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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Chávez, en entredicho

Su popularidad cae en picado, y los problemas económicos se le amontonan, agravados por la caída del precio del petróleo. Hugo Chávez, que barrió en las elecciones de hace tres años en una Venezuela presa de la corrupción, se hizo una Constitución a su medida y ocupó todos los poderes, incluido el judicial, con unos tentáculos totalitarios que penetran en la escuela pública. Llegan horas bajas para Chávez. Quiere comparar su situación a la de Salvador Allende en Chile antes del golpe de 1973, pero no hay comparación. En la Venezuela de hoy, Chávez puede sucumbir a un golpe de Estado o a la presión popular, pero ha sido él quien más ha fomentado el autoritarismo y el culto a la personalidad. La magia de este ex golpista ha desaparecido.

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Los ciudadanos le han perdido el miedo y responden a sus despropósitos con caceroladas y, tras repetidas manifestaciones de cierto éxito, organizan para el 7 de diciembre una gran marcha en Caracas para exigir su dimisión. Chávez, que quería controlarlo todo, ha perdido las elecciones sindicales. Ha conseguido unir en su contra a trabajadores y empresarios. Éstos, en protesta por los decretos aprobados por Chávez, han convocado un 'paro nacional productivo' para el 10 de diciembre. Se amontonan, así, los nubarrones para el régimen, lo que obligó ayer al fiscal general, Isaías Rodríguez, a salir al paso de los rumores sobre una declaración de estado de excepción, una medida que respondería al talante de este ex golpista llegado a presidente. Le llevaría a salvarse temporalmente hundiendo su país y las libertades que quedan.

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Chávez llegó tres años atrás envuelto en la bandera de la lucha contra una corrupción que había carcomido los cimientos de la democracia venezolana y sus partidos políticos tradicionales. Desde entonces, la corrupción ha salpicado al régimen, mientras no ha logrado hacer nada por esa enorme masa de pobres que forman la ciudadanía venezolana y que fueron los que le auparon, desesperados, al poder. Hoy, con el Gobierno y los militares aparentemente divividos, la calle ya no es de Chávez. Pero tampoco de una oposición que no se ha reorganizado suficientemente, pese al aparente resurgir de las ruinas de los adecos, la antigua Acción Democrática.

Es peligroso que un país se desestabilice de forma ademocrática, y, sin embargo, da toda la impresión de que Venezuela ha entrado en esta pendiente, con la larga sombra de EE UU detrás. Washington ve a Chávez prácticamente como a un enemigo por su amistad con Fidel Castro y sus relaciones con las FARC colombianas y otros grupos guerrilleros, y por haber intentado hacerse con la OPEP en contra de EE UU. Chávez ha equiparado, además, los bombardeos contra Afganistán con el ataque terrorista del 11 de septiembre contra Nueva York y Washington. Para rematar, la vicepresidenta, Adina Bastidas, declaró posteriormente que la dominación del mundo por los blancos anglosajones protestantes era la causa del terrorismo. Incluso si busca fuera una distracción de los problemas internos, Chávez juega con fuego. Los tiempos no están para bromas.

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