La España que se ve desde Juan Goytisolo
El autor rebate la opinión de Juan Goytisolo sobre la cultura española actual. Le da la razón en algunas cosas, pero afirma que entre el 'España va bien' y el 'Vamos a menos' hay otras valoraciones
Siempre he seguido con interés a Juan Goytisolo y no soy, además, de los que saltaron en marcha de su obra después de leer libros tan sobresalientes como Señas de identidad, Paisajes después de la batalla, Para vivir aquí, Makbara o Reivindicación del conde don Julián, sino que le he sido fiel a lo largo de los años y no me parecen nada desdeñables textos suyos como Las virtudes del pájaro solitario -una hermosa recreación de la vida y la obra de San Juan de la Cruz- o La cuarentena. Y lo respeto, también, por el valor y la perseverancia con los que ha emprendido algunas de sus cruzadas personales en defensa de la cultura árabe o de las minorías musulmanas de Bosnia. Hace algunos años, de hecho, cuando publicó, precisamente, Las virtudes del pájaro solitario, le hice una entrevista que apareció en Diario 16 y, fuera de España, no recuerdo si en la revista mexicana Vuelta, entonces aún dirigida por nuestro amigo común Octavio Paz, o en el periódico La Jornada.
Por supuesto que hay autores de tercera jaleados por medios de comunicación afines
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, Goytisolo se ha convertido en el príncipe de los agoreros, en el altavoz de los agraviados, y cada uno de sus artículos o entrevistas se parecen a un sermón en el desierto; son una arenga hecha de avisos, profecías, lamentos, denuncias, admoniciones y críticas ácidas según las cuales la sociedad cultural española es el reino de los cobardes, los tramposos, los débiles, los inútiles, los adocenados, los mediocres, los sinvergüenzas, los vendidos, los farsantes... Pongo puntos suspensivos para que ustedes puedan añadir su propia leña al fuego o su propia nieve al alud: piensen en una palabra con la que se pueda descalificar a un intelectual orgánico y Goytisolo la habrá dicho o la habrá sugerido. Bueno, quizá exagero un poco, pero es para que se den cuenta de lo enfadado que está el autor de ¿Duelo en el paraíso? Estoy casi seguro de que, para muchos, abrir un periódico en el que salga Goytisolo debe de ser como meter la mano en un barreño lleno de cangrejos.
No es que no esté de acuerdo, como tantos, con algunas de las denuncias que hizo el escritor en su artículo -o proclama- Vamos a menos, publicado por EL PAÍS: por supuesto que aquí y ahora hay una jauría de mentirosos y de oportunistas, cuando no de desalmados; hay autores de tercera jaleados por medios de comunicación afines, especialistas en pescar lo que no se merecen en el río revuelto de la prensa española; hay escritores que tienen mucho éxito y ningún talento y otros que se pegan al poder como moluscos a una piedra. Hay hasta quien cobra cuatro sueldos del Estado y además quiere ser la conciencia moral del país y representar la pureza literaria absoluta. Hay un premio Nobel y un director de la Biblioteca Nacional acusados de plagio. Hay un impostor en cada esquina y un genio local agarrado a cada bandera. A mí, toda esa canalla, los comisarios políticos disfrazados de francotiradores o evangelistas, los que pontifican con la mano izquierda mientras meten la derecha en la caja del dinero y los demás, me da tanto asco como a Goytisolo.
He escrito, para estar de acuerdo con Juan Goytisolo, dos palabras sin duda preocupantes, aquí y ahora. Pero hay un par de preguntas que me gustaría hacer con respecto a esas dos palabras. La primera es ésta: ¿la suma de esos casos turbios, por desagradables que sean, lo ocupa todo, lo resume y anega todo? La segunda es: ¿nos encontramos ante un fenómeno nuevo, ante una corrupción de nuestra cultura como nunca antes se había visto? Yo respondería a esas dos preguntas con la misma palabra: no. La existencia de escritores de poco mérito y mucha fama no es de hoy. A mediados del siglo XIX, ¿a quién se leía más: a Bécquer o a Campoamor? A finales de ese mismo siglo, Juan Ramón Jiménez era infinitamente menos famoso y menos leído que Francisco Villaespesa. De acuerdo, se me podrá decir que ojalá todo lo que no fuese Bécquer o Juan Ramón, fuese Campoamor o Villaespesa, y yo estaré de acuerdo. Pongamos, entonces, otro ejemplo más claro: ¿quién leía, en los años veinte, las novelas de Francisco Ayala o Rosa Chacel, dos miembros de la Generación del 27 hoy unánimemente respetados? Nadie, no las leía casi nadie, porque lo que arrasaba por aquella época en el mercado eran las novelas de El Caballero Audaz o las de Alberto Insúa, devorados hoy por las arenas movedizas del Tiempo. Y en ese mismo grupo, si pasamos a los poetas, veremos que el 27 no fueron sólo Lorca, Cernuda, Alberti y compañía, sino que también hubo otros muchos autores, hoy día menos valorados o casi desaparecidos, según los casos: Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, Juan Chabás, Ernestina de Champourcin, Juan José Domenchina, Concha Méndez, Juan Rejano, Mauricio Bacarisse...
