viva.

No podría terminar sin recordar a Lydia y Pierre, un matrimonio de profesores que lleva por completo la escuela de Fe y Alegría de Andohasaha. Solo al verlos en la escuela ya percibes su compromiso con los alumnos y su profunda vocación. Ésta es una escuela 4x4 en todos los sentidos, por su solidez y calidad y, también, porque literalmente las aulas miden 4x4 metros. En este pequeño espacio se acomodan más de 200 alumnos que no faltan a clase ni un solo día. La escuela tiene además un 100% de asistencia y de éxito, porque todos logran aprobar el examen estatal de primaria.

Con motivo del Día del Medio Ambiente, el 5 de junio, desde Entreculturas queremos llamar la atención sobre cómo los problemas ambientales tienen gran influencia en el hecho educativo. De hecho, la comunidad internacional ha reconocido la urgencia de poner fin a la pobreza, la desigualdad y la injusticia y hacer frente al cambio climático suscribiendo la Agenda 2030 y el Acuerdo de París. Estamos convencidos de que la educación es clave para la transformación hacia la justicia social y ambiental. Contribuye a la construcción de una conciencia crítica que busque otras formas de producción, cuestione el modelo de desarrollo y posibilite la transformación hacia modelos más sostenibles, equitativos y pacíficos. Además, la educación capacita a las personas y a las comunidades a gestionar mejor los recursos de la Tierra y mejora la resiliencia ante los desastres naturales y el cambio climático.

Los narrados son solo algunos ejemplos de las muchas personas que, ante las dificultades, la pobreza y la exclusión, deciden actuar, deciden apostar por la educación y dar un paso más hacia la esperanza. Son personas que, con su esfuerzo y con su vida, construyen futuro cada día.

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Bolsas hechas con sacos de arroz que utilizan los menores para ir a la escuela. También se usan como esterillas.
Bolsas hechas con sacos de arroz que utilizan los menores para ir a la escuela. También se usan como esterillas.SERGI CÁMARA (ENTRECULTURAS)

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