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Reportaje:

Guerra feroz por el trono en el reino de los festivales

España rompe los precios internacionales con la fiebre del directo - Todos compiten por el público, las estrellas, y un lugar en el mapa

"Me dicen que lo nuestro es competencia desleal. Yo les contesto: ¿La competencia desde cuando es leal? No hay leyes que regulen este sector", afirma Alfonso Santiago, de Last Tour International, una promotora bilbaína que entró en el mundo de los festivales hace siete años con el Azkena Rock de Vitoria. En 2008 organiza cuatro. El primero, que empezó el jueves, es el Getafe Electric Weekend (GEW). Lo curioso es que tiene la misma ubicación y fechas que en un principio había anunciado el veterano Festimad, que se ha visto obligado a moverse a Leganés. Sus organizadores están que trinan. "Nos enteramos de la existencia del GEW por el agente inglés con el que estábamos contratando los grupos. Lo han montado para matar lo que ya había", manifiesta.

En 2006 había 27 citas con 850.000 asistentes. Las cifras se han doblado
The Police cobrará 1,9 millones, la actuación más cara del verano en España
El circuito habitual mengua. "Hemos creado un monstruo"
"Las instituciones luchan por tener algo mejor que el de al lado"
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Es un caso de guerra poco encubierta entre festivales rock. Y no el único. El clásico Festival Internacional de Benicàssim se enfrenta al mucho más reciente Summercase. Existen dos Viña Rock, uno en Villarrobledo, Albacete, y otro en Paiporta, Valencia, como resultado de una disputa aún no resuelta entre el Ayuntamiento y la promotora. Y entre medias hay una saturación evidente y reconocida. Este fin de semana es el ejemplo. Aparte del GEW, en Barcelona se celebra Primavera Sound, un certamen que pone el énfasis en propuestas emergentes, y en San Sebastián de los Reyes está Cultura Urbana, con las primeras figuras del hip-hop nacional.

En su anuario de 2006, la SGAE listaba 27 festivales, contabilizaba 850.000 asistentes y una recaudación de 17,55 millones de euros. Hoy, esos números al menos se han doblado. Y la recaudación resulta ridícula si tenemos en cuenta los presupuestos de los recién llegados. Sólo el Rock in Rio afirma haber gastado 30 millones y ha puesto a la venta medio millón de entradas, 100.000 para cada una de sus cinco jornadas.

"Entran en juego varios factores. La respetable ansia de triunfar de todos. Hay promotores que sin mucha experiencia se han tirado a la piscina. Hacían un bolito en su localidad y decidieron montar un festival. Pero está creando una competencia feroz, sobre todo en los cachés, pero también para compartir público o empresas que suministran luces, escenarios y seguridad. Y a esto se ha unido el boom de los ayuntamientos, la pata que faltaba", dice José Morán, codirector del Festival Internacional de Benicàssim (FIB).

El modelo "romántico". En los noventa, tres veinteañeros amantes de la música independiente decidieron montar un evento para traer a sus grupos favoritos a España. Hoy, Maraworld, la empresa que controla ese certamen, es una estructura con 16 trabajadores estables que maneja un festival con un presupuesto de 9,5 millones de euros. De los 40.000 abonos que se ponen a la venta, más de 13.000 se compran en el Reino Unido e Irlanda, alrededor de 1.500 en Francia, 800 en Escandinavia y una cantidad igual en Italia o Alemania. Aproximadamente la mitad de los que vienen al FIB son extranjeros atraídos por la idea de una semana de música, sol, playa y gastronomía. Tan goloso era el pastel que, hace tres años, parte del festival fue adquirido por el británico Vince Power.

