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Reportaje:PRIMERA PARTE

La República de Sahagún

A las 7.30 del 14 de abril de 1931, un hombre salió al balcón del Ayuntamiento de Sahagún, en la Tierra de Campos leonesa, con una bandera tricolor y proclamó la República. Fue su alcalde, Benito Pamparacuatro. Un héroe anónimo en los 75 años de la República.

La villa de Sahagún está emplazada en un altozano de la Tierra de Campos leonesa, a orillas del río Cea, una geografía de llanuras ondulantes que en abril, el mes republicano, anuda el color verde de los trigales y el pardo gris de los barbechos. Estación de paso obligado y principal de la ruta jacobea, Sahagún acoge espléndidas iglesias de estilo mudéjar, cofradías de raigambre y un mercado semanal tan antiguo como la historia. También muestra una traza irregular, propia de una urbe que vivió su plenitud en el medievo, y conserva en sus barrios restos de una arquitectura popular de ladrillo, adobe y tapial. En la actualidad, la villa terracampina y su comarca contemplan el futuro con recelo a causa de una agricultura varada y un proceso imparable de despoblación. Pero en Sahagún también ocurren pequeños milagros.

La villa de Sahagún proclamó la República a las 7.30; Éibar, una hora antes; Barcelona, a las 13.30, y Madrid, a las 20.15
"La mayor inocentada es hacer labor honrada para la masa oprimida en una villa dormida que no se entera de nada"

Durante la dictadura, los despachos y salones municipales de España estaban presididos por un crucifijo al que escoltaban los retratos de Franco y José Antonio Primo de Rivera. En una mayoría de ayuntamientos, esos dos iconos de los tiempos aciagos fueron relegados a los trasteros. También en Sahagún, cuyos responsables decidieron en 1988 aliviar la falta de espacio tirando a la basura los objetos inservibles, incluidos los retratos citados, aunque un funcionario sugirió rescatar los marcos, pues parecían de algún valor. Al desmontar el cuadro de Primo de Rivera hallaron en la parte posterior dos diplomas esmaltados con los colores republicanos. El primero era un manifiesto del Gobierno de la República firmado por todos sus miembros. El segundo aludía específicamente a Sahagún, distinguida en el texto como "Muy Ejemplar Ciudad". El motivo de ese reconocimiento tan singular se debía a que "proclamó la República en la madrugada del 13 al 14 de abril, con espontáneo y vibrante gesto de civismo y democracia". El documento estaba dado en Madrid el 3 de julio de 1931 y lo rubricaba Niceto Alcalá Zamora, presidente del Gobierno provisional.

En efecto, la villa de Sahagún proclamó la República el 14 de abril de 1931 a las 7.30, una hora después que hiciera lo propio el socialista Alejandro Tellería Estala en la villa guipuzcoana de Éibar. Éibar y Sahagún fueron, por tanto, las dos localidades que inauguraron el sueño más hermoso de las clases populares, y que anunciaron la buena nueva adelantándose a Barcelona (Lluís Companys lo hizo a las 13.30) y Madrid (Niceto Alcalá Zamora la proclamó a las 20.15). Desde el balcón de la casa consistorial, el líder de los ediles republicanos, Benito Pamparacuatro, enarboló la enseña tricolor y proclamó el nuevo régimen.

Los relatos de los supervivientes evocan un amanecer magnífico, auténticamente primaveral; los vivas a la República, y un baile popular. También recuerdan que un ligero temor recorría el ambiente festivo: a nadie escapaba la posibilidad de un fracaso y ulteriores represalias. Diario de León, subtitulado 'Periódico Católico Regional', insistía en el clima sosegado de las jornadas: "Reconocemos la cordura y orden con que han recibido el triunfo nuestros contrarios. Esa conducta los ha hecho simpáticos". Los republicanos dejaron constancia oficial del acontecimiento. En la sesión extraordinaria de la Comisión Permanente del 25 de abril de 1931 consignaron que el Ayuntamiento había abonado 38,30 pesetas al notario "en concepto de honorarios y papeles por el acta de proclamación de la República en esta villa".

