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50º FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

Una lupa sobre la cotidianidad de la Patagonia argentina

Rocío García

Un actor en medio de gente corriente de la calle. Sólo uno de los intérpretes (Javier Lombardo) que trabajan en Historias mínimas, la película argentina que concursó ayer en el festival de San Sebastián, es profesional. El resto son hombres y mujeres que en la pantalla son lo que son en la vida real, como Javiera Bravo y Aníbal Maldonado. Su director, Carlos Sorín (57 años, Buenos Aires), jugó desde los inicios del proyecto con esa idea. 'Si lo hacía con actores reales, la película perdía el alma', aseguró ayer Sorín.

Y el alma de Historias mínimas, tercer largometraje de su realizador, está precisamente en la intrascendencia del viaje de tres personas por las mesetas interminables de la Patagonia argentina -un jubilado en busca de su perro desaparecido hace tres años, una joven madre con su niña que viaja hacia el fascinante mundo de la televisión y un viajante de comercio solitario y necesitado de amor-.

'Es como poner una lupa sobre lo cotidiano y ampliarla', explicó ayer Javier Lombardo (43 años, Buenos Aires), el único intérprete profesional del filme. 'Yo quería hacer una película sobre gente muy simple, retratar la intrascendencia y la banalidad de tres historias en las que se van abriendo grietas', explicó Sorín, que tomó de la publicidad, donde ha trabajado largos años, la idea de los actores no profesionales. 'Me encargaron hace años un anuncio para una compañía telefónica sobre la llegada por primera vez del teléfono a la Patagonia, y cuando llegamos al pequeño pueblo y percibí la excitación que producía entre los vecinos, dejé a los actores en el hotel y me decidí a hacerlo con los auténticos protagonistas, los pobladores del pueblo'. A partir de ahí, tuvo siempre en mente la realización de un largometraje con no actores, 'como otra forma de encarar el tema de la realidad y su representación'.

Un proyecto muy arriesgado, con una estructura de guión abierta a la improvisación de sus protagonistas pero una experiencia feliz y tierna, a tenor de los cariñosos aplausos que obtuvo ayer la película en los pases del Kursaal.

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