Los obispos dicen no
"Atentados contra la vida humana", "bioadulterios", "incestos genéticos", "suicidio silencioso e inexorable de la civilización occidental". Así ve el portavoz de los obispos españoles, el jesuita Juan Antonio Martínez Camino, cualquier avance de la ciencia y la técnica que utilice óvulos, semen, gametos, células madre, embriones..., incluso para fines terapéuticos: "Todos somos embriones; el embrión merece el respeto debido a la persona", sostiene.
A partir de esta teoría sin matices, la Conferencia Episcopal Española (CEE) acostumbra a usar gruesos calificativos contra cualquier legislación que se adentre en tales territorios biogenéticos. La última vez fue el pasado 27 de julio, en una "nota" de la Oficina de Información episcopal titulada La Unión Europea atenta contra la vida humana. Días antes, el Consejo de Ministros de la UE había aprobado un programa de investigación con células madre embrionarias. La tesis episcopal es que los embriones -o preembriones, es decir, hasta los 14 días de la fecundación- no son un mero agregado de células vivas, sino el primer estadio de la existencia de un ser humano. "Donde hay un cuerpo humano vivo, aunque sea incipiente, hay persona humana y, por tanto, dignidad humana inviolable", sentencian los obispos.
Tampoco acepta la CEE el llamado diagnóstico genético preimplantacional. El nacimiento, este verano, de una niña en Sevilla a la que un hospital público libró de la enfermedad hereditaria de sus padres por el procedimiento de seleccionar por fecundación in vitro los embriones sanos (desechando los enfermos), le pareció execrable a la Conferencia Episcopal. Dijo, en Nota oficial del 27 de julio pasado: "El hecho feliz del nacimiento de un bebé sano no basta para presentar como progreso unas prácticas que no tienen en cuenta el derecho a la vida de sus hermanos generados in vitro".
La jerarquía católica, que no se opuso el pasado siglo a la donación y trasplante de órganos como el corazón, tacha ahora de "siempre inmoral" la donación no sólo de embriones, sino también de gametos, porque, dicen los obispos, "expresan la identidad y unicidad de la persona de la que proceden". Más, en palabras del jesuita Martínez Camino: "Conjugar un gameto de uno de los esposos con otro gameto que no sea de su cónyuge constituye lo que podríamos llamar un auténtico bioadulterio". El portavoz episcopal sostiene incluso que el anonimato en la donación de gametos haría posible que se produzcan fecundaciones de mujeres con el semen de su propio padre, de un abuelo o de un hermano, y que, por tanto, podría producirse lo que llama "un verdadero incesto genético, de consecuencias biológicas y psicológicas impredecibles".
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