Maestros de la fotografía al otro lado
Desde leyendas como el fallecido Oriol Maspons hasta contemporáneos como Chema Madoz y Alberto García-Alix, pasando por consagrados como Joan Colom, Colita, Leopoldo Pomés, Eugeni Forcano… Este es el retrato de la mirada de destacados fotógrafos que han sido testigos de excepción con sus cámaras de la historia de España durante el último medio siglo
El maldito obturador de la Leica M6 negra que Alberto García-Alix lleva colgando del cuello se ha encasquillado. Este cazador errante, leyenda viva entre la gran tribu de fotógrafos españoles contemporáneos, se enfrenta a la terrible paradoja de no poder disparar su arma de combate. Su presa es el solitario sillón blanco de un descansillo tristemente iluminado por la luz de un fluorescente. Acaba de encontrarse con él bajando las escaleras de un edificio en el centro de Madrid durante una invernal tarde de sábado. La escena, como sucede a menudo con las instantáneas de García-Alix, rezuma soledad y desarraigo. Acaso una metáfora de sí mismo. “¿Por qué está ahí ese sillón? ¿Por qué esa luz? ¿Por qué no funciona este cacharro…?”.¡Crac!
La detonación resulta lo menos parecido a un clic. El disparador de la Leica trillada de García-Alix (León, 1956) suena tan cascado como su voz. A simple vista podría pensarse que por él ha pasado ya demasiado tiempo desde que empezó su singularísima caza de imágenes, reconocida internacionalmente y premiada, entre otros galardones, con el Nacional de Fotografía en 1999. Pero en su mirada nerviosa cámara en ristre mantiene intacto el espíritu de un niño capaz de sorprenderse con todo aquello que le rodea. Viste pantalones vaqueros, jersey negro de marinero con pañuelo al cuello, chupa de motorista y elegantísimos botines verdes. La incipiente barba blanca de varios días no oculta del todo la cicatriz que cruza su mejilla derecha. Luce pendientes en la oreja y tatuajes de corsario. García-Alix es un pirata. Siempre llega de lejos y está a punto de volver a largarse izando el pabellón de feroz perseguidor de imágenes que nos envuelven en atmósferas y territorios que el común de los mortales no solemos pisar, con una estética de las entrañas que para él es “pura vida”.
Ahora se marchará a París, a empezar a preparar una gran exposición para el próximo otoño en compañía de su novia, Fred, punta de lanza de la editorial Cabeza de Chorlito que ambos han fundado “para vivir la aventura de ser libres” y porque están convencidos de que la fotografía siempre tendrá un sitio en papel. Mientras ella está en el piso de arriba junto a un nutrido grupo de la horda de jóvenes fotógrafos que presentan libros autoeditados en la sede del colectivo/escuela Blank Paper, él dirige su objetivo hacia el sillón blanco iluminado por un fluorescente. La cámara sigue siendo para él un cuarto de juguetes que sirve para ver. “La fotografía es el espacio para inventarme. Representa una revelación. Y la emoción al mirar. La posibilidad de soñar lo que vi. Para mí nunca fue un bálsamo. Mirar es presión. Una tensión que necesita un permanentemente insatisfecho como yo. Una tensión obsesiva, sí, que quizá corresponda a mi alma infantil”.
Este es el autorretrato de la mirada de García-Alix al otro lado del visor. ¿Y cómo es la instantánea de la mirada de destacados fotógrafos españoles como él? Eso es lo que Estela de Castro (Madrid, 1978) se propuso empezar a inmortalizar hace tres años. Fue tras conocer a los veteranos Leopoldo Pomés y Eduardo Momeñe. De Castro visitó a ambos en sus estudios y acabó retratándolos. Sin cámaras colgando del cuello. En blanco y negro. Con luz natural. “Me interesan los padres y los abuelos de la fotografía española”, explica la autora de esta galería de ilustres. “Son los que han escrito la cultura visual de este país. He querido retratar a los fotógrafos que nunca mueren, porque sus imágenes nos acompañarán siempre”.
