El brevísimo despertar y repliegue de la generación Z en México
Nacido en redes, amplificado por la indignación y diluido por la falta de demandas claras, el movimiento pasó en cuestión de semanas de acaparar la agenda política a marchas sin ruido


La generación Z se inclina a la derecha, usa intensamente el teléfono, es diversa y crítica, y crece bajo la precariedad, la incertidumbre y la desconfianza política. Es parte del retrato que los más mayores han logrado dibujar de los jóvenes de entre 13 y 28 años. En algunos países, estos muchachos han tumbado Gobiernos, han incomodado a otros tantos y, el pasado noviembre, un movimiento que llamaba a protestar bajo el paraguas de la generación Z, puso contra las cuerdas al Gobierno mexicano. Durante un par de semanas, ese fenómeno nacido en redes, sin rostros, líderes ni consignas, logró instalarse en la agenda pública y movió al Gobierno de Claudia Sheinbaum a reaccionar.
El movimiento empezó en las redes sociales con imágenes generadas por inteligencia artificial y símbolos de la animación japonesa One Piece. Rápidamente, pasó de ser un fenómeno disperso a captar la atención, impulsado por la indignación que despertó el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo. Desde Palacio Nacional, la respuesta fue firme. La presidenta dedicó espacio en varias conferencias matutinas a descalificar y minimizar la protesta, apoyándose en una investigación de Infodemia que sostenía que detrás de la marcha había una red internacional de desinformación con bots que costó unos 90 millones de pesos, y el respaldo de Ricardo Salinas Pliego.
Para Andrea Samaniego, experta en discurso político de la UNAM, el Gobierno percibió un riesgo. A su juicio, la atención sostenida desde la mañanera desmiente la narrativa de irrelevancia. “Si fuera algo tan minúsculo como se señala, no se entendería por qué le dedicaron dos semanas completas en la mañanera para ver quiénes estaban detrás, qué actores, quiénes estaban pagando. Entonces, no creo que fuera tan diminuto”, señala.
Finalmente, el 15 de noviembre llegó la cita que había generado tanta expectativa. La protesta de la generación Z reunió a unas 17.000 personas en el Zócalo, donde los manifestantes se enfrentaron con la policía. El saldo oficial fue de 120 heridos, 100 de ellos agentes, y 20 detenidos. La réplica llegó cinco días después, pero con menos fuerza, cuando una nueva convocatoria prometió opacar el desfile de la Revolución, pero apenas acudieron unos cientos de personas, escoltadas por un amplio despliegue policial. El tercer y más reciente intento fue el pasado domingo y fracasó: había apenas 300 personas.
Samaniego asocia ese retroceso del movimiento a la falta de claridad en las demandas. “En las convocatorias solo se habla de una generación que despertó, una generación que está harta, pero de manera muy ambigua. No interpelan claramente a quienes se sienten agraviados. El repliegue es resultado directo de no tener claro por qué están marchando”.

El uso de símbolos reconocidos por su generación tampoco resolvió el vacío. “Las imágenes de One Piece, que ya habían sido empleadas en Nepal, aluden a jóvenes que están hartos”, dice Samaniego, y se pregunta, ¿hartos de qué? “Los jóvenes tienen algo que pedir. Son un sector profundamente vulnerado por el sistema: no tienen acceso a trabajos bien remunerados, tienen los empleos más precarizados, se encuentran mayoritariamente en el sector informal, no tienen acceso a vivienda, ni para comprar ni muchas veces para rentar”. A esa vulnerabilidad se suma la exposición al crimen organizado. “Reclutamiento, venta de drogas, secuestro con fines de adiestramiento o incluso trata son algunos riesgos que ellos mismos ven”, apunta. Aun con ello, la protesta carecía de demandas puntuales.
La respuesta gubernamental pudo haber inflado ese momento. “Decir que son parte de la oposición pudo haber detonado algo mayor, como ocurrió en 2012 con el movimiento #YoSoy132”. En aquel entonces, recuerda, la consigna era “no estamos vendidos, no somos acríticos”. De ahí su conclusión: “Dedicar dos semanas a criminalizar una manifestación como si no existiera el derecho constitucional a manifestarse es grave. Aun si quienes se manifestaron tuvieran una tendencia política, está dentro de sus derechos”.
Por otro lado, la ausencia de rostros visibles tuvo un doble filo. “Al no tener liderazgo son más difíciles de cooptar, aunque no imposible. Hubo muchos otros grupos inconformes: campesinos, agricultores, actores afectados por la reforma electoral, disputas con grupos empresariales como Grupo Salinas que vieron una oportunidad para insertar sus agendas. Distintas demandas entraron a la manifestación y eso la diluyó”, apunta. En balance, “pareciera que no es un movimiento orgánico. Un movimiento natural persiste mientras haya una demanda clara. Aquí no la hay. No fue completamente artificial —si lo hubiera sido, el gobierno no le habría dedicado tanto tiempo—, pero sí fue amplificado por otros intereses”.
Tras las protestas, Sheinbaum convocó a su partido y seguidores a una movilización para mostrar músculo, bajo el pretexto de celebrar los siete años de la llamada Cuarta Transformación. “Contrarrestaron con la marcha del 7 de diciembre. Se supone que era para celebrar los siete años de la victoria, los siete años de la transformación, pero también era una forma de responder”. La presidenta insistió en ese acto en demostrar el apoyo de la juventud mexicana: “Que nadie se equivoque, los jóvenes en su mayoría están con la transformación de la vida pública de México”. Fue la segunda vez en dos meses que buscó llenar el Zócalo para blindarse frente a las críticas.

Al cierre de 2025, la presidenta mantiene un nivel de aprobación elevado, aunque con signos de desgaste tras el asesinato de Manzo, las protestas juveniles y las movilizaciones de transportistas y campesinos. Su popularidad está en 74%, un porcentaje que supera al de sus antecesores, pero el más bajo de su administración, según arrojó la última encuesta de Enkoll para EL PAÍS y W Radio. En el video de la convocatoria, la propia Sheinbaum habló de un “acto de defensa de la transformación” ante una “campaña de ataques de un mes”. En el mitin insistió: “En estos días se ha demostrado que por más campañas sucias que paguen en las redes sociales, por más compras de bots, por más alianzas con grupos de interés, por más consultores de comunicación que contraten para inventar calumnias y mentiras, por más intentos de hacer creer al mundo que México no es un país libre y democrático, por más que hagan eso, ¡no vencerán al pueblo de México ni a su presidenta!”.
Para Samaniego, la reacción revela nervio. “Un gobierno que presume de un 70% de aprobación no debería reaccionar así. ¿A qué le temen? Tal vez a datos internos distintos, tal vez a una oleada global de inclinación a la derecha. Fue una reacción muy reactiva, de control de daños”. Samaniego ofrece su lectura sobre el futuro del movimiento Z: “Hoy está en pausa, pero puede reactivarse. Hay una agenda pendiente del Estado con los jóvenes. Mientras no se atienda esa vulnerabilidad estructural, el caldo de cultivo seguirá ahí” concluye.
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