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DESAPARECE EL PAISAJISTA DE LA AMÉRICA TORMENTOSA

Se extingue la voz torrencial de Saul Bellow

El autor de 'Las aventuras de Augie March' y Nobel de Literatura falleció el martes a los 89 años

El mundo de las letras llora la muerte de Saul Bellow, premio Nobel de Literatura fallecido el martes, que, en palabras de la escritora canadiense Cinthia Ozick, "le devolvió el alma a la literatura norteamericana". Bellow, que murió a los 89 años en su casa de Brookline (Massachusetts), autor esencial en la narrativa del siglo XX, hizo de la reflexión alrededor de la muerte y de la celebración de la vida la columna vertebral de su obra, volcando en sus novelas una carga de emociones que los escritores estadounidenses anteriores a la Segunda Guerra Mundial se empeñaron en rechazar. Chicago, ciudad en la que Saul Bellow vivió la mayor parte de su vida, adquirió una nueva dimensión y respiró a través de las páginas de sus novelas.

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"¿Sientes? Estrangula tus emociones. Hasta cierto punto, todos siguen este código. Yo aspiro a hablar sobre las mías", escribió Bellow en su primera novela, Dangling man, publicada en 1944 y cuyo protagonista, al contrario de los héroes imaginados por autores como Hemingway, que interiorizaban y escondían sus sentimientos al mundo, está decidido a hacerlas públicas.

Nacido en Lachine (Québec) en 1915, en el seno de una familia de origen ruso y ascendencia judía, Bellow creció leyendo a Shakespeare, a los clásicos de la Rusia del siglo XIX y el Antiguo Testamento. Aunque vivió en Nueva York, París e incluso brevemente en Madrid, la mayor parte de su vida transcurrió en Chicago, una ciudad que adquirió una nueva dimensión y respiró a través de las páginas de sus novelas, convirtiéndose así en un referente imprescindible de su producción. "Fui testigo de la violencia a mi alrededor. Cuando cumplí ocho años ya sabía lo que la muerte y la enfermedad significaban", escribió. Ese contexto hostil y urbano del Chicago en el que se hizo adulto y el fuerte impacto que tuvo en él la observación de la lucha por mantener una vida digna durante la Gran Depresión dejaron huella en toda su obra. "No puedo superar lo que veo. Al igual que el historiador, que está limitado por el periodo sobre el que escribe, yo estoy limitado por la situación en la que vivo", declaró un autor que trató de forjar su propio camino literario.

En libros como Las aventuras de Augie March, por el que obtuvo en 1954 el primero de los tres National Book Awards de su premiada vida literaria, mostró abiertamente su vocación de "historiador social", como él mismo se definía. Su oscuro, íntimo pero a la vez irónico análisis de personajes con fuerte carga intelectual y existencial, que narran su vida en primera persona, con orígenes inmigrantes y que se apoyan en ideales altruistas que les llevan a reinventarse para poder mantenerse en pie frente a las adversidades de un mundo en plena efervescencia capitalista le convirtieron inmediatamente en un nuevo referente literario cuya nueva voz era aclamada el mismo año en que Salinger sorprendía con la publicación de El guardián entre el centeno. A menudo se le intentó asociar con otros dos escritores norteamericanos de la posguerra marcados por su educación judía, Philip Roth y Bernard Malamud, pero él siempre trató de distanciarse de dicha etiqueta, puesto que en cierto modo también renegaba de "la ortodoxia sofocante" de la herencia judía.

Su reputación internacional quedó asentada tras la publicación de Herzog en 1964, un intrincado estudio del poder de adaptación y recuperación de los judíos de Nueva York y Chicago, considerado por muchos críticos como su mejor trabajo.

Toda su obra, escrita en un estilo inmediatamente reconocible por las vívidas y detalladas descripciones de sus personajes, la combinación del estilo coloquial con otro más serio y profundo y sus constantes bromas y aforismos, también estuvo marcada por la obsesión meticulosa, que le llevaba a la revisión constante de sus novelas. Pasó ocho años escribiendo El legado de Humboldt, pero el esfuerzo mereció la pena: en 1975 obtenía el Premio Pulitzer por aquella novela y un año después era galardonado con el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca alabó "su ingeniosa ironía" y su "compasión ardiente" y aplaudió a los héroes que caracterizaron sus novelas por "tratar de encontrar la firmeza en medio de su vagabundeo por nuestro mundo tambaleante, sin renunciar a creer que el valor de la vida reside en su dignidad, no en el éxito".

Durante el discurso de aceptación del Nobel, Bellow, cuyo primer idioma era el hebreo, criticó a los escritores modernos por presentar una imagen limitada y aturdida del ser humano y por no esforzarse en mostrar "nuestra verdadera naturaleza y el sentido de nuestra vida".

Pero él también fue objeto de las críticas de otros escritores, como Norman Mailer, que despreció Las aventuras de Augie March calificándola de "documental de interés turístico para tímidos intelectuales", o el crítico Alfred Kazin, quien, tras años de amistad, se distanció de Bellow por haberse convertido en "un intelectual de universidad con desprecio por los niveles inferiores".

Ajeno a todos ellos y en palabras de su amigo Walter Pozen, "maravillosamente lúcido hasta el final", Saul Bellow trabajó hasta pasados los 80 años. Publicó en 1997 la novela breve La verdadera, y en 2000, Ravelstein. Tuvo cinco esposas, tres hijos, y a los 84 años, una hija. Fue un devoto cocinero, jardinero y violinista, pero, sobre todo, y como dijo el lunes Philip Roth, fue, junto a William Faulkner, "uno de los dos novelistas que componen la columna vertebral de la literatura estadounidense del siglo XX. Juntos son el Melville, Hawthorne y Twain de esa centuria".

Saul Bellow, en una fotografía de 2001.
Saul Bellow, en una fotografía de 2001.CHRISTOPHER FELVER / CORBIS
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