La incapacidad de amar y la dureza de un oficio
Icíar Bollaín presenta su excelente 'Te doy mis ojos' y Joel Schumacher firma 'Veronica Guerin'
La programación consecutiva de las dos películas que se proyectaron ayer, miércoles, en la sección oficial del certamen conformaría un espléndido programa doble para cualquier simposio o, si se prefiere, cursillo de universidad veraniega. Consciente o inconscientemente, los programadores han hecho coincidir las dos vertientes esenciales del eterno debate que afecta al cine desde los tiempos de Meliés y los Keystone Corps representados en esta ocasión por Te doy mis ojos, el excelente tercer largometraje de Icíar Bollaín, y Veronica Guerin, un nuevo y sólido producto firmado por el estadounidense Joel Schumacher. Pero si la exhibición de las dos películas permite discutir y teorizar sobre los condicionamientos económicos, culturales y artísticos de una obra -la cinematográfica- que mal que les pese a los puristas contiene en sí misma los dos componentes de arte e industria que la caracteriza, otra cosa muy distinta es colocarlas en el punto de salida de la misma competición. No tiene sentido que corran en la misma carrera un BMW último modelo y un Seat Ibiza, por ejemplo.
Un filme inteligente y sutil sobre la violencia y el amor, cara y cruz de una incapacidad
Te doy mis ojos, de la española Icíar Bollaín (Hola, ¿estás sola? y Flores de otro mundo), narra una historia en torno a la violencia en la pareja, con un tratamiento intimista y sensible en el que las simplistas dicotomías, los maniqueísmos a los que tan proclives son los detentadores de la verdad absoluta quedan fuera de lugar. "Candela Peña", explica Icíar Bollaín, "pone su fuerza y una gran ternura a un personaje que representa a los que queremos ayudar pero no sabemos cómo porque en el fondo no los entendemos. Con toda su buena fe, Ana no consigue ayudar a su hermana porque no la entiende, porque trata de simplificar algo muy complejo. El personaje de Candela somos un poco todos". Esa complejidad es la ambigüedad de las reacciones de Pilar (Laia Marull) ante las continuadas agresiones de su marido Antonio (Luis Tosar). Una relación sentimental que vista desde fuera resulta inexplicable y que desde dentro, entre quienes la viven y padecen, encuentra con frecuencia coartadas y disculpas de todo tipo: desde razones económicas a un deseo, por engañoso que resulte, de creer en la capacidad de cambio personal de quien en los momentos armoniosos manifiesta su enamoramiento.
La complejidad del problema es indiscutible pese a la aberración de un comportamiento que encubre su inseguridad, su miedo, en el predominio de la fuerza física. La ley de la selva aplicada al instinto de supervivencia puede ser cruel pero, también, comprensible. Ejercida en el ámbito de las relaciones amorosas es deleznable y, sin embargo, el número de víctimas mortales en una sociedad desarrollada, y en el siglo XXI, aumenta del orden del 30% anual pese al feminismo y al auge de las convicciones en la igualdad de los sexos.
Icíar Bollaín, con un modesto presupuesto económico y mucho talento, ha conseguido realizar un filme inteligente y sutil sobre un tema difícil en el que la violencia y el amor, sin pretensiones ontológicas, pueden ser la cara y la cruz de una misma incapacidad.
Joel Schumacher, por su parte, firma Veronica Guerin, una producción ejemplar del poderío de Hollywood: profesional, entretenida e impecable como producto industrial que mide todos y cada uno de sus costosos pasos en función de la taquilla. Schumacher cuenta en su filmografía con títulos como El cliente, Batman forever y Batman & Robin, entre otras. Su última película narra la historia real de la periodista irlandesa Veronica Guerin, reportera de sucesos de The Sunday Independent y primera periodista europea occidental que recibió en Nueva York, en diciembre de 1995, el Premio Internacional a la Libertad de Prensa por una serie de reportajes sobre los capos de la droga de Dublín. Siete meses después fue asesinada en su coche por dos pistoleros de la mafia. La repercusión popular de su asesinato acabó con la indolencia de las autoridades y obligó a modificar la Constitución para ganar en eficacia en la lucha contra los señores de la droga y las ingentes cantidades de dinero que generaba su negocio.
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