Enología desde la viña
Los vinos de Benjamín Romeo son fruto del cuidado de los detalles, desde la poda a la botella
A Benjamín Romeo le ha gustado nadar contracorriente, desde que comenzó a dar sus primeros pasos en el mundo del vino, hacia 1986. Entonces era un enólogo recién titulado que entraba en el trabajo de bodega de la mano de Artadi, que se acababa de fundar como cooperativa en Laguardia (Álava). Con ella fue el artífice técnico del vino joven prenavideño, toda una insolencia para la vinicultura española del momento.
Y quizás aquel paso le dio ánimos para caminar, en su andadura en solitario, por senderos poco frecuentados, con espíritu iconoclasta, desde la viña hasta la botella. En 1995 toma cuerpo en su cabeza la idea de una bodega pequeña, con vinos de personalidad muy definida, de corta tirada y alto precio. El proyecto se pone en marcha cuando se jubila su padre y pasa a encargarse del viñedo familiar.
Esta hacienda la completa con pequeñas fincas, casi minúsculas, plantadas con cepas centenarias y ubicadas en algunos de los terrenos más pobres de San Vicente de la Sonsierra (La Rioja), su pueblo natal y donde instalará la bodega. El cuidado de estas 4,5 hectáreas repartidas en 22 parcelas es minucioso, con el fin de conseguir el mejor fruto. Por ejemplo, el abono es específico para cada parcela y se encarga a una casa especializada, en función de la composición del suelo. Son pequeños detalles (como la poda en corto) para conseguir unas producciones mínimas, que rondan un kilo de uva por cepa.
Todo este trabajo desde la viña no es una novedad, aunque no sea tan frecuente. Pero el responsable de los exclusivos Contador y La Cueva del Contador se ha propuesto una nueva meta: la elaboración de un tempranillo 100% a partir de cepas de 20 años de una finca de 2,5 hectáreas ubicada a una altitud baja (450 metros) y en un terreno aluvional. "Me he planteado conseguir un buen vino con estas condiciones; la clave está en un trabajo concienzudo en la viticultura, con el fin de conseguir una botella por cepa, es decir, una producción mínima, gracias a una doble vendimia", explica el enólogo riojano.
El resultado de esta viña se catará a partir de septiembre de 2003, cuando se ponga a la venta La Viña de Andrés, que es como se llamará este vino, en homenaje a su padre. Será una vuelta de tuerca más en el trabajo de Benjamín Romeo.
El proceso que va de la vendimia al embotellado mantiene el gusto por la excelencia. Las tinas de madera donde fermenta la uva están hechas a la medida de la producción de cada viña; las barricas proceden de ocho tonelerías francesas y están fabricadas casi al gusto de Romeo; las trasiegas se llevan a cabo en la luna menguante de diciembre o enero...
Y luego llega la crianza. Entonces Romeo sube el vino desde el pueblo hasta su cueva, bajo el Castillo de San Vicente de la Sonsierra, como durante siglos hicieron sus antepasados. De la primera estancia de estas cuevas, el contador donde se sentaba el encargado de hacer el recuento del vino que entraba en bodega, toman el nombre las dos marcas que hasta el momento ha sacado al mercado y que le han merecido un lugar entre los grandes.
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