Un movimiento que impulsó las vanguardias
La muestra El modernismo catalán, un entusiasmo está compuesta por un conjunto de un centenar de obras de las artes y técnicas más diversas, pues, además de pintura, dibujo y escultura, hay piezas de arte industrial, mobiliario y artes gráficas. Haberlo decidido así es un mérito del comisario, Javier Tusell, no porque no fuera algo casi imprescindible al tratarse de un movimiento como el modernismo, sino porque, sin contar con el respaldo de un museo importante y sin disponer de un espacio lo suficientemente elástico, la dificultad por ello se multiplica. Otra decisión, a mi juicio, acertada de Tusell ha sido transformar el cambio de siglo, en el que se produjo la eclosión modernista catalana, en una bisagra, que no sólo articula la última década del XIX y la primera del XX, sino que recoge el impulso artístico centrípeto del XIX y su fuerza centrífuga en el primer tercio del XX.
Por lo demás, no hace falta ponderar la importancia internacional del modernismo catalán, que en absoluto se agota en la extraordinaria personalidad de Gaudí. Pero si esto es algo sabido y ha dado lugar a múltiples exposiciones y publicaciones, en Madrid no había vuelto a ser tratado este fundamental episodio del arte contemporáneo desde hace ya más de 30 años, cuando se produjo una magna muestra en la Biblioteca Nacional. Entremedias, eso sí, han proliferado múltiples iniciativas monográficas de artistas individuales o aspectos de esta misma cultura artística, que ahora podrán ser reintegradas a su común paisaje original mediante la actual exposición.
Selección
La selección de obras, que proceden de diversas colecciones públicas y privadas, con un especial protagonismo del legado Masaveu, nos trae casi todos los nombres importantes del modernismo y sus aledaños, como Rusiñol, Casas, Mir, Anglada Camarasa, Pidelaserra, Gimeno, Nonell, Pichot, Riquer, Picasso, Mas i Fondevila, Llimona, Canals, Blay, Clará, Gargallo, Clarasó, Gaudí, Puig i Cadafalch, Masriera y otros.
En algunos de los casos citados, la representación es muy destacada por su abundancia y calidad, como singularmente la de Casas, Rusiñol, Anglada o Nonell, pero lo que importa aquí es el conjunto y su encaje, que funciona de manera muy adecuada. Ayuda a apreciarlo así el que precisamente no sea abrumador el número de obras y estén bien dosificadas en su variedad, lo que estoy convencido agradecerá el público visitante, que se puede hacer una idea clara de la riqueza y versatilidad artística del modernismo catalán sin desorientarse, ni quedar agotado. En suma: se trata de una buena y oportuna exposición, que corona múltiples esfuerzos dedicados estos años a conmemorar el pasado fin de siglo.
Babelia
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