Pero, en la literatura española actual, todo le parece peor que eso a Juan Goytisolo. Según una entrevista publicada por este mismo periódico, en la narrativa española actual no hay nada más que Bacarisses, Domenchinas y cosas aún peores; de hecho, cuando le preguntan por escritores importantes, menciona a Ángel Vázquez, Manuel Espinosa y Andrés Bosch, y cuando le piden que dé un nombre actual contesta lacónicamente: José Jiménez Lozano. ¿No hay nada más que eso? ¿No es un buen novelista, entonces, Juan Marsé? ¿No lo es Eduardo Mendoza o lo son determinadas obras de Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute o -recordemos que aún vive- Carmen Laforet? ¿No hay ni un solo autor recomendable en la generación de Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Almudena Grandes, Justo Navarro, Juan José Millás, Luis Landero o Enrique Vila-Matas? ¿Y entre los más jóvenes? Quizá es que estamos todos equivocados, pero no sólo en España, sino también en el resto del mundo, puesto que la mayor parte de estos autores han sido traducidos a numerosas lenguas y en muchos casos han recibido críticas generosas en otros países distintos de la negra España que ve Juan Goytisolo desde su domicilio de Marruecos. Podemos poner como ejemplo al propio Javier Marías, premiado y alabado con entusiasmo en media Europa.
El autor de Campos de Níjar acusa a la cultura española de endogamia y amiguismo. Sin duda, en muchos casos vuelve a tener razón. Sin embargo, hablar bien de los amigos no tiene por qué ser un delito, si los amigos lo merecen. De hecho, ¿hay tres amigos que se quieran más que Carlos Fuentes, Julián Ríos y el propio Goytisolo? Yo leo todos los años un par de artículos o entrevistas de mi amigo Carlos Fuentes donde dice que Goytisolo es 'el mejor novelista de la lengua castellana'; y otro donde Ríos califica a Goytisolo de genio o algo similar; y un tercero donde Goytisolo alaba, a su vez, a Fuentes o a Ríos, o a los dos de un solo golpe. Y cuando leo esos artículos o entrevistas, me alegro y me emociono; me digo: se lo merecen y, por Dios santo, qué ejemplo tan magnífico, cuánto se admiran y qué bien se llevan estos hombres.
Goytisolo se queja también de que su artículo no ha tenido el eco ni la respuesta que él esperaba. De hecho, últimamente, su voz se oye a la vez en mil sitios, quejándose de esa falta de eco. 'Se ha contestado a la mezquina y ruin manera de España', dice, pero, claro, eso no es lo que él quería. ¿Qué es, entonces, lo que él quería? El Premio Cervantes, no, puesto que dice que jamás lo aceptaría, quizá porque este país no se merece a Goytisolo y, en consecuencia, no tiene derecho a premiarle. 'Yo no soy un bien nacional y jamás aceptaría un bien nacional', dice. ¿Quiere eso decir que ganadores del Cervantes como Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti o Mario Vargas Llosa sí lo son? Si es así, me alegro. Pero repito la pregunta: ¿qué quería Goytisolo? No creo que escribiese el artículo a causa de una rabieta, porque es demasiado inteligente para eso y, además, ¿por qué iba a estar rabioso un autor tan célebre y respetado como Juan Goytisolo? No creo que lo hiciese por vanidad, puesto que jura que no es vanidoso, aunque luego compare el desdén de algunos críticos hacia su obra con el que otros expresaron por Marcel Proust y Clarín. ¿Lo habrá hecho porque tenga un cierto ímpetu sacerdotal o hasta papal, una necesidad íntima de reconvenirnos, señalar nuestros pecados y el camino de nuestra salvación? Eso, sin duda, explicaría por qué Juan Benet lo llamaba cariñosamente Wojtysolo, en referencia al papa Wojtyla (lo hizo en el último artículo que publicó en su vida, en noviembre de l992, en EL PAÍS).
No, dice que no lo ha hecho por ninguna de esas razones, sino para provocar un debate en la literatura española, para mover un poco las aguas de nuestra cultura, adormecidas por las circunstancias políticas y sociales de nuestro país. Yo me permito entrar en ese debate para decirle que, en mi opinión -que espero que él no considere 'mezquina y ruin', sino sólo contraria a la suya-, las cosas no son tan trágicas como él las ve. Para recordarle que en España hay buenos escritores, novelistas de calidad que, además, han conectado con el gran público y poetas serios que van haciendo su obra con paciencia y con eficacia. Para recordarle, también, que este país no es ya tan paleto ni está tan encerrado como él asegura. 'En España, nunca he encontrado curiosidad por lo que sucede fuera', dice. Pero ¿de dónde a dónde llega ese nunca? ¿No salió gran parte de Antonio Machado del simbolismo francés? ¿No salió nuestra poesía vanguardista de los años veinte del surrealismo francés? ¿No están sólidamente vinculados algunos poetas de los años cincuenta, como Gil de Biedma o Valente, con Auden y Paul Celan, por ejemplo y de forma respectiva? ¿No le debemos muchos novelistas españoles de ahora mismo muchas cosas a la literatura del llamado boom latinoamericano? Podría poner ejemplos hasta aburrir al lector, a Goytisolo y a mí mismo, pero no creo que sean necesarios.
Sin duda, a este país no le sobrarán los genios, pero sí los pesimistas y las aves de mal agüero. Personalmente, yo estoy harto de ellos y del prestigio que parece darles a algunos el criticarlo todo, el degradarlo todo, el tirarlo todo por los suelos, el negar que, poco a poco, hemos ido conquistando cosas, cambiando otras y mejorando algunas. Bastante tengo con odiar a los caraduras, a los rencorosos que tanto sufren con el éxito ajeno y a los telepredicadores de diferente ralea. Lo único que faltaba es que ahora sólo pudiésemos elegir entre el España va bien de José María Aznar y el Vamos a menos de Juan Goytisolo.
Benjamín Prado es escritor.
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