Un actor en busca de conflictos
Ben Kingsley afirma que sólo le interesa la interpretación como forma de lucha
En esta pasarela de intérpretes británicos que se ha convertido el Festival de Cine Europeo de Sevilla, ayer domingo le tocaba el turno -tras Christopher Lee, John Hurt y, si puntúa por ser de las islas, el irlandés Colin Farrell- a sir Ben Kingsley, que también recibió su homenaje de rigor. Sir Ben, muy importante si se charla con él no olvidar su rango heráldico, no sólo ha venido a darse un baño de masas y a presentar su último filme, 50 hombres muertos, que se estrena en España el próximo viernes, sino también a olisquear cómo andan las coproducciones.
El actor siempre ha sido un luchador nato, de los que se han hecho a sí mismos. Kingsley nació como Krishna Bhanji en Scarborough (Yorkshire), en 1943. Su nombre procede de su abuelo, un tratante de especias en Zanzíbar al que apodaban el Rey del Clavo. Tras 35 años de carrera -marcados inexorablemente por su Oscar con Gandhi y su querencia a los personajes históricos-, el actor prosigue a la búsqueda de guiones con un personaje "en mitad de una encrucijada". "Tuve la suerte de que empecé haciendo Shakespeare. Fue mi escuela. Y de esos inicios me quedó un apetito por filmes con viajes vitales, por personajes que deben tomar graves decisiones". Y ese conflicto aparece constantemente en sus proyectos. "Supongo que si hubiera nacido en el Imperio Romano, incluso antes, yo hubiera sido el cuentacuentos de la tribu, el trovador que insuflaba alma y fuerza a sus historias. Espero que el público sepa que intento en cada película aportar algo más". El mejor ejemplo, su personaje en 50 hombres muertos, un policía que recluta a un chaval para que sea su informador dentro del IRA (el filme transcurre a finales de los ochenta). "En aquel mundo salvaje y corrupto era imposible mantenerse limpio. Mi policía no era un agente como la mayoría. Usa una máscara como mecanismo de defensa, pero dentro de él hay una sensibilidad que yo debía alimentar para acercarle al público". Un thriller que es también un filme político. "Todas las buenas películas tienen ese toque político. Vayamos a Shakespeare. Romeo y Julieta funciona por el enfrentamiento entre las familias. Hamlet tiene conflictos muy humanos. ¡Ah!, pero es príncipe, y sus problemas son públicos". ¿Y por eso le gustan los personajes históricos? "No. Elijo los que afrontan enormes conflictos. Y se da en caracteres así. Elegy [su filme con Isabel Coixet y Penélope Cruz, de quienes no para de hablar maravillas] no es histórico, pero mi personaje debía tomar una gran decisión".
"De haber nacido antes hubiera sido el trovador que daba fuerza a la tribu"
Ahora, Kingsley busca sangre fresca. Su pecho se expande, dentro de una impoluta camisa de cuello Mao, y mira fijamente a los ojos del interlocutor: "Antes de responder, te cuento algo. Cuando leí La lista de Schindler estaba asustado. Le pregunté a Steven Spielberg qué quería de mí. Yo necesito un compromiso con el creador para cada viaje fílmico, pero en ese proyecto todo me parecía complejísimo. Y él me dijo una palabra sobre mi personaje que sonaba igual a lo que resonaba en mi mente: conciencia. Yo pensaba: testigo". Kingsley cruza los dedos: "Era lo mismo, y por eso hice la película". Eso le sirve como introducción para explicar su paso a la producción: "Tengo en marcha cuatro proyectos. Todos sobre hombres con enormes conflictos. Uno sobre la I Guerra Mundial; otro sobre el emperador que erigió el Taj Mahal; otro sobre el Quijote, que me apetece mucho. Y el cuarto, muy cercano a mí, se centra en la muerte de Shakespeare. Sabiendo que se moría, el escritor dictó su testamento a un amigo abogado, y el documento resultó simple, tonto. ¿Por qué un hombre de su altura hizo algo así? Ahí arranca la película. Producir es como cocinar, y a mí me encanta cocinar: cojo algo de aquí, de allí, todos productos de calidad. En la Europa cinematográfica rebosa la calidad".
Babelia
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