Piglia bucea en la memoria para ofrecer un apasionado elogio de la lectura
"Lo peor es que los debates literarios lleguen a los tribunales", afirma el autor argentino
Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940) cuenta que su vida de lecturas está presente en El último lector (Anagrama), un libro en el que analiza el arte de leer en la ficción a partir de conceptos y de ejemplos: Anna Karenina leyendo una novela inglesa en un tren, Che Guevara subido a un árbol leyendo un libro o Robinson Crusoe con la Biblia que descubre entre los restos del naufragio, y de ahí sigue diferentes líneas que van de Borges a Joyce. Dice que no es exhaustivo y que es arbitrario, pero transmite un contagioso entusiasmo por la lectura.
"Muchas veces el crítico tiene la actitud del criminal. ¿Por qué se quiere vengar?"
Piglia, que cerró el martes el ciclo de Caixafórum en Barcelona dedicado a los grandes maestros de la crítica, deja muy claro en El último lector que se trata de una historia imaginaria de los lectores y no de una historia de la lectura. Empieza con Borges, que inventa al lector como héroe, y acaba con Joyce, que pone al lector en el lugar del narrador.
"Borges es el gran referente. Buscaba la complicidad con el lector". Su mayor enseñanza es la certeza de que la ficción no depende sólo de quien la construye, sino también de quien la lee. Piglia cita el Ulises de James Joyce y a su lectora, Molly Bloom, para explicar cómo se construye un libro y no los problemas de su interpretación. "Utiliza La Odisea como método de trabajo, como un mapa para organizar el argumento. Lo que pasa es que los críticos se han empantanado buscando interpretaciones ocultas".
Habla Piglia en su libro de la crítica literaria que, en algunos casos, se convierte en un ejercicio de "lectura criminal". "Muchas veces el crítico tiene la actitud del criminal. Busca pistas como si del enemigo se tratase... ¿Por qué o de qué se quiere vengar? No lo sabemos. El escritor trata de borrar sus huellas".
El último lector se ha publicado en una colección de narrativa, recuerda el escritor, que no desea que sea "clasificado" como un estudio crítico. "No niego la importancia de la reflexión literaria. Pero la crítica está muy centrada en su propia tradición. No he hecho este libro para un público especializado. He intentado escribir de literatura como hablamos habitualmente de ella, no es una iniciación de la lectura sobre literatura. Lo he escrito como si a todo el mundo le interesara la literatura".
Piglia sigue unas líneas muy sugerentes a partir de esos lectores de ficción. Hamlet o el paso entre dos tradiciones; Kafka, que escribe un diario para leer las conexiones que no ha visto al vivir; Edgar Allan Poe, la tensión entre el individuo solitario y las masas: Che Guevara, entre el arte de leer y la política; Anna Karenina, como Emma Bovary, entre la experiencia propiamente dicha y la experiencia de la lectura; Robinson Crusoe, que lee para vivir. "Son héroes que se oponen a algo".
Estos argumentos se cruzan con otros que hacen que el libro, que no llega a las 200 páginas, se extienda como una red en la que todo se relaciona. Por ejemplo, la relación de Kafka con las mujeres. "Podemos decir que se enamoró de Felice cuando supo que era mecanógrafa, pensando en que le copiara los libros; Milena era su traductora; a Dora la obligó a quemar algunos de sus cuadernos. Se relacionó con ellas por su trabajo. Hay otra idea, la sexualidad. La mujer como peligro, que le apartaba de sus soledad y aislamiento que tanto necesitaba para su trabajo".
Lo cierto es que las mujeres no salen muy bien paradas. Para Raymond Chandler, están asociadas al dinero y, por lo tanto, a la corrupción. La tensión que viven Molly Bloom, Emma Bovary o Anna Karenina entre lo que viven y lo que leen las conduce indefectiblemente a la infidelidad. "El imaginario masculino es muy paranoico. Además, hay que tener en cuenta que la literatura registra espacios imaginarios, fantasías, que no tienen por qué tener su correspondencia con la realidad".
"Hay un momento que me parece increíble: cuando el príncipe Mishkin [El idiota, de Dostoievski] entra en el cuarto de Natasha, encuentra un ejemplar abierto de Madame Bovary y se lo lleva".
Hay muchas historias reveladoras en el libro, como la relación del Che, lector vergonzante y secreto, escritor frustrado, guerrillero siempre en movimiento, con Jack Kerouac y la Beat Generation; o la continuidad lectora entre Auguste Dupin, de Poe, y Philip Marlowe, de Chandler. Y muchos escritores: Macedonio Fernández, Cortázar, Cervantes, Gombrowicz..., algunos citados a vuelapluma, como Marx y Wittgenstein, pero todos imbricados en el conjunto.
Piglia habla como escribe y es difícil cansarse de escucharle. No rehuye las preguntas, ni siquiera sobre la reciente condena que se le ha impuesto en su país a indemnizar por perjuicio a otro autor, Gustavo Nielsen, que concurrió al Premio Planeta Argentina, que Piglia ganó en 1997 con Plata quemada. El tribunal consideró que hubo "predisposición o predeterminación" a darle el premio a Piglia, que, según la sentencia, tenía contrato con Espasa Calpe Argentina (Grupo Planeta).
"Todo surgió entonces con la intención de crear escándalo, aprovechando que en Argentina soy un escritor conocido. Se falló a mi favor, él apeló y ahora hemos recurrido al Tribunal Supremo".
"Lo peor es que los debates literarios lleguen a los tribunales. No se discute si el premio fue justo o no, ni la calidad de la novela. El jurado no fue cuestionado, no se les llamó a declarar, no se les preguntó si habían sido presionados". El jurado estuvo integrado por Mario Benedetti, María Esther de Miguel, Tomás Eloy Martínez, Augusto Roa Bastos y Guillermo Schavelzon.
"Yo no tenía contrato para esta novela, y en caso de haberlo tenido, no estaba garantizado que ganara el premio. No digo que la editorial no tuviera cierta esperanza de que lo ganara, pero, insisto, no llamaron a los miembros del jurado para preguntarles".
El escritor dice que ha sido muy desagradable. "Kafka lo cuenta muy bien. Cuando estás en un proceso cualquier cosa que digas parece que sea para justificarte o una coartada. Cuando esto acabe escribiré mi propio Proceso. Los concursos pasan y sólo quedan los libros".
Babelia
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