El artífice de la gesta, tal vez en contacto con los pioneros de Éibar, fue Benito Pamparacuatro Franco, un símbolo de la época que el paso del tiempo ha mudado en leyenda. Nacido el 5 de febrero de 1897 en la localidad terracampina, entre sus antepasados había catalanes, asturianos y leoneses. Algo que, por lo demás, ligaba con la historia de Sahagún, un modelo de mestizaje, pues fue poblada en sus inicios por gentes de origen y condición diversos: mozárabes, judíos, aventureros de varios países, peregrinos jacobeos… Pamparacuatro regentaba con su hermana Celina una tienda situada en los soportales de la plaza Mayor, al lado del Ayuntamiento, en donde vendían zapatillas, cordeles y género de punto. Los dos hermanos -la "tienda de los niños", llamaban los lugareños a su comercio- consiguieron labrarse, a base de esfuerzo, una posición económica desahogada. Pero Benito Pamparacuatro, socialista y republicano sin militancia partidaria, creía igualmente en la actividad política como herramienta de cambio social: convirtió su tienda en un espacio de debate ideológico donde alentaba las justas exigencias de los braceros y reclutaba adeptos para la causa.

La temprana proclamación de la Re- pública en una villa extraviada de Tierra de Campos se inscribe en el capítulo de lo sorprendente. Pero ayuda a quebrar la imagen de un medio rural monárquico y retrógrado o de una Submeseta Norte convertida en vanguardia de la reacción. Sahagún, que surgió en la Edad Media como burgo civil en torno a una poderosa abadía, había sido adelantado de las rebeliones burguesas en la Península. El monasterio de San Benito sufrió numerosos ataques desde el siglo XII, y los gremios de menestrales sahaguninos se esforzaron por limitar sus privilegios y abusos. El enclave cluniacense fue arrasado por una cadena de episodios relevantes, que culminó en 1835 con un devastador incendio. En los años previos a la República, en Sahagún y su comarca -un territorio dominado por caciques, curas y prestamistas- se concentraban numerosos jornaleros del campo sometidos al paro estacional y que vivían en la penuria. Hasta tal punto, que convertirse en criado de algún campesino acomodado era una de las ilusiones máximas de los desheredados. La consolidación de los sindicatos agrarios de clase y la penetración de las teorías emancipadoras del socialismo estimularon un ambiente favorable a las reivindicaciones laborales. En ese entorno, la República encarnaba para los braceros los anhelos de cambio y la promesa de una vida mejor.

Benito Pamparacuatro fue elegido alcalde el 19 de abril -diez votos favorables y una abstención- por una corporación que integraban siete concejales republicanos y cuatro monárquicos. En la primera junta, toda una declaración de intenciones, se abordaron asuntos relacionados con la Beneficencia y la Instrucción Pública. Durante el trienio que estuvo al frente del Ayuntamiento, el nuevo corregidor logró cuantiosas inversiones para la villa en infraestructuras (carreteras, alcantarillado), equipamientos educativos (biblioteca, grupos escolares) y medio ambiente (encauzamiento del río Valderaduey, repoblaciones forestales). Pero en el arqueo final no todo fueron éxitos y parabienes. "También cometí errores, ¡qué duda cabe!, aunque debo consignar que unos los cometí con la mejor buena fe, y otros, obligado por la coacción que me hacían determinados elementos, a los cuales perdono y dedico mis respetos", escribe Pamparacuatro en una carta titulada "A la opinión pública". Los testimonios, y las actas municipales, acreditan una gestión intachable al servicio del pueblo: alcalde y concejales no tenían retribución alguna.

En octubre de 1934, la revuelta contra la presencia de la CEDA de Gil-Robles en el Gobierno de Lerroux acarreó la persecución de la izquierda por todo el país. También en Sahagún: los centros obreros de la comarca fueron clausurados, y los sindicatos de clase, perseguidos. El 9 de octubre de 1934, Pamparacuatro y todos los concejales fueron destituidos. Los otros dos precursores republicanos, Tellería y Companys, también se vieron implicados (e imputados) en la revuelta de octubre y sus consecuencias. No obstante, Companys y Tellería volverían al poder: el primero, a la Generalitat, y el segundo, a la alcaldía de Éibar. A Pamparacuatro, la suerte le fue más esquiva.

