La piratería, los aranceles y el libro electrónico marcan el congreso de editores de Buenos Aires La Feria del Libro de la capital argentina pasa su ecuador lanzada hacia el millón de visitantes
ENVIADO ESPECIALLos tiempos del neoliberalismo y de Internet están poniendo al libro en la senda de la modernidad. Mientras en Estados Unidos se habla ya del último libro, un libro portátil hecho con tinta electrónica que podrá tener dentro todos los libros que se han escrito, los editores se reúnen a partir de hoy en Buenos Aires para estudiar los nuevos problemas. La piratería (se dice que en Perú circulan hasta cinco ediciones distintas de La fiesta del Chivo), algunos aspectos preocupantes de la edición on line y la libre circulación del libro (la exención de los aranceles aduaneros) serán algunos de los temas estrella de un congreso que se celebra al calor del éxito de la Feria del Libro, que camina velozmente hacia el millón de visitantes.
La presencia masiva de editores españoles, tanto en la feria como en el 26º Congreso de la Unión Internacional de Editores, estuvo acompañada el sábado de la elección de la argentina Ana María Cabanellas, presidenta del comité ejecutivo y del comité organizador, como nueva responsable del Grupo Interamericano de Editores, que engloba a empresas latinoamericanas, brasileñas y estadounidenses. La prioridad del mandato de la nieta del célebre general Cabanellas será acabar de una vez con los actos de piratería que todavía proliferan en el continente, y que en algunos casos van bastante más allá del mero hecho de fotocopiar unos apuntes.Según parece, en Perú circulan ya, a sólo dos meses escasos de su primera edición en Alfaguara, cinco originales distintos, y a precios diferentes, de la nueva novela de MarioVargas Llosa, La fiesta del Chivo (que, por cierto, el autor presenta hoy en la feria, después de su periplo dominicano).
Se trata de presionar a los Gobiernos especialmente tolerantes con los piratas (que, curiosamente, suelen ser también los más remisos a la hora de rebajar las cargas impositivas al lector) para que vayan finalmente haciendo cumplir las tantas veces ultrajadas leyes de propiedad intelectual.
Derechos de autor
De los nuevos problemas de derechos de autor que suscita la edición electrónica va a ocuparse también, y en gran parte, el congreso. Los editores españoles traen el compromiso del Centro Español de Derechos Reprográficos (Cedro), el organismo que se ocupa de velar por la propiedad intelectual de los autores en España, para ofrecer soporte técnico y económico a los países más desprotegidos.
No parece mala cosa en un momento como éste, en el que el auge del libro electrónico amenaza ya con el libro total. Porque, más o menos, eso es -una especie de catálogo de todos los libros jamás publicados, metido en un libro final en el orden en que su autor (o dueño) lo desee- de lo que trata este diabólico invento del físico Joseph Jacobson, un doctor salido del muy prestigioso Massachusetts Institute of Technology que en 1997 fundó la empresa E-Ink Corp para desarrollar la tinta electrónica, el papel electrónico y el libro electrónico con otras 75 compañías.
El asunto, que parece muy serio, consiste en crear "el último libro"; es decir, un libro que contendría todos los demás libros. Pero no en el ordenador, sino en un soporte nuevo: páginas reutilizables, electrónicas, escritas en tinta electrónica, una tinta que puede ser aplicada desde dentro (a base de unos finos alambres), en vez de desde una impresora. La ventaja, dice Jacobson, es que uno se lo puede llevar al baño, a la cama, a la playa. Si quiere leer el Quijote va a una lista, toca una tecla y le sale el Quijote. Que quiere la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, pues lo mismo.
En fin, menos mal que, a la espera del prodigio (que acabará seguramente con ferias tan animadas como ésta de Buenos Aires, salvo que finalmente Estados Unidos encuentre que el invento resulte cancerígeno o algo así), todavía puede uno pasearse por sitios como la Rural de Buenos Aires, donde las madres van con los niños a hojear libros, los autores saludan a sus lectores, los libreros conocen a los clientes y el ambiente es de una festiva pasión por la literatura.
A estas alturas de abril, los bonaerenses llevan ya casi dos semanas de su 26ª feria (se acaba el día 8 de mayo) y, aunque la Fundación El Libro, que la organiza, no quiere soltar prenda, vista la largura de las colas en las taquillas (cuesta cinco pesos -unas 800 pesetas- entrar en el recinto), parece que la cifra del millón de visitantes lograda en 1999 se va a superar con creces.
Ayer, pese a la lluvia insistente y el horario (que sólo es de tres de la tarde a once de la noche), hubo otra vez auténticos gentíos. Una buena recompensa para la entregada gente de El Libro, una fundación que lleva ya tres años tratando de ver aprobada una Ley de Fomento del Libro y de la Lectura que ponga a Argentina al nivel que merece su capacidad literaria y ensayística. Es una ley progresista, moderna y no ultranacionalista, y quizá por eso, según el vicepresidente de la feria, Manuel Rodríguez, los sectores más retrógrados todavía no creen en ella. Pero, ya se sabe, con el libro es como con todo: al final ganan los buenos.
Pompeya, luna y misterio
A la espera de la llegada de Mario Vargas Llosa, aterrizada y descansada por fin la armada española tras el trauma de Iberia, y con la feria llena hasta los topes de madres, niños, firmantes y colas de consumidores, la literatura se hace tangos en esta Buenos Aires lluviosa y melancólica de otoño en el barrio de Pompeya.
La cita fue el sábado noche en el bar El Chino, un boliche de 1944 cercano a la cancha de Huracán, donde viejitos sin voz, pero llenos de arte, desgarran los cantos del arrabal porteño. Carteles filosóficos en las paredes desconchadas ("Pompeya, luna y misterio", "Quien no vive de alguna manera para los demás no vive apenas para sí" -Montaigne-) y frases caídas del cielo entre mesas grasientas de asado de cordero ("la filosofía es lo que sirve para amar la vida", le responde un cliente suizo a la presentadora de los cantantes) anuncian las letras magníficas, la sabiduría rota y el masoquismo de la cantada final, cuando el tiempo se detiene bajo una guitarra ajada: "Y ahora que por fin estoy frente a ti, ya ves, parecemos dos extraños", dice El Chino cerrando los ojos.
"Primero hay que saber sufrir; después, amar; después, partir, y, al fin, andar sin pensamientos", afirma después, juntando las manos en el pecho. Luego sale de la barra la gran Cristina de los Ángeles, y expone al auditorio su dolor cargado de ironía vieja: "Lo he visto con otra, yo sufro en silencio, yo no sé llorar". O le pide al Polaco Goyeneche: "Canta, garganta con arena, tu voz tiene la pena que Malena no cantó".
Y, para rematar, acá está Pichi de América, derramando sus letras desde su boca sin dientes sólo para los machos, pero con calculada ambigüedad: "Para que sepan todos a quién tú perteneces, con sangre de mis venas te marcaré la frente".
Pues eso: Pompeya, luna y misterio.
Babelia
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