Recibir el encargo de retratar a Franco en El Pardo fue una proposición que no pude rechazar” (Ramón Masats)
Parte del resultado de su trabajo ilustra estas páginas. Es solo una selección porque en los últimos tres años De Castro ha culminado una galería que se acerca al medio centenar de retratos de destacados exponentes de la disciplina. Desde la mirada inquieta de Oriol Maspons hasta la serenidad frente a la cámara de Ramón Masats, pasando por Pomés, Colita, Eugeni Forcano, Joan Colom, Toni Catany, Alberto Schommer, Javier Vallhonrat, Chema Madoz, García-Alix, Cristóbal Hara… En sus casas o en sus estudios. Sin artificios. Y aparentemente cómodos, a pesar de ser fotógrafos, de mostrar su mirada al otro lado del visor. Retratos que unen a varias generaciones de relevantes testigos de la historia de España durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI.
Algunos de ellos nos han dejado desde que De Castro comenzó a retratarlos. Es el caso del inolvidable Oriol Maspons (Barcelona, 1928-2013). Notario del aterrizaje de los biquinis a la España de finales de los cincuenta, de los hippies a la Ibiza de los setenta y de la jarana de los turistas en la Costa Brava catalana. Tan cronista junto a Colita de la gauche divine barcelonesa como creador de una eterna mirada neorrealista hacia el barrio de aluvión barcelonés de la Trinitat. Autor del célebre artículo Salonismo, que tantos enemigos le granjeó con su publicación en 1957 por arremeter contra el oficialismo fotográfico servil con lo pictórico y tan reconocido en concursos y salones de la época. “En sus últimos años, Oriol ya no hacía fotos, esto de las máquinas digitales le sobrepasaba”, explica Coral, viuda de Maspons. “Pero se mantenía joven y curioso. Como ha quedado patente en su obra, su ironía no tenía límites. Le gustaba provocar. Y hacerlo mediante el reportaje. Una cosa le diré: aunque su nombre siempre sonaba y nunca llegó, él esperaba que algún día le dieran el Premio Nacional de Fotografía”.
Tal reconocimiento ya no será posible. Tampoco escuchar su legado. El tiempo juega en contra de los que retrataron con brillantez y arriesgada independencia las luces y sombras de una España en blanco y negro bajo el yugo dictatorial de Franco el siglo pasado. Con la preocupación de Estela de Castro por fijar la memoria de sus miradas coincide en el tiempo el proyecto visual y oral La voz de la imagen. Historia de los fotógrafos españoles (www.lavozdelaimagen.com), que, como informaba recientemente EL PAÍS, han puesto en marcha el historiador Publio López Mondéjar y el cineasta José Luis López Linares para impulsar la huella fotográfica de grandes maestros españoles del siglo XX. Una iniciativa donde ya aparecen los testimonios de algunos de los retratados por Estela de Castro como Ramón Masats, Eugeni Forcano y Leopoldo Pomés.
Un consagrado como Ramón Masats (Caldes de Montbui, 1931), premio Nacional de Fotografía 2004, autor de los ya míticos volúmenes de la serie Palabra e Imagen con los títulos Neutral corner (1962), Los sanfermines (1963) y las Viejas historias de Castilla la Vieja (1964) con textos de Miguel Delibes, dice hoy estar retirado. “Esa pasión se acabó, ya no me motiva la fotografía”. Y rememora al teléfono cómo era ejercer el oficio en una España ahogada en la dictadura. “Era muy deprimente, como creo que mostré en algunas instantáneas. Nunca quise incidir en la miseria, pero partiendo de la elipsis también era posible mostrar la España de entonces. No éramos conscientes de que estábamos retratando una época. Y hablo en plural porque había una camaradería entre nosotros, como se demostró con el colectivo AFAL, que nació en Almería de la mano de José María Artero y Carlos Pérez Siquier”. Entre sus cientos de anécdotas, Masats recuerda cuando le hicieron el encargo de fotografiar a Franco en El Pardo. “Fue una proposición que no pude rechazar. Lo retraté junto a una ventana y tuve que medirle varias veces la luz del rostro con el fotómetro de mano antes de disparar porque el día estaba nublado y la luz cambiaba de intensidad. Me preguntó que por qué le medía tantas veces la cara. Él también era fotógrafo… y mientras posaba me iba diciendo: ‘Le advierto de que va a venir una nube…”.
