La esencia de lo pictórico
Último superviviente de la vanguardia histórica española, Ramón Gaya, con sus 91 años, ha atravesado de punta a cabo las luces y las sombras del siglo XX, cuyo arte no ha dejado de ser un fluido constante de innovaciones polémicas. Gaya no asistió impasible a este espectáculo, sino que se involucró apasionadamente en él desde todos los puntos de vista. En primer y fundamental lugar, como pintor, que, desde los 10 años, no ha dejado de volcarse ilusionadamente en esta tarea creativa, desarrollando un estilo personal y una independencia de criterio encomiables. En segundo lugar, Gaya ha sabido explicarse a través de la escritura, pero, haciéndolo tan bien, que más que las razones alegadas en defensa de sus criterios y la calidad de su bello razonar, su obra poética y ensayística le han revelado también como un gran creador literario y, sobre todo, han puesto al descubierto la luminosidad de su mirada y la exquisitez de su sensibilidad. En tercer lugar, Gaya no escamoteó nunca el compromiso cívico cuando las trágicas circunstancias de la historia española lo requirieron, debiendo por ello padecer, tras la guerra civil, un prolongado exilio, primero en México, donde dejó su impronta, y luego como un trotamundos que, sin embargo, acababa siempre en Italia, su país de adopción.
Nadie ha sabido mejor que Gaya penetrar y glosar mejor la obra de Velázquez y, en cierta manera, prolongarla pictóricamente, profundizando en su espíritu, que es lo contrario de la mera imitación. Desde el punto de vista artístico, Gaya no se ha dejado intimidar por modas ni arrebatos ideológicos, tan frecuentes en el agitado siglo XX, sino que ha sido fiel a la tradición de los antiguos grandes maestros, occidentales y orientales, pero sin volverle por eso la cara a la modernidad, a la que ha seguido hasta donde lo creía justo, que para él era precisamente la esencia de lo pictórico; esto es: no se ha arredrado a la hora de ahondar en la pintura, pero se ha revuelto contra quienes querían destruirla.
En Gaya hay, en definitiva, el brillante destello de esa maravillosa Edad de Plata que, hoy lo podemos decir ya, ha constituido uno de los momentos más apasionantes y hermosos de la cultura española contemporánea.
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