Ser líderes no basta
Prueben a decirle a una de las 7.800 personas que en 2009 esperaban un órgano en España que de qué se quejan, que están en el país con mejores indicadores de trasplantes del mundo. Prueben a decirle a los familiares de alguno de los fallecidos en esa lista que en otro país le habría ido aún peor, si es que ello es posible. ¿A que no consuela? Por eso repetir las excelencias del modelo español solo es ver el vaso medio lleno. El año pasado se hicieron 4.028 trasplantes, pero es poco más de la mitad de los necesarios. Porque el hecho es que desde que en 1999 se llegó a una tasa de 33,6 donantes por millón de habitantes, este indicador se ha estancado. En 2009 fue de 34,4, y en ese entorno ha oscilado en los últimos 11 años. También las negativas familiares han encontrado un suelo, el 16%, del que no se baja.
Hay razones para que esto haya sido así: el descenso de los accidentes de tráfico o una mayor presencia de personas que vienen de culturas donde el trasplante no es ni siquiera una opción a considerar. Pero eso no quita para que se continúen los esfuerzos para mejorar los indicadores. Los programas de formación de mediadores culturales y los de fomento de los donantes vivos para riñón o hígado son una prueba de ello. El desglose de los datos que da la propia Organización Nacional de Trasplantes (ONT) muestra claramente que hay margen de mejora. Si hay comunidades que consistentemente están en tasas superiores (Cantabria casi duplicó el año pasado la media) es que hay posibilidad de aumentar la eficacia.
La creación de cadenas de trasplantes puede ser el último intento. Con ello nos acercamos peligrosamente al fin del altruismo en la donación. La idea de "dono porque me van a dar un órgano a cambio" puede servir para convencer a algunos reacios. Quizá se pervierta el espíritu del sistema que tan bien ha funcionado hasta ahora. Pero pregunten a los afectados si no les merecerá la pena.
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