Caminos de regreso
Lo que puede hermanar temáticamente a ambos no es otra cosa que la necesidad casi ontológica del regreso. La tiene Peter, el protagonista de Faithless Games, un compositor que, tras vivir largos años en Praga, decide regresar junto a su esposa, Eva, a su pueblo natal, en Eslovaquia, pero en zona hungaroparlante. Y la tienen también la difunta Mara, que regresa metida en un ataúd a que la lancen al omnipresente Danubio, allá por las sobrecogedoras tierras de la rumana Puerta de Hierro; y su antiguo amante, el veterano capitán Franz, que gobierna con insegura mano un viejo barco carguero, el Donau, Duna..., del título de Rebic.
Realidades sociales
Ambos filmes hablan, igualmente, de realidades sociales cambiantes, de fronteras nacionales que se han abierto después de décadas de permanecer cerradas; de sentimientos inestables que, en ocasiones, ocultan realidades lacerantes. Pero ahí terminan las comparaciones. Faithless Games es una película discreta, minimalista y casi en sordina, que cuenta los problemas, los juegos peligrosos en que se mete una pareja en la que cada uno tiene un proyecto de vida diferente: Peter, quedarse en su pueblo; Eva, regresar, otra vez el regreso, a su Praga natal, donde dejó amigos y familia, y donde pronto dejará, igualmente, a un amante.
Donau, Duna, Dunaj, Dunav, Dunarea se plantea desde otra estrategia de discurso. Para empezar, más plural, con personajes emblemáticos que van apareciendo y desapareciendo a lo largo de un viaje de casi 2.000 kilómetros por uno de los ríos más literarios de Europa, el Danubio; ese río tan cargado de historia y que, cuando el filme acaba, queda de manifiesto como el verdadero protagonista del relato. Rebic, su director, da cuenta de su primera dedicación profesional, el documental, y logra captar en su filme, que adolece de una gran ingenuidad a la hora de plantear dónde comienzan, y cómo se engarzan, las historias que propone, una belleza natural por momentos notable.
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