Yo soy el mejor del mundo
Ha sido el mejor vino del año, según ‘Wine Spectator’. Y está en La Rioja. Entramos en la bodega donde nace Cune Imperial Gran Reserva 2004.
El mejor vino del mundo es un gran reserva criado en La Rioja Alta. Y así será hasta que en pocos días la revista Wine Spectator vuelva a sacar su TOP 100 Wines. Hasta entonces, una legión de expertos, enólogos y amantes del vino esperará ansiosa para lanzarse a la caza del elegido.
Era 25 de noviembre de 2013 (viernes por la tarde en España) cuando el editor de Wine Spectator, Thomas Matthews, anunció que Cune Imperial Gran Reserva 2004 era el mejor vino del mundo. Entonces aún quedaba sin vender la mitad de las 4.000 cajas (de seis botellas cada una) que había dado de sí esa añada. Una semana después no había nada. El precio del vino, unos 30 euros en España y 63 dólares en Estados Unidos, subió como la espuma. Según los foros de la revista, en dos horas algunas vinotecas de California pusieron las botellas que les quedaban a 100 dólares. “Yo conseguí tres de puro milagro y para llegar aquí tuvieron que viajar por toda España”, cuenta María Larrea, enóloga de la Compañía Vinícola del Norte de España (Cvne) y experta que firma el vino. Durante varios días, María sumó a su trabajo habitual en la bodega escribir dedicatorias de cariño y afecto en botellas que le llegaban de Polonia o de Rusia. “Las mandaban con un texto aparte en su idioma que yo debía poner en la botella… Muchas veces no sabía lo que escribía”.
La clasificación de ‘Wine Spectator’
La revista estadounidense elabora su ‘ranking’ anual de TOP 100 Wines después de hacer catas ciegas de miles de vinos de todo el mundo. Se siguen criterios de calidad, precio (uno muy alto puede descalificar un ejemplar), disponibilidad en el mercado y lo que la revista denomina “el factor X”, una categoría difícil de definir, pero que los editores resumen en “eso” que el vino te hace sentir.
‘Wine Spectator’ es junto a ‘Wine Advocate’ una de las publicaciones líderes del sector. Sus premios son como los Oscar en el cine o las estrellas Michelin en la restauración.
Aunque está a punto de finalizar el primer reinado de un rioja como mejor vino del mundo, hay que remontarse a 1920 para descubrir los orígenes de este producto, que nació para ser exportado a Reino Unido. Se embotellaba en una pinta imperial inglesa de medio litro, y de ahí viene su nombre. “Si queda alguna botella, está en el cementerio”, explican en la bodega de la compañía en Haro (La Rioja). Aquí se encuentran los nichos donde CVNE guarda añadas de todos sus vinos desde 1879.
La vendimia de 2004 fue excelente. “Llovió y salió el sol lo justo”, recuerda María Larrea. “Sabíamos que tendríamos un gran producto”. Según la enóloga, Imperial solo se hace los años buenos. “La uva ha de ser perfecta, estar sana, debe ser dura y de grano pequeño. Además, tiene que estar en el mejor punto de maduración”.
Los viejos del lugar dicen que cada diez años suele salir uno muy malo. La década de 2000 ha tenido cuatro cosechas excelentes: 2001, 2004, 2005 y 2010. Pero en 2002 y 2006 no hubo Imperial. En 2013 tampoco lo habrá. “Es muy difícil que se repitan las condiciones climatológicas. Pero es lo bonito de este oficio. La climatología es la que manda cada año. Puedes tener el mismo suelo, la misma variedad de uvas (en este caso, tempranillo), pero si el tiempo no acompaña, no hay vino”, explica Valentín Moral, encargado de bodegas y el empleado más veterano de CVNE, con 43 años en la empresa.
A las puertas de la nave Real de Asúa, apellido de la familia que fundó CVNE en 1879 y cuya quinta generación aún dirige la bodega, varios técnicos seleccionan manualmente la uva que servirá como materia prima de Imperial. La fruta proviene de las hectáreas de viñedo que CVNE tiene en los pagos de Villalba donde se crían cepas de 45 años de antigüedad que dan vinos muy concentrados. “Un gran reserva supone muchos años de trabajo. La legislación dice que debe estar dos años en barrica y tres en botella, y aquí lo dejamos más tiempo. Hablamos de siete u ocho años dedicados a un producto”, cuenta la enóloga María Larrea. El premiado estuvo criado nueve años en bodega.
Cada parcela de viña se elabora en una tina donde tiene lugar la fermentación alcohólica. Luego se cría en barricas más pequeñas y al final se mezcla. En las barricas de roble francés y americano de la nave Eiffel, inaugurada en 1920 por el estudio del famoso arquitecto francés, reposa ahora la añada de 2008.
Imperial siempre se cuida en madera. El tipo de roble, francés o americano, produce diferentes “tostados”, según explica María Larrea. “El americano aporta vainilla, coco, café o chocolate, mientras que el roble francés da matices especiados como el clavo. Al mezclarlos se aumenta la complejidad”. En la nave Eiffel, Imperial pasa más de dos años, las barricas están a una sola altura porque el líquido que contienen debe ser catado a menudo por los enólogos. Larrea indica que la crianza en roble hace que sea más longevo en botella y se pueda consumir dentro de 10, 20 o 30 años.
Hay un solo lugar en la bodega donde pueden quedar algunas botellas del mejor vino del mundo. “Están en los calados del cementerio del vino, y esas no las podemos vender ni a los grandes coleccionistas que ya nos han ofrecido verdaderas fortunas”, asegura Marta Echávarri, relaciones públicas de la empresa. Los nichos del cementerio están repletos, albergan ejemplares de cada una de las añadas de Cune desde hace 135 años. Hay muestras de 1898 o de 1939, cuando acabó la Guerra Civil. Las botellas siguen envejeciendo bajo tierra en condiciones perfectas de temperatura y humedad y se van cubriendo con una capa de moho blanquecino que las confiere una apariencia fantasmal. Ahí vegetan hasta que se decide hacer una cata vertical (cubre todas las añadas de un mismo vino). Un acontecimiento que tiene lugar más o menos cada 20 años. Valentín Moral participó en una de ellas: “Se abrieron botellas de 1949 y varias de la década de los cincuenta. Y todas estaban buenas. Un vino que lleva muchos años cerrado se quiebra cuando se abre y le entra el oxígeno, pero estos podían aguantar hasta medio día”, explica el experto. Para los enólogos de CVNE es la única manera de saber si su producción envejece bien. “Queremos hacer vinos para el futuro”, dicen justo cuando pasamos muy cerca del nicho donde yace Imperial Gran Reserva 2004. “Si tocamos la botella suena la alarma en bodega”, advierten, y se explican: “Habrá que ver si el mejor del mundo aguanta 30 años”.
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