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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A cuatro bandas

Zapatero apostó ayer en Ciudad Guayana (Venezuela) por la estabilidad regional al avalar, junto al brasileño Lula, la paz acordada entre los presidentes de Colombia, Álvaro Uribe, y de Venezuela, Hugo Chávez, con un apoyo expreso a los procesos para acabar con las guerrillas y terrorismos locales. En esta región del mundo sobran armas, gastos militares y violencia, y es necesario construir la paz sobre bases sólidas. De ahí la importancia de la iniciativa española, que ha sido poco o mal explicada y ha sufrido excesivos roces entre Exteriores y Defensa. Nunca son buenas para un Gobierno las diplomacias paralelas.

Chávez resulta preocupante no sólo para Estados Unidos, que ignoró durante demasiado tiempo a ese país y a la región, sino para los vecinos y para muchos de sus conciudadanos. Pero es el presidente elegido por los venezolanos, ratificado en referéndum frente a una oposición que se ha derrumbado. Algunos de sus líderes se reunirán en Caracas con Zapatero, que en su día medió discretamente para que Chávez convocara el referéndum revocatorio que exigía la oposición. No hay que ver en todo ello una especial simpatía del presidente del Gobierno español hacia Chávez, sino el reflejo de una política que cree que es mejor tener interlocución con ese régimen que condenarle a un ostracismo que lo cerraría aún más y reforzaría su relación con Castro. La nueva capacidad española de diálogo se mostró útil ayer en la cumbre a cuatro bandas, en la que también se abordó la lucha contra el terrorismo, y en un futuro puede serlo incluso para Estados Unidos, pese al malestar que explicita por este acercamiento a Chávez.

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No cabe esconder ni avergonzarse de que reporte beneficios muy concretos a España, ni pensar que Chávez compre así la complicidad de nuestro país. Junto al contrato importante logrado por Repsol YPF, Zapatero debe firmar el encargo venezolano de ocho patrulleras y corbetas -pedido que constituye un balón de oxígeno para los antiguos astilleros de Izar- y aviones de transporte CASA C-235. Técnicamente, no se trata de "venta de armas", pues en principio las fragatas irán desarmadas, y los aviones no son de ataque. No así los 12 cazabombarderos que le venderá Brasil o la preocupante compra a Rusia de 100.000 fusiles AK-47. ¿Para qué los quiere un Ejército de 30.000 integrantes? Es necesario asegurarse de que no van a las FARC colombianas ni a impulsar la revolución bolivariana más allá de sus fronteras, ni siquiera para sus propios designios internos. El control sobre el tráfico de armas al que se comprometieron ayer los cuatro mandatarios no debería quedar en meras palabras.

Más allá de establecer mecanismos de seguimiento de los acuerdos, lo que se pone de manifiesto es la necesidad de una estructura de seguridad regional. Desde fuera, el jefe del Gobierno español está en una posición única para impulsarla.

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