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Crítica:CLÁSICOS DEL SIGLO XX: UNA INVITACIÓN A LA LECTURA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Marinero en tierra', de Rafael Alberti

EL PAÍS ofrece el primer libro de poemas de un miembro esencial de la generación del 27

La pintura fue la primera de sus grandes pasiones, y a ella dedicó sus juveniles energías creativas. Durante su adolescencia se trasladó desde su natal El Puerto de Santa María a Madrid. Allí descubrió el Museo del Prado, y el deslumbramiento ante tanta belleza acumulada ratificaría su inicial vocación. Años más tarde, ya en el exilio argentino, publicaría A la pintura (1948), su particular homenaje a Picasso y, con él, a toda la cultura de las artes plásticas, de la que fue un gran conocedor y, desde luego, jamás abandonaría su práctica. No obstante, será la poesía la que le sitúe en los lugares de honor de la cultura española del pasado siglo, vinculado a la generación del 27, esa extraordinaria conjunción de talento, sensibilidad y amistad que por razones en las que el irrazonable azar debió de jugar un papel esencial, permitió contar con un grupo de creadores difícilmente repetible. Entre los años 1920 y 1924 reúne sus primeros poemas bajo el título de Mar y Tierra, que presentaría al Premio Nacional de Literatura, galardón que consiguió en 1925, compartiéndolo con el poeta santanderino Gerardo Diego. El libro se titularía definitivamente Marinero en tierra y podrá adquirirlo mañana el lector de EL PAÍS por tres euros. Pintura y poesía adquieren una mayor significación política al desencadenarse la guerra civil y tomar partido el poeta por la causa republicana desde su militancia en el partido comunista. Vive el largo exilio en Chile, Argentina e Italia, hasta que, en 1977, tras la muerte de Franco, regresa definitivamente a España.

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Alma azul y blanca

Rafael Alberti vivió como una tragedia tener que abandonar El Puerto de Santa María cuando tenía 14 años para trasladarse a Madrid. Tal como reconoció muchas veces a lo largo de su vida, el recuerdo del mar le persiguió allá donde fuera. En 1982 escribía: 'Yo siempre me he considerado, yo siempre fui, yo siempre sigo siendo un hijo de la mar de Cádiz, de su bahía, de sus espumas y sus médanos, de su cal vibradora, de sus verdes y musicales balcones. Yo, desde aquel mayo de 1917, mes de mi dolorosa arrancadura de aquel Puerto de Santa María donde nací, me traje conmigo a Madrid toda aquella alma azul y blanca, toda aquella destelladora y espejeante luz gaditana, que habría de inundar no sólo la primera poesía rítmica y cantable de mi Marinero en tierra, sino toda la que arrastré a mi largo destierro de casi 40 años'.

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