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el pulso
Columna
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Tu Internet, mi Internet

Habría que imaginar el espacio digital como un conjunto de localismos delimitado por fronteras

La idea suena a absurdo: “La revolución virtual que estamos viviendo no se traduce, al menos principalmente, en una globalización total y absoluta […]. No hay un Internet global. Y no lo habrá nunca”. Son palabras de Frédéric Martel (Chateaurenard, 1967). Y el aval que presenta para defender tal aparente sinsentido son los cientos de entrevistas con emprendedores, políticos, magnates y usuarios que configuran Smart (Taurus, 2014). Una radiografía muy viva del Internet de hoy. El libro es una especie de secuela de Cultura mainstream (Taurus, 2010), en el que Martel atacaba la idea de que el dominio universal de los grandes actores culturales apaga lo genuino de cada pueblo. Esta vez, la apuesta es aún más ambiciosa: “Nos anuncian el final de las distancias, el final de las lenguas y hasta el final de la geografía, igual que hace unos años se predijo el final de la historia. Esta visión esquemática del mundo no es la mía. La revolución digital se manifiesta como una fragmentación: Internet es un territorio”.

Martel ha viajado a 50 países. Ha observado cómo gurús técnicos en la India cuentan con un altar doméstico a sus dioses, o cómo en un subterráneo de Beirut mujeres con velo y hombres con AK-47 alzan el puño y vitorean a Hassan Nasrallah [secretario general de Hezbolá], que retransmite su discurso en streaming. “Lo que hago no es un ensayo moral. No pretendo decir lo que Internet debería ser. Lo mío es una investigación a pie de campo para tratar de describir cómo es Internet en cada una de estas regiones”, explica Martel. Y la lógica es la misma para dar gusto al estómago que para montar una revolución política, religiosa o social.

No hay un Internet global, y no lo habrá nunca”

La analogía perfecta para entender a Martel es visualizar la red como mapamundi. Habría que imaginar el espacio digital como un conjunto de localismos delimitado por fronteras, en el que en vez de un mundo completamente conectado en una constante conversación global hay miles, millones de pequeñas tribus digitales hablando de intereses enraizados a lo más próximo: su lengua, su religión, su familia… “Se trata de fronteras, que no aduanas, salvo en el caso de China, Corea del Norte y Cuba”. Las tres tienen capado el acceso a la Red; China mediante un análogo virtual de su Gran Muralla, Corea del Norte renunciando a él y Cuba limitando el acceso a cibercafés gestionados por el Gobierno. “Lo que vemos dentro de cada parcela no es a gente unida a esa supuesta conversación global”. Martel lo deja muy claro: “Si vives en Barcelona, hablas catalán y quieres la recomendación de un restaurante, buscarás a barceloneses que hablen en catalán”.

Después de la odisea y su conclusión, Martel no tiene claro qué será lo siguiente. “No escribo pensando: ‘Me apetece hacer un libro sobre esta idea’. Entrevisto a mucha gente, leo e investigo muchísimo, y la idea surge sola”. El método le vale para evocar ideas poderosas, como la que cierra Smart: “A partir de ahora debemos hablar en plural y sin mayúscula: los internets”.

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