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EL PULSO
Columna
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El flamenco llegará a ser mestizo

A diferencia del jazz, el flamenco sigue siendo una expresión artística cerrada para los intérpretes de otros países en los festivales y escenarios andaluces.

La bailaora Olga Pericet, en una actuación en 2013.
La bailaora Olga Pericet, en una actuación en 2013.García Cordero

Con la muerte del bailaor Roberto Ximénez –pareja de baile de Argentinita y Pilar López– ha desaparecido la última gran figura viva del flamenco que recorrió el mundo durante los años cuarenta. Fue discípulo del Estampío y el primero que llevó una compañía a Tokio en 1955, aunque lo más importante es que triunfó en los escenarios españoles siendo mexicano, algo impensable en la España contemporánea.

A diferencia del jazz –que superó hace décadas los prejuicios étnicos y nacionalistas que cuestionaban el swing de cualquier músico que no fuera afroamericano–, el flamenco sigue siendo una expresión artística cerrada para los intérpretes de otros países en los festivales y escenarios andaluces. No obstante, durante la primera mitad del siglo XX triunfaron los bailaores mexicanos Luisillo, Manolo Vargas y Roberto Ximénez, quienes alternaron con el italiano José Greco y el guatemalteco Roberto Iglesias. ¿Cuánto le debe la danza española al argentino José Maestro Granero? Su Medea (1984) es un hito en la historia del baile porque es la obra más representada por el Ballet Nacional de España.

¿Y cuánto le debe Andalucía a los bailaores Shoji Kojima y Yoko Komatsubara? Los primeros flamencos andaluces que actuaron en Japón durante los años sesenta fueron de la mano de ambos y desde entonces la pasión nipona por el arte jondo no ha dejado de crecer en forma exponencial.

Más del 80% del público que asiste a los estrenos de la Bienal de Sevilla proviene del extranjero, pero en todo el programa de la Bienal apenas hallamos dos artistas foráneos: las bailaoras Yasaray Rodríguez (Cuba) y Florencia O’Ryan (Chile), primera extranjera admitida en el Ballet Flamenco de Andalucía. Para Florencia “significa una gran responsabilidad” y agradece “que las puertas estén abiertas para los que no hemos nacido en Andalucía”. ¿Y cuál es la responsabilidad del artista flamenco que no ha nacido en Andalucía? El tocaor Tino van der Sman (Holanda) lo resume así: “Por ser extranjero debo trabajar el doble y demostrar que merezco las oportunidades que me dan”. Y que conste que Tino se graduó en el Conservatorio de Róterdam, donde fue alumno del chileno Ricardo Mendeville, otro flamenco de la frontera.

Róterdam no es el único centro del mundo que da una titulación superior en arte flamenco andaluz, pues los mexicanos Xavier Venegas y David Martínez llevan el departamento de guitarra flamenca de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua, una especialidad que no existe en ninguna universidad andaluza. ¿Dónde podrían disfrutar de una beca Erasmus los alumnos de Cante Flamenco de la Universidad de Lituania que estudian con la cantaora Brigita Bublyte? En España desde luego que no.

Sin embargo, ya queda menos para que el flamenco se convierta en un gran arte global y mestizo como el jazz, con estupendos intérpretes de todo el planeta. En Japón triunfa la cantaora Yuka Kozu y en México se deleitan con la voz de Amalia Romero. En Argentina, el estandarte del flamenco lo lleva Álvaro González. Hasta en Israel se escuchan las soleás de Shuki Shveiky. Austria baila al taconeo de Marco de Ana, y Perú, al de Manuela Barrios.

Si el flamenco fuera de quien lo trabaja, la bailaora Clarisa Di Salvo y el tocaor José Ismael Sierra se llevarían un buen cacho, pues durante dos años han actuado e impartido clases por 13 países. Ahora están en Buenos Aires porque van a ser padres: “Como la niña nos salga cantaora, vamos a trabajar el triple”, se las promete José Ismael. ¿Y por qué no? Serían todos paisanos de Imperio Argentina, otra estrella del Flamenco de la Frontera.

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