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entrevista a pablo recalde

“Dadles paz, y el pueblo congoleño dejará de pasar hambre”

El representante del Programa Mundial de Alimentos en República Democrática del Congo advierte que la falta de alimento incita a la violencia, y viceversa

Pablo Recalde, representante del Programa Mundial de Alimentos en República Democrática del Congo
Pablo Recalde, representante del Programa Mundial de Alimentos en República Democrática del CongoOlivier Le Blanc (PMA)
Lola Hierro
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La República Democrática del Congo (RDC) hoy responde a más de 20 años de conflicto que sigue impactando en las poblaciones más desfavorecidas y que mantiene la pobreza estructural del país. Existen espacios, especialmente a nivel macroeconómico, con buenas tasas de crecimiento ligadas a la explotación minera, pero la mayor parte de la población sigue viviendo en una pobreza absoluta.

El Congo es un país que se encuentra en el corazón de África, tiene fronteras con nueve países y su estabilidad es importante para la de todo el continente africano. Lo sabe Pablo Recalde, representante del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en este país desde septiembre de 2014. "Tiene un enorme futuro pero se lo tienen que construir los congoleses", afirma. El PMA ayuda, junto con otras agencias de las Naciones Unidas, a tratar de empujar desde algunos ámbitos. Por ejemplo, la seguridad alimentaria. "Si usted no da de comer a la gente, esta va a buscar alimento de cualquier manera. Una de ellas es con un fusil yendo a robar a los vecinos. La violencia que existe en el Congo está causada en gran parte por esta hambre", asegura el trabajador humanitario, que desarrolla su visión del país y de la agencia de la ONU para la que trabaja en esta entrevista:

P. ¿Cuál es la situación de la RDC en cuanto a seguridad o inseguridad alimentaria?

Hoy por hoy, en el último análisis de vulnerabilidad que hemos efectuado el PMA y otras agencias, la necesidad humanitaria se expande a siete millones de personas. De ellas, otras 4,5 millones están en absoluta de necesidad de asistencia humanitaria. Esta situación se da en todo el territorio y sin contar la pobreza relativa que existe en una buena parte del país donde no hay conflicto pero donde sí hay cinco millones de niños que están malnutridos estructuralmente, que nunca van a poder adquirir una capacidad de pensar para un futuro de cambio. Es un país a dos velocidades, con dos millones y medio de kilómetros cuadrados y unos 75 millones de personas, pero solamente con un porcentaje pequeño que realmente tiene poder económico.