La pelea casi ha llegado a las manos. Para conseguir público se lucha por los artistas que hacen los carteles más atractivos. Esto se ha visto potenciado por la curiosa naturaleza de los contratos. No hay cachés fijos, se funciona con pujas. Las principales agencias de contratación con base en Londres reciben las ofertas y deciden dónde van a ir los músicos. No hay cláusulas de indemnización, en cualquier momento pueden suspender e irse con el vecino. "De toda la contratación del festival lo que más extraño me resulta es la parte musical", dice Guy Martini, un promotor francés que se encarga de la programación del Festival de las Artes y las Músicas de Castilla y León, un certamen multidisciplinar que mañana comienza su cuarta edición. "Cuando contacto con una compañía de teatro, muchas veces el acuerdo es verbal, pasan meses y el día de la actuación se firma. Pero los músicos te pueden fallar en el último minuto".

Los festivales, las bandas y los agentes británicos son reacios a hablar de cachés. Por lo menos de los propios, que no de los ajenos. El grupo más caro que viene a España este verano es The Police, casi dos millones de euros por concierto, dice Alfonso Santiago, que los tiene en el Bilbao BBK Live Festival. "Cuando tocaron en Barcelona reunieron a 60.000 personas a 60 euros cada uno. Eso significa 3,5 millones de euros en entradas. Ellos lo saben y lo cobran", explica. "Pero eso era por un concierto único", rebate un promotor que participó en la negociación. "Lo que pasó fue que en un primer momento el caché era de 1,5 millones de dólares [950.000 euros]. Pero alguien, para llevárselos, ofreció tres (1,9 millones de euros). Otra ciudad, al enterarse, igualó la puja. Ya no quedaba otra que pagar lo mismo si los querías tener".

Estas ofertas desmedidas hacen menguar el circuito de conciertos habitual. "Bandas que hace un año apenas reunían 100 personas cobran 25.000 euros por bolo, es imposible traerlos. Por eso este año hay menos conciertos", asegura un pequeño promotor. Otro resume la situación con una palabra: "Escandaloso". Su empresa, dice, organizó 40 conciertos en mayo de 2007. "¿Sabes cuántos hemos tenido éste? Cero. Estamos creando un monstruo".

"Hay artistas que están cobrando dos o tres veces lo que en Francia o Alemania, que pagaban el doble. Hemos superado hasta a Japón. Hacemos el gilipollas, los agentes flipan", dice José Morán, que asegura que ninguno de los artistas del FIB ha cobrado más de 400.000 euros por un concierto. No está mal para Leonard Cohen, pero no es nada comparado con otros números. Neil Young, por actuar en el Rock in Rio, rondará el millón de euros. Por Amy Winehouse (en la lista negra de las aseguradoras por su capacidad para suspender conciertos junto a Morrissey, Babyshambles o Whitney Houston) se ha pagado un mínimo de 550.000. Rage Against The Machine ha costado entre 600.000 y 800.000. Hasta las bandas más pequeñas sacan tajada. El caché de Breeders, que cobraba 25.000 euros, anda por 100.000. "Llevamos dos o tres años así. Desde la llegada del Summercase, que es quien rompe el mercado", señala Morán.

Summercase es un festival con dos sedes, Barcelona y Boadilla del Monte (Madrid), dirigido al mismo público que el del FIB. En sus dos primeras ediciones entre ambos certámenes había siete días de diferencia. Pero esta vez, como eran incapaces de competir en esas fechas con los del Reino Unido, se celebra el mismo fin de semana que el FIB. Y éste, a su vez, ha contraprogramado otro festival en Madrid.

El Summercase lo organiza Sinnamon, una promotora barcelonesa. Dueños de un rentable club en la capital catalana, de una discográfica y habituales en el circuito de salas, entraron en los festivales con uno de música electrónica en la costa andaluza y un certamen itinerante en invierno. En 2008 organizan al menos cinco. "Se están diciendo cifras que son cinco o seis veces más de lo real", dice José Cadahia, director de Sinnamon. "Si la demanda aumenta, también los cachés. Donde los certámenes han crecido, como Irlanda, Australia o Estados Unidos, se han disparado. Donde menos estamos pagando es en España, y son precios asumibles. Se nos acusa de reventar el mercado. Y aunque el primer año es posible que tengas que pagar más porque no te conocen, los siguientes las bandas van a tu festival porque te prefieren. Pero es más fácil decir que es porque les han pagado más".

