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Tribuna
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Cuando pienso en Alemania

"Martin Walser ha sido uno de los primeros en felicitarme, lo que me ha alegrado muy especialmente". Esta frase de Günter Grass durante su conferencia de prensa tras el fallo de la Academia Sueca que le otorgaba ayer el Premio Nobel de Literatura no es una frase cortés más en el ambiente de lógica alegría que se respiraba en Lübeck durante la comparecencia del autor ante los medios. Grass nunca se ha sentido mínimamente inclinado a mayor cortesía que la que desprende con naturalidad su bonhomía. Sí era el reconocimiento a un colega, otro grande de las letras alemanas, con quien ha mantenido una tremenda polémica, casi podría decirse que reyerta intelectual, en los últimos tiempos. Y todo en torno a la idea que obsesiona a Grass sin duda más que a Walser, la idea de Alemania y del pasado. Walser se declaró poco menos que harto de la insistencia en la culpa del pasado de Alemania. Lo hizo en la Paulskirche, la iglesia de Francfort, símbolo de la Asamblea Nacional alemana, al recibir el Premio de los Libreros, el más importante de Alemania. En el mismo lugar, Grass había pronunciado un discurso diametralmente opuesto un año antes. Las diferencias entre ellos son insalvables. Su respeto mutuo, incuestionable, por implacable que fuera el intercambio de golpes y reproches. Grass acusa a Walser de defender una "normalización" imposible del pasado alemán. Imposible y dañina.Porque a Grass siempre le ha dolido Alemania. Unas veces, esta pasión le ha llevado a la ira, y otras, a cierta melancolía. En una ocasión le indujo a emigrar nada menos que a Calcuta. Pero regresó y nunca ocultó que, también rodeado del espanto de la miseria de los más miserables de la India, nunca dejó de palpitar en él aquel "Denk ich an Deutschland" ("Cuando pienso en Alemania") que formuló el poeta Heinrich Heine.

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Decía ayer Walter Jens que hoy mismo todos los alemanes, incluso aquellos -posiblemente la mayoría- que desde hace años consideran a Grass un viejo chiflado cada vez que habla de política, historia o ética, se apropiarán de él como gloria propia. Probablemente sea inevitable. El canciller Gerhard Schröder dijo ayer que todos los alemanes se sienten orgullosos de su premio Nobel. Desde ayer, cabe añadir. Schröder jamás habría pedido consejo a Grass tal como hacía el canciller Willy Brandt, el político al que más ha admirado el escritor. Y es que en la Alemania actual, como recordaba ayer el propio premiado, los sesentayochistas, hoy en todos los partidos, no parecen considerar necesaria esa interacción entre políticos e intelectuales que Brandt tanto apreciaba.

Grass observa con paternal preocupación a Alemania, porque él es posiblemente el más alemán de los escritores vivos en esta lengua. A través de su vida y de su obra, de su implacable independencia de todas las corrientes, ha clamado en defensa del recuerdo y de la conciencia, últimamente con frecuencia en el desierto. El anterior premio Nobel alemán, su gran amigo Heinrich Böll, aún tuvo hasta su muerte un entorno, unos seguidores de su obra y de su persona. Grass, mucho más joven, ha tenido tiempo de ver una unificación alemana que no le gustó por esas actitudes tan alemanas como la prepotencia y la obediencia irreflexiva, que él combate desde su germanidad díscola, crítica y profundamente reflexiva. Pero añade a su discurso y a su obra un infinito espectro de percepciones del mundo que van desde lo grotesco a lo tierno, desde la ira al humor y a la ironía.

Universo

Con su talento, su mirada generosa y su inmensa energía, este hombre ya casi anciano ha forjado un universo maravilloso a partir del alma de un joven intoxicado de odio que vestía el uniforme de las juventudes hitlerianas en su Danzig natal. Los españoles pueden entrar en él gracias a un traductor, Miguel Sáenz, que merecería, de haberlo, el Premio Nobel de traducción por su Thomas Bernhard, por su nuevo Kafka y por supuesto por Günter Grass. Es una obra literaria, una vida al fin y al cabo sin concesiones. Y una persona maravillosa a la que le gusta mucho regañar a sus compatriotas.Ayer concluyó la conferencia de prensa con una reprimenda a los informadores por haber empujado y atropellado a una compañera en sus ansias por coger los mejores puestos en la sala. "Esto, comprenderán, es intolerable". A diferencia de otras muchas veces, sus compatriotas presentes le dieron la razón.

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