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Por qué los modernos ya no comen #aguacate

Su popularidad ha convertido a este fruto en un cliché. Una historia de alimentos y tendencias

Hasta hace tres nanosegundos el aguacate era el superalimento de moda. La nota verde rica en vitamina E y ácidos grasos Omega 3 capaz de barrer a los huevos benedictine de los brunch hipsters a favor de las tostadas con una suave capa de esta fruta tropical. Instagram, la biblia gráfica de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, como diría Juan de Mairena, da fe de la tendencia: teclee usted #avocadotoast en esta red social y se topará con cerca de 62.000 instantáneas. Tan lleno de magnesio y potasio, elementos vitales para el buen funcionamiento y recuperación de las articulaciones tras el esfuerzo, que rivaliza con el plátano en la alimentación de los runners. Y su ingesta retrasa la aparición de arrugas. Vamos, que era el rey. Comer aguacate marcaba la diferencia entre quienes se cuidan y los que no. O eso pensaban algunos.

Y en estas llega un establecimiento de comida rápida en Japón y lo añade a las hamburguesas (foto, junto a estas líneas). La noticia escuece en a la modernidad, casi tanto como si se penalizara ser barbudo en bicicleta. Visto como una traición, ya se habla incluso del jaque mate al aguacate. Que engrose o no la lista de alimentos molones caídos en desgracia solo el tiempo lo dirá. Porque sí, querido lector, también hay modas para comer.

“El estilo de vida actual viene determinado por las redes sociales. Cada cierto tiempo sale a la palestra un ingrediente que ciertas comunidades venían consumiendo desde la noche de los tiempos y que, de pronto, otros adoptan como novedad por sus bondades nutricionales. Pero, por bueno que sea, al final la gente se cansa de ellos y pasa a incorporar otros alimentos a su dieta”, explica Carmen Martín, nutricionista de la Clínica Dray. “Esta fama repentina, al margen de sus cualidades nutritivas, en ocasiones obedece más a cuestiones de oferta alimentaria (hay empresas o países que producen grandes excedentes a los que interesa dar salida comercial) que a una necesidad real por parte de los consumidores”, advierte el doctor Pedro Pineda, de la Clínica Hedonai.

Y así, entre los intereses lucrativos de unos y el afán aventurero de otros, se traza una historia de ascensos y ocasos digna de estudio. Fíjese en la chía: unas semillas multienergéticas consumidas por la comunidad tarahumara en las Barrancas del Cobre (México) y de las que poco más se sabía. Hasta que en 2011 se publicó Nacidos para correr, el libro donde Christopher McDougall narra cómo esos indígenas y su misterioso amigo Caballo Blanco son capaces de correr una barbaridad de kilómetros casi descalzos y bebiendo un brebaje energético a base de chía. Además de poner de moda el barerunning (o correr sin zapatillas), catapultó a esas pequeñas semillas negras al olimpo con una sola frase: “En términos de contenido nutricional, una cucharada de chía es como un batido hecho de salmón, espinacas y hormonas de crecimiento humano”. La famosérrima ecoblogera Madeleine Shaw, con 186.000 seguidores en Instagram, insiste (y la ciencia lo avala) en que las semillas de chía están cargadas de antioxidantes y proteínas.

Los antioxidantes también son la baza de las bayas de açai. Entraron en el clan de superalimentos de moda de la mano del doctor Nicholas Perricone, que las describió en el programa de Oprah Winfrey (célebre presentadora y productora estadounidense) como un “fantástico alimento de belleza para desafiar el envejecimiento”. A ver cuánto le dura el estado de gracia. Porque, ¿quién se acuerda ya de la dieta de la alcachofa popularizada por Rocío Carrasco? Y sin escarbar tanto en el pasado, hace menos de una década lo más era la avena, pilar de la dieta Dukan. Pero el CSIC demostró que podía ser tóxica para los celíacos. Luego llegó el colegio de médicos galo y expulsó a Dukan por su controvertido régimen hiperproteico. Y este cereal, rico en proteínas, vio cómo le arrebataba el cetro la quínoa. Pero aquí nadie dura eternamente. En cuestión de un año, el semicereal ha pasado de ser el ingrediente fetiche de las ensaladas de los apóstoles de lo sano a invadir las baldas de todos los supermercados de proximidad. Espantados ante esta vulgarización, sus seguidores buscan nuevas y poco conocidas propuestas: el amaranto, el mijo o el tef son lo que se lleva ahora.