El Frente Popular ganó cómodamente (con el 66% de los sufragios) las elecciones de febrero de 1936 en el Ayuntamiento de Sahagún. Un triunfo incontestable y hasta cierto punto inesperado, pues en los municipios vecinos arrasó la derecha. Y Pamparacuatro se consideró como uno de los artífices de esa victoria. Había dedicado muchas horas a instruir políticamente a los oprimidos, a captar voluntarios para las candidaturas republicanas y a presidir el Ayuntamiento con la mirada puesta en las clases populares. Pero continuaba inhabilitado, una verdadera anomalía jurídica, y la izquierda triunfante no le repuso en el sillón municipal. Pamparacuatro vivió esa experiencia con el ánimo mellado, como una usurpación, aunque ni siquiera sospechaba que lo peor estaba por llegar. Cuando el 18 de julio de 1936 se produjo el golpe de Estado acudió a la alcaldía y reclamó a la primera autoridad, entonces Victoriano de la Puerta, que entregara a los trabajadores las armas confiscadas y custodiadas en los depósitos municipales. Además de apoyar con ahínco la huelga general convocada por los sindicatos del campo. Eran los intentos postreros de defender la legalidad republicana, de que no fueran proscritos los sueños tan largamente acariciados. Pero en la madrugada del día 20 de julio, las fuerzas rebeldes, guardias civiles sobre todo, controlaban la situación en Sahagún y pueblos vecinos; en toda la comarca. Los nuevos alcaldes, y se sucedieron varios en pocos días, eran nombrados y cesados por los mandos militares, los nuevos virreyes de Tierra de Campos. Uno de esos corregidores a la carta propuso el 10 de agosto cambiar los nombres de las calles y plazas bautizadas por el régimen anterior: urgía borrar las huellas de la República y rescatar la imaginería de la España eterna.

Pero lo más grave fue que, una vez asentados los rebeldes en el poder local, caciques, guardias civiles y barandas falangistas, matones disfrazados de autoridad en algún caso, alimentaron un discurso de exclusión contra quienes juzgaban como desafectos. Los notables republicanos de la comarca -maestros, boticarios, concejales…- fueron detenidos y encarcelados, a la espera de juicio, pero numerosos jornaleros aparecieron muertos por cunetas y rastrojeras, macerados sus cuerpos por las torturas. Como afirma un viejo testigo, la desgracia de Sahagún y su entorno radicó en que estaba lejos de la frontera francesa -en Portugal mandaba Salazar, un admirador de Franco- y cerca de Valladolid, patria chica de buena parte de las brigadas de verdugos que dibujaron en la Tierra de Campos leonesa una completa cartografía de horror y patriotismo de pacotilla. Pamparacuatro no se sintió concernido por tantos desmanes: decía a quien quisiera oírle que no había hecho nada malo y que nada malo temía. Según Juan Daniel Rodríguez, un empresario leonés, Baltasar Ibán quiso ayudarle a escapar del país; pero el ex alcalde se enrocó al mismo tiempo que insistía en su inocencia, incapaz de advertir el clima de encanallamiento que lo devastaba todo.

Finalmente, aconsejado por amigos y el runrún de tantas muertes arbitrarias, encontró refugio en San Andrés del Rabanedo, entonces un pueblo del alfoz de la ciudad de León. Pero fue una huida pespunteada de pistas, y hasta allí fue a buscarle un grupo de falangistas y vecinos. Era el 4 de agosto de 1936, y los recaderos de la muerte le hicieron firmar un documento por el que renunciaba a sus propiedades. Una vez conseguida la requisa económica fue torturado, maniatado a un camión y arrastrado por el pueblo; un disparo acabó con su vida. El dueño de la finca donde fueron arrojados sus despojos prometió a la hermana que respetaría la improvisada tumba, pero el incontenible avance urbanístico sepultó definitivamente ese trozo de tierra. Los ejecutores no pudieron, sin embargo, incautarse de los bienes de Pamparacuatro. El notario de Sahagún le había aconsejado que cediera las propiedades a su hermana Celina.