P. ¿Cómo son las políticas públicas del Gobierno en materia de seguridad alimentaria? ¿Se hace algo?
R. Existen políticas escritas en amplios tomos pero que nunca se implementaron. Sabemos lo que tenemos que hacer, pero se necesita voluntad política. Los países donde la sociedad civil se involucra en el desarrollo futuro de su país cambian el mundo. Y esa una de las cosas que me parece que faltan. Si tú no tienes un pueblo educado, es difícil cambiar algo. Necesitas educación y, para tenerla, necesitas comer. El muchachito que va a la escuela con el vientre vacío piensa en comer, no aprende. La mujer que cuando tiene al bebé en su vientre está malnutrida, ya deja en el mundo ese bebé también con menos capacidades. Si no cambiamos esos elementos estructurales, luego será difícil atrapar algo que ya se ha perdido.
P. El PMA está en Congo desde 1973. ¿Cómo trabajáis para que no pase hambre la gente y para hacer que se cumplan las políticas del Gobierno?
R. Estamos dando de comer a personas que lo necesitan porque no tienen otra manera de sobrevivir y, al mismo tiempo, estamos tratando de destinar la producción del pequeño agricultor a lo que nosotros compramos. Buena parte de las 54.000 toneladas métricas que distribuimos en el país cada año se compran en Congo. En este momento estamos tratando de crear un puente entre la asistencia humanitaria y los productos que vienen del país porque así se contribuye al desarrollo de la pequeña y mediana agricultura. Tenemos un proyecto que se llama Compras para el progreso y es complicado llevarlo a cabo porque, por respeto a las personas que estoy dando de comer, hay que tener un cierto nivel de calidad del producto. Trabajamos con el Gobierno para tratar de empujar la pequeña y mediana agricultura como la base del desarrollo y la paz en el país
P. Entonces la clave de la paz está en ellos mismos y su agricultura...
R. No tengo duda ninguna. Un país que no tiene futuro se vuelve un país predador. Como los congoleses no ven futuro, cogen lo que tienen frente a ellos sin pensar en más. Predación también significa que el respeto por los valores básicos del humanismo se pierde porque la prioridad es sobrevivir. Una sociedad predadora no puede tener una visión de futuro; solo a través de la paz y en un contexto de no violencia en el cual yo pueda alimentar a mis hijos, lo tendré. A un centenar de kilómetros de algunos de nuestros proyectos agrícolas encontramos poblaciones que no tienen absolutamente ninguna esperanza en el futuro, que están dispuestos a recurrir a la violencia en cualquier momento. En nuestros proyectos hay gente que no quiere luchar más, que piensa en invertir en su futuro.
Olivier Le Blanc (PMA)
P. Así las cosas, ¿el PMA seguirá un tiempo más en el país?
R. Creo que, de manera general, Congo ha hecho algunos avances últimamente pero queda por hacer, así que creo que vamos a trabajar aún unos años con ellos. Y deseo ver que el PMA sale de Congo. En un país donde cualquier cosa que plantas en el suelo crece, no necesitas pensar qué comer. Es terrible ver que un pueblo con esa capacidad tiene que recibir donaciones externas de alimentos.
P. ¿Cómo lleváis a cabo la distribución?
R. Cuando hay un mercado no damos alimentos en especie si no dinero para que compren. La distribución es a través de teléfonos, cartas de crédito alimentario y dinero. Si no hay mercado, compramos nosotros la comida, lo que supone un gasto enorme en logística porque no hay carreteras. En los campos de refugiados hacemos ambas cosas, pero en caso de los desplazados es más grave. La mayoría de la gente que estamos alimentando, alrededor de 1,4 millones de personas, ha perdido su capacidad de producir porque hay guerra, porque no tienen la paz necesaria para empezar a plantar. Ellos podrían hacerlo; dadles paz y el pueblo congoleño podrá comer por sí mismo.
P. ¿Y qué ocurre con ellos?
R. Están constantemente inmersos en un movimiento pendular. En RDC hay unos 40 grupos armados que atacan a gente por muchas razones. Los hay que defienden la explotación de un área minera no certificada, por ejemplo. Ellos forman grupos y cuando necesitan comer van, matan y roban. Si eres una persona joven todavía fuerte, sin trabajo ni visión de futuro, acabas por comprarte un fusil Kalashnikov —te cuesta alrededor de 70 dólares que previamente puedes haber robado— y ya tienes asegurada tu alimentación. Por eso la economía de guerra siempre tiene a alguien que la mantenga. Es una cuestión de supervivencia y una forma de ganar dinero.
P. Durante el año 2105, el PMA recibió más ayuda que nunca pero también tuvo que atender más emergencias humanitarias que nunca antes. Esto ha supuesto recortes en proyectos de todo el mundo. ¿Han afectado a la RDC?
R. Muchísimo. De la totalidad del dinero que llega al PMA, una buena parte va a operaciones como las de Siria y Yemen, que son muy grandes y muy caras por culpa de la guerra. Así hay menor proporción para el resto. En Congo llevamos 20 años de asistencia continua y hay, ciertamente, un cansancio por parte de los donantes porque no ven un cambio en el país. Nosotros hemos tenido recortes extremadamente fuertes y he tenido que rebajar donaciones, parar distribuciones y reducir mi personal ya dos veces. Tenemos nuestra capacidad de implementar los proyectos muy reducida. Hemos recortado un 30% o 40% de nuestros recursos y la planificación que estoy haciendo es para una cobertura del 60% de lo que cubríamos.

Comer poco o mucho, pero comer mal

La población congoleña que necesita ayuda del Programa Mundial de Alimentos recibe raciones básicas de alimentos que consisten en carbohidratos, proteína de harina de maíz,  sal, aceites y productos vegetales como porotos y garbanzos. También se distribuyen algunas harinas con una inyección específica de vitamínicos para quienes padecen una malnutrición más avanzada. Esta es la base porque es lo que la gente del Congo produce. "Tratamos que la harina sea fortificada porque si la dieta no es muy extensa, tendrán una mejor nutrición", afirma el representante del PMA en el país, Pablo Recalde.

Recalde advierte del doble problema nutricional que existe en el país: el de falta alimentaria y el de la obesidad, que sufre todo un grupo de población con acceso a ciertos recursos pero que come mal. "Éste tiene un impacto enorme en el gasto público porque la obesidad provoca impactos cardíacos y otras enfermedades no infecciosas, las llamadas no transmisibles, pero que quienes las padecen necesitan cuidados de por vida", afirma el trabajador de la ONU.

El prbblema es que la comida barata es la menos sana. "Es muy difícil pedir a la gente que consuma zanahorias o tomates porque son importados y cuestan mucho dinero. En cualquier supermercado te cuesta diez dólares el pepino! ¿Quién se lo puede permitir?", se pregunta Recalde.