Otra verdura en auge es la col rizada o berza. Nombres poco glamurosos para catapultarse al estrellato. Hasta que se rebautizó con su nombre anglosajón, kale, gracias al mítico bailecito de Beyoncé. Y se convirtió en la panacea de los vegetarianos: sobre todo, por su cantidad en hierro (1,5 mg por cada 100 gramos), un mineral que escasea en la dieta sin carne. ¿Quiere vitamina C? Olvide los vulgares cítricos y el kiwi (otro que en su día fue lo más y que injustamente pasó de moda sin perder ni una sola de sus propiedades). Sea innovador y estrene las recetas con colinabo (más conocido ahora por su nombre sajón, kohlrabi). Viene a ser como una patata dulzona y aporta 62 miligramos de ácido ascórbico por cada 100 gramos. Memorícelo: la totalidad de la cantidad diaria recomendada por la OMS. Por supuesto, es difícil de encontrar, pelar su dura piel le puede costar un dedo y no resulta económico (la cooperativa agrícola Nuestras Huertas lo vende a 3 euros el kilo).

¿Y qué hay de las algas? “Tienen un alto contenido en yodo, hierro, cobalto, magnesio, calcio, fósforo y potasio. Pero no se recomiendan a personas con patologías tiroideas sin consentimiento del endocrino", advierte Martín. Ojo, que hay más peros. De entrada, si usted y varias generaciones de sus ancestros tienen sus raíces en la vieja Europa, no se abalance sobre el sushi como si no hubiera un mañana. Un estudio publicado en Nature por el equipo del investigador Jan-Hendrik Hehemann, de la Universidad de Pierre y Marie Curie (UPMC) de París (Francia), advierte de que los japoneses digieren mejor esta comida por la presencia de la porfirasa, un tipo de enzima digestiva inexistente en europeos y americanos y vital para procesar los porfiranos, los hidratos de carbono propios del alga nori. “Si se consume, la piel puede volverse reactiva, sobre todo en las mejillas y el rictus nasogeniano”, afirma la experta en belleza Gema Cabañero, fundadora de la clínica antiedad que lleva su nombre.

La caída en desgracia de las bayas de Goji

Al margen de controversias, ¿hay de verdad alimentos caídos en desgracia como si se tratara de unas hombreras ochenteras? Pues como con las meigas, haberlos haylos. Mire las bayas de Goji. De tradición milenaria en China, se cree que son fuente de longevidad por su alto contenido en antioxidantes y ácido linoleico. Y, de pronto, todo el mundo las comía como si fueran pipas. Un informe de la OCU en 2013 destapó su alto contenido en metales pesados (cadmio, plomo, cobre…). No han vuelto a levantar cabeza.

La soja, por su parte, camina sobre la cuerda floja. Un estudio de Moshe Shike, del Departamento de Medicina del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center y el Weill Cornell Medical College (Estados Unidos), advierte de sus efectos adversos en algunas mujeres diagnosticadas con cáncer de mama. La Asociación Española del Cáncer, en cambio, sostiene que “no hay estudios concluyentes ni sobre el probable efecto protector de los fitoestrógenos de la soja ni sobre que aumente la incidencia o el riesgo de cáncer de mama”.

Sea cual sea la suerte comercial del aguacate, la soja o la col rizada, los nutricionistas insisten en confeccionar el menú según el valor alimenticio de los ingredientes. La dieta mediterránea es un valor seguro. Y dejemos las modas para las pasarelas.

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