El lenguaje perdido de los preneandertales
El paleontólogo Arsuaga busca probar que los enterramientos de Atapuerca implican una mente simbólica
El hallazgo de que los preneandertales eran capaces de hablar, divulgado la semana pasada por los paleontólogos que trabajan en la sierra de Atapuerca (Burgos), no sólo es importante porque permite imaginar la existencia de un lenguaje humano hace 300.000 años. Para el codirector de las excavaciones, Juan Luis Arsuaga, significa además una aportación de primer orden a la investigación del origen de la mente humana, caracterizada de modo decisivo por su capacidad simbólica, ligada al lenguaje.
El estudio exhaustivo del cráneo número 5 -considerado la joya de la corona de la famosa Sima de los Huesos de Atapuerca- ha permitido demostrar que los individuos que poblaron la zona hace unos 300.000 años estaban capacitados para emitir una variedad de sonidos suficiente para comunicarse oralmente. Unos sonidos, eso sí, únicamente adaptados a sus propias pautas de comunicación, porque en el improbable supuesto de que coincidieran en la sierra con un burgalés del siglo XXI no sería fácil que uno y otro consiguieran entenderse.
Al parecer, el aparato fonador de los preneandertales de Atapuerca estaba más desarrollado que el del chimpancé, pero no tanto como el del homo sapiens. De hecho, en el caso de los preneandertales no existían las dimensiones apropiadas para que pudieran pronunciar tres vocales esenciales, es decir la a, la i y la u. 'Se trata de las únicas vocales que se encuentran presentes en todos los idiomas conocidos', según explica el paleontólogo de la Universidad de Alcalá de Henares Ignacio Martínez, responsable de una investigación sobre el tema que pronto será publicada en una revista científica.
Por caprichos de índole física, para poder pronunciar esos tres sonidos básicos resulta imprescindible que la longitud de la mandíbula desde la parte delantera a la trasera coincida con la longitud de la laringe de arriba abajo, es decir, desde la boca hasta la nuez. Dado que la mandíbula de los preneandertales de Atapuerca era más larga que la del homo sapiens, y que su cuello, sin embargo, medía lo mismo, los preneandertales no podían pronunciar la a, la i y la u con la misma precisión y rapidez que lo podemos hacer los humanos de hoy día.
En cambio, los chimpancés, por su parte, tienen la mandíbula mucho más larga que la laringe. Esta circunstancia les impide hablar, pero lleva aparejadas otras aptitudes: así, por ejemplo, son perfectamente capaces de tragar y respirar al mismo tiempo, lo cual es una habilidad común a todos los mamíferos que los homo sapiens disfrutan al nacer, pero van perdiendo conforme se desarrollan. El paleontólogo Ignacio Martínez lo explica muy gráficamente: 'El precio que pagó la especie humana a la naturaleza a cambio de conseguir la facultad de hablar fue la posibilidad de morir atragantado'.
El siguiente paso en la investigación de los científicos que estudian el yacimiento de Atapuerca consistirá en tratar de reconstruir por completo el aparato fonador de los preneandertales y a partir de ahí poder reproducir, mediante recursos mecánicos e informáticos, los sonidos que emitían.
Para el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, el descubrimiento de que los preneandertales podían hablar contribuye a reforzar la tesis darwinista de que las diferencias entre chimpancés y homo sapiens -pequeñas, puesto que únicamente afectan a un 1% del genoma, pero muy importantes, al menos para los humanos- son el producto de una evolución natural ordenada.
Según el paleontólogo que coordina los trabajos de Atapuerca -que dirigió la semana pasada un curso de verano de la Universidad Complutense sobre El origen de la mente simbólica-, el hallazgo viene a otorgar plena razón a Charles Darwin en su discordia con el otro padre de la teoría de la evolución, Alfred Wallace, quien atribuía la aparición de la inteligencia humana a un suceso extraordinario, sólo clasificable al margen de las leyes de selección natural ordinarias.
Hasta el momento, la primera evidencia de una mente simbólica en la especie humana se remonta a hace 40.000 años, con la aparición de las pinturas rupestres en diversas regiones del planeta.
El paleontólogo Juan Luis Arsuaga persigue demostrar que los 30 individuos enterrados en la Sima de los Huesos de Atapuerca hace 300.000 años fueron llevados allí por sus congéneres como consecuencia de alguna creencia común, tal vez un ritual religioso, que sólo podrían compartir si contaran con un lenguaje para comunicarse: es decir, si sus cerebros albergaran, ya entonces, una mente simbólica.
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