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DESAPARECE EL PAISAJISTA DE LA AMÉRICA TORMENTOSA
Columna
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La urgencia del amor

Ha sido una muerte esperada. Hace unos meses Philip Roth me escribió: "Saul nos deja". Cuando hace ya cuatro años entrevisté a Bellow para el EPS me di cuenta de que había comenzado a declinar. Fue, si no la última, una de las últimas entrevistas que concedió. Su literatura, en la que convivían el estilo más elevado y el popular, ejerció una enorme influencia en los escritores de mi generación, especialmente en Philip Roth.

Conocí a Saul a comienzos de los años sesenta, cuando mi marido, Harold, era profesor de Derecho en la Universidad de Chicago, donde él también daba clases. Saul estaba casado entonces con Susan Glassman, que era de mi edad, y una extraordinaria belleza aristocrática. Cuando salíamos juntos los cuatro, a Saul le gustaba enseñarnos los barrios bajos del Chicago de su infancia. La parte dura de la ciudad, los bares de borrachos y perdedores. Harold, el catedrático de Derecho y estrella de Harvard, y Susan, la hija de un prominente cirujano de Chicago, lo veían mal y, con aires de superioridad, nos esperaban en la calle mientras Saul y yo absorbíamos la atmósfera de mala reputación que se respiraba dentro.

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Ese invierno me enamoré de Clancy Sigal, también de Chicago e hijo de una judía sindicalista y socialista, que había venido a pasar unos días desde Londres, donde vivía. Saul, un fino observador,fue el primero en darse cuenta de que algo pasaba. "Pareces contenta, me dijo, sea lo que sea... ve a por ello". Entendí lo que me quería decir. El convencimiento de que hay que asumir los riesgos de vivir la propia vida era la parte más auténtica de Saul. Siempre me he sentido en deuda con él por apoyarme en lo que terminó siendo una de las elecciones cruciales de mi vida.

En el corazón de los elevados meandros filosóficos de las novelas de Bellow siempre está presente la importancia del amor. Saul pertenecía a esa generación de escritores varones judíos que anhelaban ser los "chicos malos" frente a unos laboriosos padres inmigrantes que les predicaban los valores morales de la carne y las patatas. Los estadounidenses no tienen en su historia reyes, reinas y cortesanas. El sexo inundado de complicaciones amorosas era para ellos parte de la nueva aventura literaria americana. Parte de un nuevo territorio que iban a conquistar.

Escritores como Saul alcanzaron, por un lado, un alto estatus burgués que les permitió conseguir a una chica de Ratacliff como Susan Glassman (o, en el caso de Philip Roth, a la actriz Claire Bloom), pero, por otro, ese ascenso social no tenía ninguna repercusión real en ellos porque no estaba basado en su experiencia familiar. En el caso de Bellow, el resultado de los calamitosos tira y afloja de sus numerosos matrimonios (se casó cinco veces) e historias de amor que nunca colmaron su profundo sentido de la aventura (adoraba el "Sí, sí, sí" a la vida de James Joyce), conformó el andamiaje de casi todas sus novelas. Con frecuencia me he dicho que cada mujer que Bellow amó tenía su equivalente en alguna de sus novelas y que cuando perdían en esa sublime prueba, ellas mismas se convertían en novela. Quizá sea una de las razones por las que Bellow estaba tan prendido de Cervantes.

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