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Tribuna:FALLECE EL SECRETARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
Tribuna
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Corazón de hierro

En una de las reuniones académicas del pasado miércoles evocó Emilio Lledó -no recuerdo a propósito de qué- aquella conmovedora escena del Canto XXIV de la Ilíada en la que Príamo se decide a ir a solicitar a Aquiles el cadáver de su hijo Héctor. Al ver a Aquiles se admira el Dardánida de su gran prestancia física y de su hermosa calidad de espíritu: el cuánto y el cuál, glosaba Lledó, añadiendo que toda la escena representaba de modo admirable el nacimiento de la ética.

Pesaba en el ambiente de la reunión la ausencia de Domingo Ynduráin, nuestro secretario, y era esa ausencia como una sombra premonitoria. Por ello, sin duda, apliqué de inmediato las palabras de la Ilíada al amigo que a esa hora luchaba con la muerte: cuánto y cuál. Se repite como frase hecha lo de "larga y penosa enfermedad". Para mí la frase se fue deshaciendo en realidad de herida cada día más profunda desde que, en enero de 1999, conocedores ya del mal que le invadía, decidimos elegirlo y reelegirlo, hace sólo dos meses, como secretario.

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Largo y penoso, pero también cada vez más ejemplar calvario. Sí, porque a medida que se debilitaba su prestancia, su cuánto, crecía su cualidad moral. "De hierro es tu corazón", le dijo Aquiles al viejo Príamo en aquel encuentro que constituye un formidable ejemplo para los días turbulentos que vive el mundo. Corazón de hierro, el de este amigo, al que en todo ese tiempo de lucha no le oí nunca quejarse y que, por el contrario, se esforzaba en disimular su dolencia. Hasta última hora, se empeñó -y no es frase hecha- en cumplir su misión académica. De casta le venía: así, en efecto, había sido su padre.

Recuerden otros su valía intelectual, sus ya clásicos estudios sobre tantos temas de las letras hispánicas: de Berceo a San Juan de la Cruz, pasión compartida; del humanismo a Espronceda o Machado. Yo quiero sólo dejar constancia, como testigo de excepción, de la calidad ética de este universitario de raza, del académico entregado al trabajo, consejero avisado y amigo leal.

Enemigo de pompas y vanidades, quiso una muerte y una despedida calladas. Me dejó incluso a través de Mariola, su mujer admirable, el mandato de que no alteráramos en nada los planes de trabajo académico ni diéramos noticia de ello. Lo hemos respetado. Esta tarde, unido al limitado grupo de familiares y amigos que rodeaba su féretro en la sobria ceremonia del adiós, oí con claridad el mensaje de Chomin que hacía suyas las palabras de Aquiles: "Dejemos reposar los dolores en el ánimo. Nada se consigue con el gélido llanto que hiela el corazón". Era el mensaje de los latidos últimos de un corazón de hierro.

Víctor García de la Concha es director de la Real Academia Española.

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