El Racing y otros barcos del mismo naufragio
La historia del Real Racing Club de Santander no es más que la punta del iceberg de un gran declive deportivo
Durante los últimos años, el Racing se ha ido cayendo a pedazos. Hasta la irrupción de la crisis económica, el proyecto era local; después de ella entraron en juego un oscuro inversor indio y una sociedad holandesa. Tras dos décadas en primera, el club descuidó su cantera, acumuló deudas, bajó a Segunda, descendió a Segunda B. El año pasado suspendió todos los pagos y Hacienda le embargó las cuentas, de modo que el equipo y los trabajadores se vieron reducidos a la miseria. La junta fue sorteando la justicia gracias a su asesor legal, profesor de la Escuela de Práctica Jurídica de Cantabria. Finalmente, un juzgado madrileño anuló en diciembre la compra del supuesto magnate indio por impago, y en enero un juzgado holandés intervino a la empresa propietaria nominal del Racing. A finales del pasado mes, los jugadores se negaron a jugar, se detuvo la inercia corrupta y destructiva de la junta anterior y se llevó a cabo una acción popular para salvar al club. En el partido siguiente, 15.000 aficionados recordaron que apoyaban a la institución. Contra viento y marea: el oleaje de ese fin de semana hizo que el Diario Montañés pusiera en titulares la palabra “tsunami”.
La tortuosa historia del Real Racing Club de Santander no es más que la punta del iceberg. Esa isla a la deriva forma parte de un gran naufragio deportivo. Bajo las aguas del mar Cantábrico descansan los restos del Asobal, equipo de balonmano que, patrocinado por Teka (la fábrica de fregaderos), llegó a ser campeón de Europa: desapareció en 2008. En esa fecha también se extinguió el Alerta Cantabria Lobos, que llegó a estar cinco temporadas en la ACB. Junto a esos dos proyectos, como un puzle de olvidos recientes, los pedazos del Saunier Duval, equipo ciclista profesional, que la marca abandonó hace ya cinco años. De ese archipiélago de naufragios surge una pregunta: ¿puede una sociedad sobrevivir sin un imaginario de éxitos y triunfos? “Cuando nos clasificamos para la UEFA”, recuerda el escritor Javier Menéndez Llamazares, “salieron a la calle 20.000 personas, el doble que en cualquier manifestación política multitudinaria”.
Los clubes deportivos no son solo tejedoras sociales, entre clases y generaciones, también son máquinas de transferencia simbólica. El espejo cóncavo o convexo de las ilusiones colectivas. Y el periodismo: el espejo del espejo en el estadio (en lugar de la orilla del camino). Sin balonmano, baloncesto ni ciclismo, con menos fútbol de lo merecido: ¿a qué se dedica un periodista deportivo en Santander? Aser Falagán me responde con una carcajada: “A los bolos y a las traineras”. No es broma. Los bolos palma no tienen nada que ver con el bowling: “Se lanzan a más de 14 metros bolas pesadísimas que no pueden rodar, lo que exige una enorme técnica, es casi exclusivo de Cantabria, que tiene su propia Liga con peñas y jugadores que llegaron a semiprofesionales y aun ahora, en plena crisis, algo cobran”. La afición por las traineras, en cambio, se expande por todo el norte: Galicia, Asturias, Cantabria y Euskadi. “Se trata literalmente de carreras de botes a remo”, me cuenta Aser, “su origen es muy revelador: las traineras eran barcos de pesca y tras faenar todas las tripulaciones competían por llegar las primeras a la lonja y, por tanto, conseguir el mejor precio y la máxima venta de mercancía”. Hay Campeonato de España y Liga regular. Las embarcaciones cuestan miles de euros: pero no se extinguen los patrocinios.
Las peleas de camellos vuelven a estar de moda en Turquía. Las colles castelleres viven un gran momento en Cataluña. El rodeo sigue siendo poderosísimo en el país de la NBA y el fútbol americano. La globalización es contrapesada por las pasiones locales. Ficciones identitarias que se refuerzan cuando arrecia la tormenta, el temporal.
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