Un salto de pértiga
"Soy de la generación del conflicto", me reconocía hace poco esta socióloga de Fez, en Rabat, lamentando algunas telarañas de sus pensamientos sobre España. Yo la escuchaba con avidez intentando superar el que la mía fuera, hacia ellos, la generación de la ignorancia. Inútil explicar, en el contexto en el que vivimos, las dificultades para formular siquiera las condiciones para un diálogo, cualquiera que fuera el tema que quisiéramos abordar.
Tiene gracia que sea ahora un premio como el Príncipe de Asturias el que nos la acerque a nuestra vida cotidiana. Desde los picos de Don Pelayo se honra a una mujer que dedicó y dedica su vida al conocimiento profundo de su identidad dentro de su civilización árabe y musulmana. Y hurgándose en su vida, la refleja en los miles de prismas de mujeres que como ella quieren hoy estar presentes con su voz, con sus historias, con sus propuestas. Si tiene un valor, acaso sea el mayor el que miles de mujeres de la otra orilla se vean también honradas y miren sin recelo a un país que quiere rendirles un tributo.
Cuando leí sus Sueños en el umbral -"falsa autobiografía, por supuesto", me apostilló con sorna cuando se la mencioné-, no podía imaginar la enorme distancia cultural entre los dos mundos que geográficamente me circundaban. De un lado, la Europa de Virginia Woolf y la defensa de la intimidad en Una habitación propia. Del otro lado, contemporáneamente, el harén que Fátima retrataba y la defensa de la intimidad, esta vez familiar, entre las coesposas de su abuelo. Ese salto que Fátima daba, siempre orgullosa, hacia la igualdad de las mujeres en su tradición, en sus textos religiosos, y hasta en sus sultanas olvidadas, me parecía y me sigue pareciendo hoy un formidable e histórico salto de pértiga.
Pocas zonas en el mundo poseen brechas tan profundas como las que hoy separan nuestros continentes. Y sin embargo, cuanto mayor es la distancia cultural, más intensa es la profundidad de nuestras resonancias históricas. Vale por tanto aún más este premio si nos acerca a lo que durante tantos siglos nos unió como patrimonio del que las mujeres de ambas orillas somos herederas.
Y vale aún más. Quienes conocen a Fátima saben con cuánta envidia recuerda y añora el lugar de nacimiento de sus poetas, filósofos e historiadores, en cuyas fuentes bebe, tan lejos y tan cerca de sus fronteras. Y saben también, en estos momentos de desgarros históricos, cuánto apela a aquel que la enseñó a reconocerse a sí misma a través del otro, el murciano y afincado en Sevilla Ibn Arabí. Es en el diálogo en el que te reconoces, es el otro el que te desvela tu propia identidad. Dicho así suena a algo absolutamente fuera de todo contexto. Pero pensándolo bien, de la mano de nuestros clásicos, posiblemente nos queda todavía un largo camino por descubrir y recorrer.
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