Una bomba analógica
Nada de lo que nos entra por los ojos ha tenido su origen en el universo digital. La imagen nos recuerda de dónde venimos, quiénes somos, de qué estamos hechos
Observen esta modesta fotografía. Modesta desde cualquier punto de vista que se mire. Corresponde a una manifestación de afectadas por el recorte de un curso de costura convocado por el Ayuntamiento de Alcorcón, en Madrid, y por el que las alumnas ya habían pagado su matrícula. Las estudiantes muestran diseños de ropa a medio terminar y sencillos cartones con dibujos de antiguas máquinas de coser que simbolizan lo perdido. Todo, como ven, muy de andar por casa, muy doméstico, muy local. ¿Qué es entonces lo que nos ha llamado la atención? La carga analógica de la imagen. De súbito, en un mundo tan determinado por lo digital, se manifiesta lo analógico con una fuerza estremecedora. Fíjense en el cartón del primer plano, en la mano que lo sostiene, en la chaqueta que la joven de la izquierda levanta como una bandera. Vuelvan la vista al empedrado de la calle, a la caligrafía casera con la que se expresa la protesta… Todo remite a un mundo de átomos. No se aprecia un solo bit en el horizonte. Nada de lo que nos entra por los ojos ha tenido su origen en el universo digital. La imagen nos recuerda de dónde venimos, quiénes somos, de qué estamos hechos. Pura economía real que nos remite, por oposición, a la economía financiera, construida con píxeles. El píxel, que viene a ser una pincelada sin materia, es la base del dinero especulativo, del dinero burbuja, del casino financiero. De repente, al contemplar esta foto, nos ha venido a la memoria la existencia de la economía productiva. La economía productiva que, siendo la única posible, subsiste en la clandestinidad.
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