¡Oye, joven!
¿Debemos estar presentes en las redes sociales? ¿Huir de ellas? ¿Cómo gestionar nuestra vida virtual?
Los radares de la policía, las cámaras de vídeo callejeras, la sustitución total del papel moneda por las tarjetas de crédito –hoy se prohíbe comprar con billetes en las tiendas de Dinamarca, pronto la iniciativa se extenderá a toda Europa– son algunas recientes medidas de sometimiento del ciudadano que deberían preocuparnos. Pero preferimos pensar en positivo: al fin y al cabo, los radares evitan accidentes; las cámaras disuaden a los criminales o ayudan a echarles el lazo; el pago con tarjeta combate la evasión de impuestos –sí, el dinero plástico deja rastro, pero, qué importa, si no haces nada ilegal, ¿verdad?–. Pero lo peor de todo son las redes sociales. ¡Oye, joven! Twitter, Instagram, Facebook son una útil fuente de información sobre ti que podrá ser utilizada en tu contra, aunque lo interesante del caso es que aún es peor no tener cuentas activas en ellas. Dentro de unos años, cuando te postules para un buen empleo, el departamento de personal estudiará tus “perfiles” y averiguará allí cómo has ido evolucionando desde la adolescencia, si tienes poco o mucho carácter, ambición, conocimientos, experiencia, mundología, empatía, dotes de mando y todo lo que vas revelando sin darte ni cuenta. Si no figuras en las redes, peor: significa que eres asocial, reservado, solitario, retrógrado, tienes algo que ocultar, eres potencialmente problemático. Solicitud rechazada.
¿Entonces, qué puedes hacer? Te recomiendo que sigas estudiando mucho, y sobre todo que sea tu papá o un profesional del ‘marketing’ quien gestione tus perfiles en las redes sociales, teniendo en cuenta lo que acabo de exponer: él, mejor que tú, sabrá no mostrarte tal cual eres, sino tal como conviene que seas visto.
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