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Israel acorrala a Arafat para forzar su exilio

El líder palestino, recluido en el segundo piso de su residencia entre escombros

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Una montaña de papeles que había enfrente de la habitación fueron esparcidos por el suelo. Todos los cristales quedaron rotos, incluso el espejo ante el que el presidente se colocaba cada mañana su kefia, blanca y negra, con la que esconde desde hace años una calva absoluta, y en una de cuyas esquinas estaba la fotografía de su esposa Suha y de su hija.

'Lo peor es que los cimientos del edificio han quedado dañados y en cualquier momento el inmueble puede venirse abajo, aplastando al presidente', han advertido en las últimas horas los colaboradores del rais, a través de los teléfonos portátiles, el último cordón umbilical que les une con la realidad. En estas conversaciones fugaces, por miedo a agotar las baterías, los asediados se lamentan además de que ya no quedan víveres, de que no hay prácticamente agua, y de que puede cortarse el suministro, o entorpecerse las líneas telefónicas, como hicieron los israelíes en los otros dos anteriores cercos.

Pero nada de eso parece afectar a Arafat, que duerme en el suelo, sobre una alfombra, en traje militar, prácticamente abrazado a su metralleta Uzi, de fabricación israelí. Aseguran que su moral es alta, como lo fue años atrás; primero en el asedio de Jordania o en el de Beirut, o cuando estuvo a punto de morir en el desierto libio, cuando su avión se perdió tras un accidente. En estos momentos no se olvida tampoco, como buen musulmán, de las cinco oraciones preceptivas. Pero sobre todo habla por teléfono continuamente. Este edificio, donde se encuentra la residencia y las oficinas privadas de Arafat, es el único inmueble que permanece en pie en la Mokata. El resto de inmuebles, cerca de una treintena, algunos de ellos construidos durante el mandato británico, han quedado reducidos a escombros por la actividad incesante de las excavadoras, de los tanques y helicópteros israelíes.

En el exterior como si fuera un símbolo de la lucha descarnada, la bandera palestina ondea en lo alto del edificio, a escasos metros de otra israelí, que las tropas ocupantes han colocado sobre un montón de ruinas. Pero cada vez es más difícil ver algo. Una espesa columna de humo, de un incendio originado en la antigua prisión militar palestina, contigua a la residencia, amenaza con envolverlo todo.

Por encima de este escenario trágico se escuchó ayer la voz de Arafat, quien a través de la agencia Wafa difundió un comunicado en el que anunciaba que 'estamos listos para la paz, pero no para la capitulación'. Luego, pidió a los palestinos 'frenar los ataques dentro de Israel, porque Sharon los utiliza como cobertura para destruir la paz de los valientes'. Pero ni las presiones de EE UU, ni de la UE ni del resto de la comunidad internacional han logrado mitigar la tensión, ni doblegar la tozudez de Sharon, que parece decidido a continuar con el asedio, con una excusa nimia: la entrega de 20 activistas. La estrategia parece clara: no tocar al presidente, pero presionarle hasta obligarle al exilio.

El presidente palestino, Arafat, junto a su arma, en su despacho de Ramala.
El presidente palestino, Arafat, junto a su arma, en su despacho de Ramala.AP

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