¡Estamos fuera!
Uno ve esto y lo primero que se le ocurre es fotografiarlo. ¿Por los cadáveres? Quizá no. ¿Entonces? Ni idea, por la simetría tal vez. Por el orden. La imagen tiene algo de desfile militar. Cada cuerpo guarda una distancia idéntica respecto a los que le rodean. Además, cuando la cadena se pone en movimiento, todos los pollos se mueven al unísono, un dos, un dos, les falta volver la cabeza cuando pasan frente a la tribuna. Todo está tan desnudo como aparenta, todo menos el operario que limpia los animales uno a uno con la boca tapada, por higiene. Esa, la higiene, es otra de las razones que le impulsan a uno a sacar la cámara y obtener la foto. Desinfectado y desinsectado, que diría un cartel del metro. Tanto es así, tanta es la pureza que se respira en esta atmósfera cruel, que los animales, en vez de ir hacia el más allá, como les correspondería por su condición de cadáveres recientes, parecen venir del otro lado. Fíjense, si no, en el operario, que tiene algo de ángel exterminador, pero observen sobre todo la luz del fondo, que es la luz al final del túnel de la que hablan los que han logrado regresar. Los pollos regresan también. Es cierto que regresan muertos, pero ahí están, vienen hacia nosotros con toda su carne de gallina. Y a nosotros, en una situación tan anormal, tan fantástica, tan maravillosa en cierto modo, lo único que se nos ocurre es sacar el iPhone y tomar esta foto. Entre una cosa y otra, nos perdemos lo que la visión tiene de experiencia extracorpórea. En efecto, milagrosamente, estamos fuera de todos esos órganos
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