P. ¿Qué consecuencias tienen estas reducciones?
R. No tengo de donde sacar alimentos y la gente mientras tanto sigue moviéndose hasta llegar a un lugar donde pueda comer. Yo pierdo mi capacidad de proteger porque, dando alimentos en ciertos lugares, protejo a la población para que no se desplace a sitios más peligrosos donde entren en contacto con grupos armados. 
P. Qué difícil es ser responsable de decidir a quién le vas a dar alimento y a quién se lo vas a quitar...
R. Es terrible. Por fortuna tenemos una cartografía de la vulnerabilidad muy avanzada que nos permite detectar a las personas que más lo necesitan. No te queda otra, te dices: ‘¿quiénes son aquellos que no van a poder sobrevivir de ninguna manera?’ Son los niñitos chicos, las mujeres encintas, los viejos… A ellos les voy a dar. Y el resto tendrán que hacer lo que puedan. Ante una situación así, encuentras que problemas como la violencia de género se incrementan. Hay violencias que no quiero contar porque son horribles. Y no lo podemos evitar.
P. La violencia contra la mujer como arma de guerra es, tristemente, algo muy habitual. ¿Desde el PMA podéis hacer algo por ellas o es un problema que queda fuera de vuestro alcance?
R. Cuando nosotros damos de comer a la mujer en el área donde ella está, la protegemos. Si no le damos, ella saldrá a buscar alimento fuera del campo o del área en la que tiene protección, y es ahí donde será atacada, allí están los grupos armados esperando. La capacidad que yo tengo es la de mantener mi asistencia y dar protección en una zona determinada ya sea con la policía, las fuerzas de la Monusco o el Gobierno.
P. Estas áreas de las que habla ¿son sólo campos de refugiados?
R. No solo esos. De hecho, los campos de refugiados son mucho más estructurados que los de desplazados internos, que son dos cosas distintas: los refugiados vienen de fuera y se les pone en una zona bien definida donde el Comisariado de la ONU para los Refugiados y la Comisión Nacional de Refugiados se hacen cargo de ellos. Ahí el PMA solo da los alimentos que distribuye ACNUR y otras agencias.
P. ¿Y los de desplazados?
R. La mayoría de ellos no llega a campos sino a núcleos de población donde se habla su misma lengua, tienen las mismas tradiciones… Es muy habitual en el área de los Grandes Lagos. Y esa gente, en su pobreza, los recibe: Incluso con lo poco que tienen, comparten. En estos casos tenemos que ver cómo dar de comer a los que llegan pero también a los que estaban allí, y organizarse es más complejo: ¿a quién le doy y a quién no? Ni siquiera es fácil saber cuántos hay, pues hablamos de personas que salen de un sitio y luego se van. Llegas por la mañana a la aldea y hay gente, pero luego regresas por la tarde y no hay nadie porque hubo un ataque. Y caminan solos kilómetros y kilómetros…
P. ¿Cómo dais con ellos?
R. Nosotros los seguimos porque tenemos personal que se encarga de ello. La penetración de los móviles en todo África es enorme y algunos de estos refugiados tienen uno, así que les seguimos. Si tenemos algunos números de teléfono podemos comunicarnos y saber por dónde están moviéndose, cuánta gente hay o a dónde van para así poder posicionar alimentos para que, cuando lleguen, tengan algo que comer. Hasta este punto llega la desesperación: salen sin nada, se van porque están intentando salvar la vida. Dejan ropa, comida… Todo. Nosotros tenemos que darles de todo desde cero. Luego regresan a casa, luego vuelven a partir porque hay un nuevo ataque, luego regresan...

Es un ciclo que nunca cesa y un proceso complejo, pero hemos logrado mantener a esa gente; una parte de mi responsabilidad es cumplir con el mandato humanitario. Yo tengo que darte la capacidad de sobrevivir de cualquier manera y a la vez tengo que crear herramientas para que dejes de depender de ayuda humanitaria e inicies un proceso de reconstrucción en el que tú acabes siendo dueño de tu propia vida. Con esos dos elementos intentamos jugar todo el tiempo.

P. En Congo hay ejemplos de éxito en cuanto a la colaboración entre gobiernos, autoridades locales y agencias internacionales, como la contención del brote de Ébola en 2014. ¿Cómo lo viviste?
R. Uno de los elementos vitales del éxito fue una implicación fuerte del Gobierno, que guio todo el proceso de implementación.
P. ¿En este caso sí hubo voluntad?
R. Completa y absoluta. En ese momento, un ministro fuerte y con buen conocimiento de causa se dio cuenta de que si no tomaba medidas la cosa se le iba de las manos. Nos puso a todos a trabajar juntos, que es como debe ser; nosotros no somos quienes debemos guiar, es el Gobierno quien debe guiar los procesos de desarrollo. Y fue una delicia, sinceramente. Yo estuve muy involucrado porque el PMA aportó mucho en la parte logística, donde tenemos una fuerza particular y un mandato de la ONU. Nosotros llevamos, creamos los campos, las condiciones, los hospitales las casas, pusimos los aviones… Y luego cerramos y ganamos, ganamos sin duda. Se cerró el brote de Ébola y no ha habido más casos. Entonces piensas ‘¡qué maravilla!’.
P. ¿Es entonces cuando merece la pena tu trabajo?
R. Muchas veces visito comunidades donde hemos creado un contexto de desarrollo y veo que son capaces de hacerlo y ya no necesitan nada de mí. Me piden que les demos más mercado, más crédito... y entonces les paso a otras agencias que se dedican a eso. Es lindo sentir que tu trabajo ha resultado en la libertad mental, anímica, de vida y del futuro de la gente. Eso, a un humanitario o una persona que trabaja en desarrollo le paga cualquier sufrimiento, como estar lejos de la familia, por ejemplo. Es una delicia sentir que mi trabajo consiste en dar algo a los demás, me siento honrado de poder hacerlo.

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

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