He sido ‘reporter’ de mi entorno. Y cuando retratas, haces historia de tu país, de tus perros y de tus gatos. Es un poder tremendo” (Colita)
Sobre la camaradería de grupos como AFAL en el que participó Masats y del rechazo que sufrieron por parte del salonismo que denunció Maspons da también fe Leopoldo Pomés (Barcelona, 1931). “El oficialismo arremetió contra mí como pasó con Maspons, Masats, Terré o Miserachs en aquellos tiempos”, recuerda Pomés. “El salonismo imperante era completamente ñoño y, por consiguiente, mis fotografías produjeron gran revuelo e incluso indignación. Recuerdo pequeños grupos discutiendo y señalando imágenes para ellos incorrectas, como movidas, con negros excesivamente acotados”.
La fuerza de sus obras acabó imponiéndose. Y las vivencias son incontables entre los fotógrafos de aquella generación. Eugeni Forcano (Canet de Mar, Barcelona, 1926), que aprendió a bregarse con una cámara de madera de su madre y es considerado por muchos heredero de la mirada social de Català-Roca, recuerda desde su casa de Barcelona que Dalí siempre intentaba llevarse alguno de los inefables objetos que custodiaba en su recargado estudio repleto de “piezas llenas de vida” (Gil de Biedma dixit) cuando le visitaba. “Miró, que hablaba muy poco, solo dijo una cosa cuando entró en mi estudio: ‘¡Oh, puñeta!’. La verdad es que era un lugar acojonante”. Cronista del pulso de las calles barcelonesas que quizá demasiado tarde recibió el Premio Nacional de Fotografía 2012, Forcano dio su primer gran salto al ser reclutado por Néstor Luján y Josep Pla para realizar las portadas de Destino. Y gracias a la moda, recuerda, compró “espacios de libertad para hacer reportajes”, su gran pasión. Porque, como asegura, “si uno va por la calle y observa, la vida es demencial”.
La fotografía como un juego ha sido siempre para una consagrada de la talla de Colita (Barcelona, 1940). Curtida con Miserachs, vio cómo en 1971 la policía franquista clausuraba, un par de días después de inaugurarse, su muestra sobre la gauche divine en la galería Aixelà. Nada de todo aquello impidió que la mordacidad y humor cáustico de sus retratos de aquella inspiradora y rebelde pléyade formen parte de nuestra memoria colectiva. “Nos defendimos como pudimos, estando juntos, haciendo cosas y trabajando; hoy estoy jubilada, pero he podido hacer historia”, dice Colita desde su casa en el barcelonés barrio de Sants, donde espera la inauguración en marzo de una antológica sobre su obra en La Pedrera. “He sido reporter de mi entorno. Y cuando retratas, haces historia de tu país, de tus perros y de tus gatos. Es un poder tremendo”.
Entre los más veteranos que documentaron la historia gráfica de España en el último medio siglo, Ramón Masats cita por ejemplo a Chema Madoz (Madrid, 1958) como uno de los exponentes de las épocas que empezaron ya a brillar con la democracia. Artífice de una obra muy distinta a la de Masats, de la que este último dice admirar “su inteligencia”, Madoz, premio Nacional de Fotografía 2000, también ha posado para Estela de Castro junto a otros destacados colegas. Creador de exquisitas paradojas visuales con pinceles melena al viento o latas con abrelatas en su interior, para quien “trabajar con objetos es hacerlo con ideas”, dice sentirse cómodo jugando con “el concepto de engaño que pone en solfa la idea de percepción”. Si tuviera que elegir una de sus fotos para explicar la situación actual de España, Madoz dice que se le viene a la cabeza “la imagen de un avestruz metiendo la cabeza en su propio huevo”. Y asegura devolver la vista hacia “maestros como Masats que ejercieron de punta de lanza para romper la desolación de la España de la dictadura”.
Unos y otros han aceptado el reto de desnudar su mirada en los retratos que acompañan a estas líneas. Algunos ya no están, pero queda la obra de varias generaciones de testigos implacables de nuestro tiempo. “Pura vida”, que diría Alberto García-Alix aferrado a su Leica negra como tabla de salvación donde reinventarse en cada disparo. Como apunta Estela de Castro, “nos quedan miles de imágenes, sus propias miradas, todo lo que han registrado en negativos a lo largo de su vida. Nos queda un legado maravilloso que no debemos olvidar nunca”.
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