El ecoturismo
"El ecoturista madruga, desayuna a toda velocidad papaya, cereal integral y alguna infusión, y luego sale disparado rumbo a los rápidos de un río"
De un siglo al otro, la selva cambió de signo. La imagen de un momento placentero en la jungla era, hasta hace unos años, la de un señor vestido de lino, con sombrero de panamá y un vaso de whisky en la mano, mirando la fauna y el espeso verdor desde la sana distancia que le daban su atuendo y su actitud. Pero el ecoturismo, esa rama de la industria que consiste en lograr que el turista y la selva sean una misma entidad, ha aniquilado esa distancia, y hoy la imagen de un momento placentero en la jungla es la de un individuo en camiseta, pantaloncillo corto y botas llenas de lodo sobrevolando el espeso verdor colgado de una tirolesa.
La naturaleza, para el hombre del siglo anterior, era un territorio propicio para las caminatas sosegadas, las grandes comilonas a la intemperie y para leer o sestear en una hamaca. Para el ecoturista, esa misma naturaleza es un campo de batalla que exige más trabajo, y más sudor, que la dura vida cotidiana, esa de la que se pretende descansar durante las vacaciones. El ecoturista madruga, desayuna a toda velocidad papaya, cereal integral y alguna infusión, y luego sale disparado rumbo a los rápidos de un río o a una cima lejanísima en la que hay un puente colgante, y si no queda exhausto al final del día, quiere decir que no se ha divertido, que se ha comportado como esos hombres sosos del siglo anterior que se levantaban tarde de la cama y desayunaban parsimoniosamente mientras leían la prensa, esos insensatos que se creían que las vacaciones eran para descansar.
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