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EL PULSO
Columna
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Lo natural no siempre es sinónimo de humano

'El tren de la libertad', en defensa del aborto, llegó a Madrid el pasado 1 de febrero para reivindicar el derecho de la mujer a decidir

Marta Sanz
La marcha contra le ley del aborto en Madrid.
La marcha contra le ley del aborto en Madrid.Pablo Blázquez Domínguez (Getty)

El 1 de febrero nos juntamos en Atocha (Madrid) mujeres como Pilar, que, después de tener una hija mayor, se quedó embarazada, decidió abortar, pero le entró la llorera en la ducha y no lo hizo. O como Alicia, que abortó en Londres a finales de los setenta y sufrió por la intervención, la desubicación y el desamparo. Como Blanca, para quien abortar no supuso un trauma y hace poco ha sido madre. O como yo, que nunca quise tener hijos ni me he sometido a un aborto: solo una vez se me rompió un condón y, sin píldora del día después, ingerí por recomendación de un ginecólogo una sobredosis de anticonceptivos. Aun así, no me bajaba la regla: siete días horribles. Esa angustia no debería agravarse con la represión penal. En Atocha, una mujer rabiaba: “A ver si se atreven a meternos a todas en la cárcel”. Yo me compadecí de los médicos. Acabamos la manifestación bajo una pancarta que rezaba –es un decir–: “Menos rosarios y más bolas chinas”.

En las consignas de las manifestaciones se hacen inmediatos pensamientos complejos: “Gallardón, cómprate un Tamagotchi”; “Mi coño, mis normas”; “Un huevo no es una gallina, tu credulidad nos daña”. El 1 de febrero parece que no solo Lady Gaga, proabortista confesa, sino también Dios –haciéndonos creer que existe y desdeñando su fama de ser de derechas–, estaba con nosotras: amenazaba lluvia, pero no llovió, y la cabecera de la manifestación en defensa del aborto se abrió, como las aguas del mar Rojo, para recibir a Les Comadres, la tertulia feminista de Asturias de quien partió la idea de El tren de la libertad . Chus Gutiérrez, de la Asociación de Mujeres Cineastas, allí presente, insiste en que el objetivo de la película que decidieron rodar urgidas por la situación es “que no olvidemos, que las mujeres que hoy tienen 40 no tengan que volver a manifestarse a los 70. Como sucede ahora. La mecha prendió en Asturias, pero se ha extendido por toda España y más allá: Edimburgo, París, Buenos Aires…”. Una marea para no olvidar y dirigida, como en el caso de la privatización de la sanidad en Madrid, a reducir el empecinamiento de Gallardón y el Gobierno de contentar a esa derecha más de derechas que les nutre.

La mañana del 1 de febrero reveló el auténtico significado de una palabra que los fanáticos, los que hacen de la biología teología y restringen la feminidad a maternidad desdeñando una sexualidad femenina desacomplejada y sin culpa, nos roban: “vida”. Vida digna frente a esa vida metafísica que defienden los que esgrimen que el aborto se usa como anticonceptivo. Morado feminista frente al de Semana Santa: el de la mortificación transmutado en el violeta de las flores. Hombres y mujeres de todas las edades alrededor de banderas de partidos, sindicatos y colectivos como la Asamblea Transmaricabollo de Sol, los Yayoflautas o la Gran Logia Femenina de España. La ley del aborto previa a la contrarreforma no suponía un problema: el paro que empobrece especialmente a las mujeres sí era y es un asunto trágico. Por eso un grupo coreaba “mentir, robar y privatizar” sobre la musiquita de la gaviota del PP. Desde la conciencia de la desventaja histórica de la mujer y de que esa desventaja aún se asocia a nuestra biología, necesitamos que la civilización encauce en la medida de lo posible los desmanes de una naturaleza maravillosa, pero también violenta y cruel. Lo natural no siempre es sinónimo de lo humano.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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