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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Uribe para a Chávez

La elección de tan egocéntrico mediador con las FARC presagiaba el brusco desenlace

La gota que ha colmado el vaso de la paciencia colombiana en la mediación de Hugo Chávez con las FARC para la liberación de medio centenar de rehenes en manos de los guerrilleros, ha sido una llamada telefónica directa del líder venezolano al jefe del ejército colombiano, un tipo de actuación sobre el que Álvaro Uribe había prevenido expresamente a Chávez. No puede sorprender, sin embargo, este brusco final a propósito de un tema tan espinoso y enquistado y en el que confluyen caracteres tan diferentes e intereses tan contrapuestos.

La mediación de Chávez, iniciada en agosto con la bendición de Bogotá, ya estaba herida antes. Simplemente porque no se pueden aplicar a un acuerdo humanitario de estas características, ni siquiera aunque pueda existir una eventual afinidad entre los interlocutores, los mismos procedimientos demagógicos y autopropagandísticos que Chávez emplea en el conjunto de sus políticas. Y mucho menos si uno de los actores es una organización terrorista tan patológicamente anquilosada y nulamente fiable como las llamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. El presidente Uribe debió pensárselo antes de dar poderes de representación a un Chávez que comienza a ser incómodo incluso para algunos de quienes han venido proclamando su fe en el mensaje del caudillo venezolano.

La situación de los rehenes retrocede ahora a la insoportable angustia habitual. No es de extrañar que tanto Nicolas Sarkozy, concernido sobre todo por el caso de Ingrid Betancourt y su doble nacionalidad, como familiares de los secuestrados, pidan al presidente colombiano que reconsidere su decisión. Pero, al margen de las enormes esperanzas frustradas y de las presiones de unos y otros, el Gobierno de Bogotá probablemente no podía haber hecho seriamente otra cosa que lo que finalmente ha hecho. En los tres meses que han durado los oficios de Chávez, las FARC no han aportado una sola prueba de vida de sus prisioneros, pese a su capacidad para hacerlo, las promesas en ese sentido del líder venezolano, que llegó a París esta semana con las manos vacías, y sus entrevistas con jefes guerrilleros.

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Al final, este grupo armado que se declara marxista y controla una buena parte del narcotráfico colombiano, que mantiene a casi 600 secuestrados como rehenes, algunos desde hace 10 años, es el que ha venido marcando la partitura. Colombia no ha obtenido nada del proceso fallido, pero las FARC y Chávez lo han publicitado como si se tratase de un entendimiento bilateral entre Caracas y Marulanda.

La frustración colectiva aparejada por la abortada mediación ya es suficiente padecimiento. Sería lamentable que otra de las víctimas del episodio fueran las relaciones entre Colombia y Venezuela, que pese a compartir una conflictiva frontera de más de 2.000 kilómetros y las notables diferencias entre sus dirigentes, pasan por un momento esperanzador para el conjunto del subcontinente.

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