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DESAPARECE EL GRAN EXPERTO DE LOS DIALECTOS
Columna
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Enseñar y escribir

La muerte de Manuel Alvar nos empobrece a todos los que amamos la lengua española y la filología en general. Era un ejemplo de cómo el trabajo austero puede ser el centro de una vida. Enseñar y escribir era lo suyo.

Venía de Zaragoza, del grupo de los alumnos de Blecua. De ellos, Lázaro fue a Madrid, él, a Salamanca. Allí le conocí, en los primeros años cuarenta, de entonces viene nuestra amistad.

Tras nuestra guerra, hacía falta un enlace con la gente del Centro de Estudios Históricos. Alvar fue, seguramente, el primero. Cultivó, en la línea tradicional, la gramática histórica del castellano, del aragonés también. Y estudió el español en toda América, también en las poblaciones de habla hispana en Estados Unidos.

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Introdujo, eso sí, una novedad: los mapas geográficos, iniciados en Francia por Guillièron. Recorrió, incansable, nuestra geografía y la de América con sus encuestas. Halló colaboradores en Antonio Llorente, Gregorio Salvador y Antonio Quilin, entre otros. En fin, gracias a él, nuestra lengua, que amaba, es mejor conocida. Era un aragonés que amaba a España.

En la línea que venía del Centro de Estudios Históricos los dialectos, la historia y las variedades en la lengua española eran su centro de interés. También la cultura y la literatura populares. La nueva lingüística abstracta, a saber, los estructuralistas, Chomsky, Dijk y demás, no le decían nada.

No hablo de sus infinitas distinciones, sus cargos y su condición de académico. Su trabajo, y los libros en que se plasmó, es lo más importante. Y su amistad.

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