En otros puntos de España, sus compañeros de aventura republicana también compartieron su suerte. Su mala suerte. El alcalde de Éibar fue detenido cerca de la frontera francesa y murió en el penal de Burgos a consecuencia de una enfermedad contraída cuando estuvo preso en la cárcel de Pamplona, a raíz de los sucesos de octubre de 1934. Companys huyó cuando las fuerzas rebeldes ocuparon Barcelona; le detuvieron en Francia los ocupantes nazis y se lo regalaron a Franco: fue fusilado en los fosos del castillo de Montjuïc el 15 de octubre de 1940. Pero el juego de las simetrías acaba ahí. Tellería tiene al menos una tumba y Companys es uno de los personajes centrales de la historia de Cataluña. Más allá de la tradición oral, se desconoce el lugar exacto donde fue enterrado Pamparacuatro, y su nombre no figura en el Registro Civil de San Andrés del Rabanedo, donde fue asesinado. Días después de la fecha de su muerte aparece en el registro un "sujeto no identificado muerto por disparo de arma de fuego". Pero el muerto podía ser cualquiera: eran días en que la vida de los republicanos no valía nada. Hoy el ex alcalde continúa siendo oficialmente un desaparecido. Ni siquiera se conocen fotos de su edad adulta. En un libro editado por el Gobierno republicano, en la página dedicada a Sahagún no viene foto alguna, y recoge este comentario sobre la corporación: "Por ser todos ellos personas de gran modestia, no podemos publicar sus fotografías; enemigos de la exhibición y de toda vanidad al esfuerzo que realizan, se encuentran satisfechísimos con haber trabajado por su ideal y tener la plena satisfacción del deber cumplido".

Tampoco su villa natal ha honrado a uno de sus prohombres políticos y reparado la criminalización simbólica de su antiguo alcalde. Tal vez existan dificultades para suturar heridas de hace setenta años. Quizá haya que buscar la causa en una memoria que rehúye mirar al pasado. O sencillamente sea galbana municipal. Lo cierto es que el callejero de Sahagún, atestado de santos y conquistadores, ignora a Pamparacuatro. Algo que el pionero republicano quizá intuía cuando redactó su carta abierta a los vecinos, semanas antes del golpe militar: "Si todas estas cosas que he hecho y otras muchas que silencio no han sabido estimarse ni mucho menos agradecerse, y que para mayor vergüenza sólo han servido para que unos me injurien y otros me zarandeen, me obligan en justa reciprocidad a decir de la manera más terminante: jamás volveré a ser alcalde de esta ciudad desgraciada, a la cual espera un porvenir catastrófico por culpa de los malos administradores que siempre tuvo".

Una especie de maldición para una villa menguante -en tiempos pretéritos contó con murallas, y cinco hospitales, y también universidad- que apenas recuerda el antiguo esplendor. Y continuaba Pamparacuatro con su gavilla de agravios: "Con profundo dolor termino estas líneas, recordando con amargura, aunque no con pesar, un verso que un amigo me enseñó a los pocos meses de ser alcalde. Dice así: 'La mayor inocentada / es hacer labor honrada / para la masa oprimida / en una villa dormida / que no se entera de nada'". Una mano anónima garabateó en un muro de Sahagún la quintilla anterior, homenaje único y clandestino que la villa ha dedicado al alcalde asesinado. Mínimo reconocimiento a quien buscó la redención de una comarca vencida por la rutina, y que, a cambio de tanta pasión, no tiene calle dedicada, ni tumba, ni tan siquiera la constancia de su muerte en el Registro Civil.

Benito Pamparacuatro es el sujeto invisible de la historia reciente de Sahagún. Uno más de los miles de muertos no honrados de la posguerra en toda España. Ejemplos de memorias malbaratadas. De una historia borrada.

Tal vez una metáfora de la República de abril.

El pasado y el presente se mezclan en esta popular villa.
El pasado y el presente se mezclan en esta popular villa.SECUNDINO SERRANO

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