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Reportaje:52º FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

El vital pesimismo de Woody Allen

El cineasta neoyorquino recibe de manos de Pedro Almodóvar el Premio Donostia

Elsa Fernández-Santos

Con las manos debajo de la mesa y los hombros tímidamente encogidos, Woody Allen (Brooklyn, Nueva York, 1935) protagonizó ayer en San Sebastián una de las conferencias de prensa más multitudinarias que se recuerdan. En la amplia sala de prensa del Kursaal no quedó ni una silla libre ni espacio en el suelo para sentarse. Allen, que horas después recibió de manos de Pedro Almodóvar el Premio Donostia por su carrera, presentó su última película, Melinda y Melinda, la historia de una joven neoyorquina contada de dos maneras diferentes: una trágica y otra cómica.

El cineasta llegó temprano a San Sebastián. En avión privado, acompañado por su mujer, Soon Yi, y sus dos hijos pequeños. El director de Manhattan entró en el hotel María Cristina agarrado a la mano de su hija. "Ahora mismo tengo una perspectiva muy muy pesimista de la vida", dijo a los periodistas. "Para mí, el vaso ya no está medio vacío, está totalmente vacío. La vida o es trágica o es extremadamente trágica". "¿Que si Bush es un personaje trágico o cómico? Me temo que es un ejemplo perfecto de cómo es dramático alguien que da risa. Si Bush gana las próximas elecciones, la tragedia será absoluta y automática".

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Allen recordó ayer la esencia de su humor, su parodia de la incongruencia de un mundo (Nueva York) tan hipercivilizado como perdido; su reproche a una vida injusta, fatalmente condenada al fracaso y en la que difícilmente se puede llegar a la felicidad: "La vida es básicamente triste", dijo el director de Zelig. "Aunque todavía hay pequeñas islas de comicidad".

De esas islas de comicidad nacen las historias que, según explicó ayer, escribe sin descanso: "Tengo decenas de ideas y creo que son buenas, las escribo en servilletas, donde sea. Son ideas para próximas películas. Me gustaría poder hacerlas todas antes de morir, y las haré si encuentro el dinero y a la gente que me deje hacerlas tranquilamente".

Rodaje en Londres

Allen ha rodado su última película en Londres. Una historia protagonizada por la actriz Scarlett Johansson que con el título provisional de Proyecto de verano está ambientada en el mundo de los llamados britartists. "Me fui a rodar a Londres porque me ofrecieron la oportunidad de trabajar allí en condiciones. Me garantizaban una libertad creativa que ahora mismo no encuentro en Estados Unidos". "Como saben", añadió, "la industria americana no es precisamente la más sensible del mundo y aunque con Melinda y Melinda tuve suerte y pude trabajar con absoluta libertad, las cosas no fueron igual cuando intenté rodar una nueva historia. De repente, me vi dando explicaciones, bailando claqué lo llamo yo, a una serie de ejecutivos que se querían meter donde nadie los llama. Dije que no quería hacer así la película, que no quiero la ayuda de ningún hombre de negocios y dejé el proyecto. Luego surgió la posibilidad de rodar en Londres y pensé en una nueva historia".

Woody Allen confesó ayer que con los años Maridos y mujeres (la película que rodó tras la ruptura con Mia Farrow y en la que describe con más crudeza la imposibilidad del matrimonio) es su favorita: "Creo que esa película se ajusta mejor que ninguna a la idea que quería contar cuando empecé a escribirla. Generalmente, tengo una idea que luego acabo, en mayor o menor medida, arruinando. Casi siempre me doy cuenta tarde, durante el montaje. Ése es el momento de verdadero pánico. En el caso de Maridos y mujeres el resultado tiene mucho que ver con la idea original".

Cuestión de suerte

El cómico, que en una de sus películas ha dicho que sólo existe un amor duradero -"el no correspondido, ése no te abandona jamás"-, afirmó ayer que la pareja es sólo cuestión de suerte. "Creo que es algo totalmente fuera de nuestro control. Sólo un feliz accidente puede lograr que dos personas que se aman logren encajar perfectamente las piezas para poder así disfrutar de toda una vida".

Durante casi una hora de preguntas y respuestas, Allen sólo escuchó dos reproches. El primero a la clase social de sus personajes (siempre sufriendo pero con pisos estupendos) y el segundo a su ego. "No nací rico. Mi familia es de clase trabajadora, pero, por alguna razón que desconozco, todos los personajes que se me ocurren viven en buenos apartamentos y tienen una buena educación. Quizá es porque la mayoría de la gente que conozco vive así. Pero ignoro la cuestión de fondo porque lo cierto es que no crecí con dinero y que los ritmos que yo tengo son los de la gente pobre. Conozco bien ese medio social, pero no se me ocurren historias sobre él. La verdad, insisto, es que no puedo entender la razón". Ante quienes consideran que el cineasta no habla de otra cosa que de sí mismo, Allen echó mano de su temible inteligencia: "Yo, sinceramente, no veo ninguna similitud entre mis películas. No sé que tienen que ver Zelig con Manhattan o Balas sobre Broadway con Melinda y Melinda. Pero puedo entender esa objeción, supongo que es lo mismo que cuando hablamos de comida china, hay miles de platos diferentes, muy diferentes, pero al final, es eso, comida china".

Woody Allen poco antes de recoger el Premio Donostia.
Woody Allen poco antes de recoger el Premio Donostia.JESÚS URIARTE

Portentoso Nueva York

Pedro Almodóvar y Woody Allen se conocían por sus historias, pero ayer, por primera vez, se vieron las caras. Sobre el escenario del Kursaal, en la gala inaugural del 52º Festival de Cine de San Sebastián, Almodóvar expresó su admiración por el director de Hanna y sus hermanas. "Yo conocí Nueva York a través de Superman y King Kong, pero eso fue el cielo de Nueva York; las aceras, las esquinas, las marquesinas de los edificios, me los enseñó Woody Allen", dijo Almodóvar ante el público. "En mi primer viaje a la ciudad pude comprobar que ni él ni Superman me habían engañado. Mi generación ha crecido con Woody Allen, hemos vivido de todo con Woody Allen: una dictadura, la democracia, un golpe de Estado, la movida madrileña, el glam, la ruta del bakalao, la bachata, los socialistas, los populares, de todo; cada año hubo siempre una película de Woody Allen para ver, una película que nos hacía más inteligentes, más libres y más cosmopolitas".

Woody Allen, ante un público que le ovacionó de pie, agradeció, visiblemente emocionado, un premio que considera inmerecido. "Cuando me dijeron en Nueva York que querían darme un homenaje por toda mi carrera pensé que no podía aceptarlo, yo no soy ni un científico ni un doctor que haya hecho nada de valor para la humanidad. Luego, sin embargo, pensé que a lo mejor sí había hecho algo, pensé que con mis películas he conseguido curar a muchos insomnes y eso es algo. Hoy les traigo aquí mi última película; si les gusta está bien pero si no les gusta no pasa nada, acabo de terminar otra"

"Woody Allen es uno de los pocos genios de cine que quedan. Hay pocos que acumulen tantas obras maestras. Es portentoso", dijo al llegar a San Sebastián el director de La mala educación. "Almodóvar es un cineasta maravilloso. ¡Yo debería darle a él este premio!", dijo Allen.

Allen también había explicado por la mañana que aceptaba el premio por gratitud a los espectadores españoles: "Siempre han apoyado mi cine. Yo quiero darle las gracias al público y al pueblo español".

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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