La gran pregunta es: ¿de dónde sale el dinero? "Sobrevivimos por las aportaciones institucionales y por los sponsors. Si no, perderíamos una pasta. Sin lugar a dudas", afirma José Morán.

A pesar de que las entradas son una parte básica de los ingresos, muchos festivales dependen de las marcas que ven aquí una forma de darse una imagen juvenil. Su implicación económica varía según cada certamen, pero es raro aquel que cuenta con una aportación privada menor del 10% de su presupuesto.

Lo de la Administración es harina de otro costal. En España no hay una ley que regule límites para las instituciones. Es terreno libre para los ayuntamientos. Dejan el terreno gratis, proveen de seguridad, transportes públicos... Bilbao aportó el año pasado 1,5 millones de euros sólo para la contratación de grupos del Bilbao BBK Live. "Las instituciones luchan por tener algo mejor que el de al lado en carreteras, museos... pero nunca les ha dado por invertir en música. San Sebastián no tiene un gran museo, pero dispone de dos festivales por los que la conocen en todo el mundo. Lo que hay que generar no son más edificios, sino contenido. Es otra forma de hacer ciudad. Ojalá más ciudades se dieran cuenta. Yo peleo con las instituciones y les queda mucho. En Bilbao, pasa como en Bélgica o Francia: lo patrocina el área de promoción económica, no cultura o juventud, porque creen que son buenos reclamos para atraer movimiento. El Ayuntamiento pone un 20% del presupuesto y una fuerte implicación en transporte. Cuando programas un evento, también haces el juego a la institución. Imagínate, en Getafe no han visto nada más grande que esto aparte del equipo de fútbol. 'Nos llaman de todos los ayuntamientos, esto es la hostia', dicen. Al final hay que vender tiques. Corro un riesgo muy elevado, así que ayúdame para que tenga que vender unos pocos menos. Lo que le pides siempre a la institución es eso", explica el promotor Alfonso Santiago. José Morán lo ve de otra manera: "La Administración no puede llegar a un sector tan frágil todavía y romper el mercado con cachés altísimos. No se permitiría en cualquier otro sector. Llegar y comprar coches a un precio escandaloso o saturar el mercado con coches a un precio bajísimo. Esto está regulado y los festivales no: nos ha sorprendido a todos, a nosotros, a la SGAE, al Gobierno, a las instituciones. Que se involucre en estos proyectos de tal manera que sirva para apoyar pero no desequilibre, que es lo que ocurre. Los ayuntamientos ven los festivales como una baza electoral para llegar a los votantes más jóvenes y entran en el sector de una manera nada profesional ni respetuosa".

La conclusión es que este año es de resistencia. "Nos vamos a meter una leche todos", sentencia José Morán. "En los negocios, una de las claves es saber que no vas a ganar todas las batallas. El periodo de maduración de un festival es de seis o siete años, hasta entonces no hay beneficios", señala José Cadahia. Los cachés son el 40% del presupuesto de casi todos los festivales y si se han doblado todo eso no se puede repercutir en las entradas.

Si miramos fuera, las cosas no pintan bien. En 2006 el Festival de Glastonbury, por primera vez en años, no agotaba todas las localidades en minutos. Bernadette McNulty, del diario inglés Daily Telegraph, escribía: "Está descubriendo que la proliferación de festivales significa que muchos han perdido su encanto". En EE UU, otro intocable, Coachella, tampoco ha agotado en esta edición y sus responsables hablaban de rebajar el número de participantes para el próximo año. "Es un planeta raro éste. Parece que si algo triunfa vamos todos a por lo mismo y vamos tantos a la misma charca que la secamos", reflexiona Morán. "Pero al final lo vamos a pagar todos. Dependerá de lo que cada uno tenga para aguantar el tirón".

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