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Don Quijote irrumpe en Nueva York y toma el camino en múltiples direcciones

El festival literario del PEN reivindica la radical modernidad del personaje de Cervantes

José Andrés Rojo

Con el mismo afán de defender a las doncellas, amparar a las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos, Don Quijote volvió el sábado al camino. Esta vez no fue el campo de Montiel el escenario de su batalla contra los molinos de viento, sino el Celeste Bartos Forum de la New York Public Library. Nadie reivindicó su figura como la que resume la esencia de lo español, todos vieron al personaje que encarna nuestros desatinos y nuestras verdades. Rushdie, Restrepo, Magris, Auster, Djebar, Manea, Atwood y Muñoz Molina se rindieron a su radical modernidad.

La primera que de verdad se metió de lleno en las aventuras del caballero andante fue la colombiana Laura Restrepo. Habló de Don Quijote y de Hamlet con la voluntad de acercarse al corazón de la realidad, y dijo de los personajes de Cervantes y de Shakespeare que son las grandes figuras de la modernidad. Una modernidad, por tanto, que nació tocada por la locura de unas criaturas que dudaban, que fracasaban en sus empeños, que tantas veces habían tomado el camino equivocado. Fueron ellos, con sus desafueros y sus fracasos, quienes consiguieron transgredir los límites y abrir las ventanas para que circulara el aire por los códigos cerrados de una oxidada racionalidad.

El cielo lucía despejado la tarde del sábado, pero hacía un frío incómodo que se metía en los huesos. Hubo que esperar con paciencia, el acto empezó con retraso. No cabía una mosca en el Celeste Bartos Forum, con más de 500 personas llenando el recinto (muy pocos jóvenes, quizá porque la entrada costaba diez dólares), y de pronto la voz de Jacques Brel salió de los altavoces para cantar las cosas de Alonso Quijano. Y Javier Cámara tomó la palabra y sacó al caballero de las páginas del libro y lo puso a luchar contra los gigantes, pese a las advertencias de su fiel escudero. "Si tienes miedo, quítate de ahí", le dijo Don Quijote, y se lanzó, lanza en ristre, contra los molinos de viento que, infatigables, movían sus aspas en las calles de Nueva York. Y tomó entonces mil direcciones, tantas como interpretaciones se hicieron de su periplo.

El escritor angloindio Salman Rushdie, como presidente del PEN American Center, introdujo el acto, y quiso resaltar de la primera parte del Quijote su deuda con la tradición que procede de las narraciones de Las mil y una noches: salieron de India, pasaron por el mundo árabe, de allí las tomó Cervantes, que luego las proyectó a América Latina, donde las encontró García Márquez..., y así van andando sucesivamente.

Luego fue el turno de Laura Restrepo, a la que sucedió el italiano Claudio Magris. El de este último fue un discurso rotundo, breve, con esa felicidad que irradian sus palabras cuando encuentran la claridad aun recorriendo los más espinosos caminos. Habló del Quijote como del gran héroe moderno, que irrumpe en el mundo no tanto para conquistarlo como para descubrir su sentido. No hay humillaciones, ni desastre alguno, que vayan a torcer sus descubrimientos, y la bacía del barbero será siempre el yelmo de Mambrino, y no habrá derrota alguna que pruebe que no fue cierto todo aquello por lo que luchó.

Tras cada puñado de intervenciones, el acto se interrumpía con las canciones que Maurice Ravel compuso en torno a Don Quijote y Dulcinea, y así fueron hasta tres veces las que subieron al escenario el barítono Chris Pedro Trakas y el pianista John Musto. Entonces se hacía un silencio aún más profundo y la voz proyectaba la figura del caballero, que parecía hacerse real a través de la pasión que alimentó por su amada a lo largo de todas sus correrías.

El estadounidense Paul Auster leyó una pieza de un antiguo libro suyo, donde un detective se dirige al propio autor para invitarlo a averiguar la verdadera naturaleza del enigmático autor del famoso libro de Cervantes, Cide Hamete Benengeli. La argelina Assia Djebar quiso llamar la atención sobre la callada Zoraida, la mujer que quiere llamarse María y que acompaña al cautivo que ha escapado de las cárceles de Argel y que narra su historia al caballero andante. El rumano Norman Manea se llevó a los personajes cervantinos a los antiguos países comunistas del este de Europa, que padecieron la conversión de una apasionante utopía en una brutal y sangrienta tiranía. La canadiense Margaret Atwood trató de la ópera de Halffter sobre el Quijote, y fue desentrañándola para mostrar las múltiples lecturas del libro y para señalar, así, su inagotable riqueza.

Antes de que el acto se despidiera con el famoso discurso de Don Quijote sobre la edad de oro, que leyó Javier Cámara en español y Deborah Yates en la traducción inglesa de Edith Grossman, Antonio Muñoz Molina agradeció, como director del Instituto Cervantes, el homenaje que se tributaba en el festival a Don Quijote, y como escritor habló de la obra. Y se detuvo en el desafío de aquel hidalgo, Alonso Quijano, que un día cambió de nombre y se dispuso a iniciar otra vida. Recurrió a una distinción de Saul Bellow entre los que son y los que quieren cambiar, e iluminó así la aventura vital de aquel viejo caballero que en un día remoto aceptó el riesgo de convertirse en otra cosa y salió a los campos para romper los estrechos límites a los que lo empujaba la vida. Quién sabe si buscando aquella edad que luego elogiaría delante de unos cabreros, y en la que "todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia".

De izquierda a derecha, Laura Restrepo, Paul Auster, Claudio Magris, Antonio Muñoz Molina, Salman Rushdie, Margaret Atwood, Assia Djebar y Norman Manea.
De izquierda a derecha, Laura Restrepo, Paul Auster, Claudio Magris, Antonio Muñoz Molina, Salman Rushdie, Margaret Atwood, Assia Djebar y Norman Manea.EFE

La babel de los acentos

Los autores que han venido a Nueva York proceden de lugares muy distintos del planeta y hablan lenguas muy diferentes, pero todos los que intervinieron en el homenaje a Cervantes del pasado sábado se expresaron en inglés.

Así que con mucho sentido del humor, y con una impecable elegancia, Laura Restrepo bromeó al tomar la palabra sobre las peripecias padecidas antes de ese momento. Que si había ensayado con un amigo, que si había sido adiestrada en la correcta pronunciación de cada matiz. Eso sí, reconoció, su profesor había estallado por su permanente afán de confundir la condición humana (human being) con un frijol humano (human bean).

Magris habló en un inglés lleno de aristas afiladas y de precipicios. Su lengua italiana, que tiende a discurrir con suavidad y alegría, pasó a caminar a golpes, como con pata de palo. Lo de Assia Djebar fue el acabóse. El suyo fue un inglés tan afrancesado que se perdía de vista, como si se escapara de allí mismo y sólo se escuchara un ininteligible rumor de fondo.

Manea ha vivido años en Estados Unidos, pero su inglés sigue siendo rumano. No ocurre lo mismo con el de Muñoz Molina, al que se hubiera preferido escuchar en castellano, pero que se explicó con extrema corrección y se le entendió todo, casi casi como si hubiera hablado en su propia lengua.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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