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DESAPARECE EL GRAN EXPERTO DE LOS DIALECTOS
Columna
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Manuel Alvar: última anotación de campo

Lo primero que sorprende al abordar (por desgracia, de forma ya retrospectiva) la obra de Manuel Alvar es su magnitud: más de 160 libros y tal vez 600 artículos. En una ocasión -hace pocos años- el marqués de Tamarón estimó en más de 33.000 las páginas que habían salido de su pluma. Semejante despliegue bibliográfico va parejo con la dispersión geográfica de sus actividades de investigación, que le llevaron de la Patagonia, al norte del río Grande, y de sus aventuras de docencia, que le pasearon entre Oxford y Berkeley, pasando por México y Pekín.

Que no se entienda como nada peyorativo señalar que Manuel Alvar fue uno de nuestros últimos sabios 'al antiguo estilo'. Los azares científicos e históricos hicieron que el análisis de las variedades del español -lo que se llama dialectología- tuviera un retraso considerable con respecto a la situación de otras grandes lenguas occidentales.

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El estudio de las variantes del español de España y del americano y la confección de sus atlas lingüísticos estaba aún pendiente tras nuestra guerra civil, y ésa fue la tarea a la que Manuel Alvar dedicó más energías, esfuerzos y viajes. Los lingüistas de campo desarrollan su actividad anotando a mano matices articulatorios que sólo un oído finamente entrenado les permite discriminar, y este trabajo artesanal y minucioso es el que les permite recorrer las entrañas de una lengua.

No había rincón del español de América o del peninsular (o insular) que fuera desconocido para Manuel Alvar. Pero el gusto por las situaciones mixtas, por las lenguas en contacto, se manifiesta también en sus estudios sobre el judeoespañol, en sus calas en los límites meridionales del catalán o en sus páginas sobre el emperador que ignoraba las lenguas que hablaban sus súbditos: Carlos V.

El trabajo con centenares de informantes, de Tejas a Murcia, durante muchos años, tuvo que suponer una rica experiencia humana. Manuel Alvar siempre tenía palabras de reconocimiento para esas personas del pueblo que, muchas veces con miedo o vergüenza por su ignorancia, accedían a contar a esa persona 'de la Universidad' qué nombre daban ellos a tal planta o a esa prenda de vestir. 'Para muchos de mis informantes', recordaba hace poco, 'esa encuesta fue de las cosas más importantes que les habían ocurrido en la vida...'.

Manuel Alvar trabajaba en un saber arcano, la dialectología, que cristalizaba en misteriosos cuadernos de apuntes y en mapas inescrutables. Sin embargo, las lenguas en contacto no solamente se encarnan en isoglosas (las líneas que en la cartografía lingüística agrupan fenómenos similares), sino a veces en conflictos como los que surgen entre el español y el inglés en EE UU, o en la coexistencia de lenguas oficiales en España. La notoriedad de su figura pública (como director de la Real Academia durante muchos años) hizo que con frecuencia los medios de comunicación solicitaran su opinión sobre problemas que ya eran directamente sociolingüísticos.

Fue testigo de las poderosas tendencias a la uniformización de las lenguas que fomentan en la actualidad los medios de comunicación, pero nunca dejó de tranquilizar sobre el futuro de la riqueza de nuestra lengua. Sin embargo, en repetidas ocasiones hizo la sorprendente advertencia de que, en su experiencia, los hablantes menos cultivados -en España o en América- eran los que presentaban un español más rico y variado. Quien recorra sus minuciosas encuestas llenas de nombres para objetos y acciones del mundo natural y rural, que ninguno de nosotros conocemos, no podrá sino darle la razón. Fue también una voz tranquilizadora sobre un hipotético futuro en que el español se fragmentaría (como ya hizo el latín) en multitud de lenguas, cuyo heraldo sería el spanglish. 'Eso no puede ocurrir', tranquilizaba, 'no interesa a nadie...'.

Estas pruebas públicas de la actualidad de la disciplina a la que se dedicó nunca impidió que la mayoría de la gente con la que trataba en el mundo no profesional la desconociera por completo... 'Me preguntan muchas veces, cuando les digo a qué me dedico', aún podía bromear después de mostrar un rimero de cuadernos con transcripciones fonéticas, '¿para qué sirve eso de la dialectología?, pero yo siempre digo que a mí, por lo menos, me ha permitido criar un montón de hijos...'.

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